jueves, 11 de diciembre de 2014

¿AQUÍ, QUIÉN NOS ATA?


Los que creemos, sabemos…, que Dios nos creó libres y esta libertad, es la que nos permite ofender a Dios, incumpliendo sus leyes, que es la esencia de toda pecado. Ningún ser viviente en este mundo, sea animal o vegetal, tiene libertad para poder ofender a Dios. Todos ellos cumplen debidamente las leyes naturales dictadas, por Dios para todos nosotros.

Los animales no matan a sus descendientes, ni tienen ni conocen las técnicas abortivas, sino que a sus crías, los cuidan con todo esmero, tanto que si alguien se acerca a ellas, enseguida enseñan sus dientes y gruñen en señal de advertencia. Ellos no matan a sus semejantes por el placer de matar, sino solo para poder comer. Ellos usan correctamente de sus deseos sexuales en los periodos para ello fijados y no compran no venden el placer sexual, que también ellos lo tienen.

Ellos no comen por placer, sino por la necesidad que sienten de tener que desarrollarse y vivir y ni mucho menos han levantado alrededor de la comida una especie de nueva religión acerca de la confección de la comida y de la bebida, buscando nuevos placeres para el paladar y todo bajo el orden administrado por unos cocineros, que ahora se llaman “chef”, los cuales son encumbrados, admirados por sus adeptos que somos la mayoría de nosotros, aunque los hay que pertenecen a este culto con verdadera pasión y se pasan el día alabando las excelencias que acaban de degustar y otros son más o menos indiferentes a este culto a nuestro estómago.

            Por lo tanto, uno puede pensar que la libertad que tenemos es mala, porque la empleamos en ofender al Señor, Pero la libertad nunca es mala máxime pensando que ella es un regalo que Dios nos da y Él nos ama y siempre desea lo mejor para nosotros. La maldad no está en la libertad, sino en el uso que hagamos de ella. Si el uso es el debido y es correcto, la libertad es para nosotros, la apertura de las puertas de los bienes que esperamos recibir. Pero estos bienes hemos de ganárnoslos

            La libertad es buena en cuanto nos da, la posibilidad de elección entre el bien y el mal y por otro lado Dios necesita que seamos libres, para determinar quién es el que le ama y el que no le ama. Y para esto estamos en este mundo, para realizar una prueba de amor. Una prueba que nos catalogue, nuestra clase y entrega de amor a Dios.

            Y, ¿cuál es la parte negativa que tenemos y que nos incita a no amar a Dios? Indudablemente son nuestros deseos materiales, los que se refieren a nuestra materia corporal, porque los deseos espirituales los que se refieren a nuestra alma o espíritu, son positivos. El hombre es un manejo de deseos, de los que generalmente no tiene y desea tener. El mundo es el escaparte de esos bienes que deseamos y no tenemos. Nosotros pensamos y no nos damos cuenta de que alcanzando esos bienes del escaparate del mundo vamos a ser felices y esto no es así. Nunca tenemos en cuenta una verdad como un templo que nos dice: “No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita”.

            Dios cuando nos creó, nos implantó un anhelo de eterna felicidad, para que tuviésemos un pequeño anticipo de lo que será la gloria que nos espera y ese anhelo o deseo de felicidad, preside la vida de toda criatura humana. Venimos ya a este mundo con el deseo de encontrar una felicidad, que no está en este mundo y la buscamos aquí abajo con todas nuestras fuerzas sin darnos cuenta de que, lo que aquí abajo podemos encontrar, solo se trata de una de una caricatura de la eterna felicidad.

Una felicidad para que sea auténtica, ha de durar eternamente y aquí en este mundo, nada es eterno, ni siquiera el propio mundo material que un día desaparecerá, convertido en un agujero negro, tal como nos explican los astrónomos. Lo que aquí se puede llegar a encontrar es una felicidad, creada y sometida al orden material y por ello no es eterna sino caduca. Nosotros estamos hechos para gozar de una felicidad que pertenece al supremo orden espiritual, y aquí abajo no la tenemos ni la conocemos. Puede ser y es que algunas pocas personas con un elevado desarrollo de su vida espiritual, hayan tenido el conocimiento de unos pequeños retazos de esta felicidad espiritual, pero no la conocen en su plenitud.

            En este mundo lo que nos ata a él y a todo lo que él tiene, son nuestros deseos materiales. El anhelo de felicidad nos mueve constantemente a buscar la satisfacción de nuestros deseos de felicidad espiritual y al no encontrarla, tal como dice el refrán: “Bueno es el pan cuando no tenemos bizcochos”. Y nos aferramos a la felicidad de orden material y el maligno que tiene un pleno conocimiento de nuestros deseos y debilidades, constantemente nos empuja, a que no nos olvidemos si queremos ser felices de esperar a nuestra felicidad espiritual y hacer méritos y nos incita para satisfacer nuestros deseos de eterna felicidad a que nos limitemos a lo material, no a lo espiritual, porque si no, no seremos nunca nada ni nadie en este mundo.

            Pero ¡Ah! para satisfacer nuestros deseos materiales necesitamos dinero. Y es entonces cuando cometemos en mayor o menor grado un pecado de idolatría ofendiendo a Dios con la adoración del “dios dinero” En este mundo todo funciona alrededor del dios dinero. Algunas veces pienso que puede ser que haya personas que tan metidas que están en las bondades del dios dinero, se planteen la posibilidad de tratar de comprar su salvación con dinero, a pesar de que el Señor fue muy claro cuando nos dejó dicho: 26 Y ¿que aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O que podrá dar el hombre a cambio de su alma?”. (Mt 16,26).

            Los deseos que todos tenemos siempre nos engañan. Pensamos en ellos y nos engañamos con nuestras fantasías. Creemos que las cosas son como nos las pinta el malino aprovechándose siempre de su gran aliada que es nuestra fantasía, y las cosas son como Dios quiere que sean, no como las pintan nuestros deseos, incitados por el maligno. Viene a cuento aquí una historia.

            En el Areópago griego había un senador que tenía una bellísima mujer por esposa con la cual él se llevaba muy mal. Todo el mundo le encomiaba la belleza y las cualidades de su mujer y todo el mundo sé la alababa y el harto de tantas alabanzas, un día que se la estaban alabando, adelantó su pie se levantó un poco su túnica y les dijo: Os gusta mi sandalia, todos le dijeron que si, que era muy bonita y de gran calidad; y el entonces les respondió: Si, pero sin embargo no sabéis donde me aprieta. Nunca es oro todo lo que reluce.

            No alabemos las cosas de este mundo menos preciando las que nos esperan, pues al hombre es muy fácil engañarle, si no está unido al amor del señor en su corazón, pues el demonio es más listo y astuto que cualquiera de nosotros.

.           Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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