Pero generalmente, cuando estas respuestas se tratan de buscar, marginando al Creador de todo lo visible e invisible, es decir a Dios, se estrellan. A lo largo de la existencia de la humanidad, los hombres han tratado durante muchas épocas de encontrar imposibles respuestas, si no se parte de una base absoluta y cierta, que es Dios.
El fundamento de nuestra existencia, desde luego que a nadie que sea creyente, se le escapa que es Dios. Nacemos y existimos por razón de la voluntad divina. Todos hemos salido de la nada, y es claro que a ella, a la nada, nada le debemos, porque la nada, nada nos ha dado, ni nos puede dar. Todo el mundo conoce el principio básico que nos interesa, y este nos dice que de la nada, no sale nada. Luego es claro que alguien nos sacó de la nada y nos dio la existencia y ese alguien se llama Dios. Y salgamos ya de una vez, de tanta e inevitable redundancia del término nada.
De acuerdo, Dios nos ha sacado de la nada, por ello el fundamento inicial de nuestra existencia está en Dios, pero… ¿Quién es Dios? ¿Qué es Dios? ¿Cuál es su esencia? El apóstol San Juan nos
responde en su primera epístola a estas preguntas y nos dice: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1Jn 4,16). En este versículo 16 del capítulo 4 de esta primera epístola de San Juan, hay varias afirmaciones muy importantes. La primera de todas, es la claridad con que se nos dice, que el amor es esencial para salvarse. Se salva el que ama y el que no llega a creer en el amor, no ama y consecuentemente no se salva, y ello es así, tal como nos asegura San Juan, porque como quiera que Dios es amor, el que vive en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él.
Dicho en otras palabras, reiteradamente hemos venido afirmando que nosotros, hemos venido a este mundo para superar una prueba de amor, en razón de la cual, hemos de escoger entre la
luz y el amor que nos ofrece el Señor nuestro Creador, o las tinieblas y el odio que nos propone, nuestro enemigo, que movido por su odio al Señor, trató y sigue tratando de encontrar su venganza hundiéndonos en su estado de naturaleza, plena de resentimiento y odio, a nosotros que somos los seres predilectos de la creación del Señor, e intensa y plenamente objetos de su
amor. Para este enemigo, cada alma que logra convencer es un triunfo, como lo
fue el que desgraciadamente tuvo sobre nuestros primeros padres Adán y Eva.
Pero la afirmación más importante de San Juan es la de que Dios es amor. El Catecismo de la
Iglesia católica, reproduce esta afirmación de San Juan en su parágrafo 221, nos dice: “Pero San Juan irá todavía más lejos al afirmar: “Dios es Amor" (1Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1Co. 2, 7-16; Ef. 3, 9-12); El mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él”.
Y si de acuerdo con lo anteriormente escrito, resulta que Dios es el fundamento de nuestra existencia y Dios tal como ya hemos visto, en su esencia es solo amor y nada más que amor, la
conclusión lógica a la que se llega, es la de que el fundamento de nuestra existencia es el amor y solo el amor.
Por otro lado, es importante, que no olvidemos que Dios es el Creador de todo lo visible e invisible y el amor como bien invisible que es, también es objeto de su creación, el amor emana de su
propia naturaleza. Nosotros cuando decimos que amamos no creamos amor, lo que damos es en reflejo del amor de Dios, que previamente hemos recibido del Señor. Nuestra actitud frente a Él, es la de desear su amor y cuando lo deseamos, Él que vive ansioso, de poder derramar su amor sobre nosotros, inmediatamente nos lo otorga y este amor recibido, nosotros cuando decimos que amamos al Señor lo que hacemos es devolverle el reflejo de su amor. Y Él nos ama con ardor y así
nos lo dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,9-10).
Nosotros no creamos ni generamos amor, es el Señor quien lo genera y nos lo da, no solo para que se lo devolvamos a Él mismo, sino para que también se lo demos a nuestros semejantes, pues Él desea que amemos, todo aquello, que por Él ha sido creado. Es por ello que San Juan nos dice: “Carísimos amémonos los unos a los otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor”. (1Jn
4,7).
Nosotros somos unas criaturas, creadas por el Sumo Amor que es Dios y creadas para amar y ser amadas. Es por ello que el hombre en su existencia terrenal, ya ansía lo que no conoce y para lo que ha sido creado, para amar y ser amado esencialmente por su Creador y practicar ese amor recíproco con el resto de criaturas humanas, aquí en la tierra y con las angelicales, el día que accedamos al cielo. Mientras caminemos por este mundo, si queremos triunfar al final hemos de caminar en el amor y por el amor, pues esta es y será la razón de nuestro ser, el fundamento de nuestra existencia. El cardenal Ratzinger escribía en uno de sus libros: “Todos nosotros existimos porque Dios nos ama. Su amor es el fundamento de nuestra eternidad. Aquel a quien Dios ama no perece jamás”.
El amor es el todo en nosotros y esta consideración le hace escribir a San Pablo: “Ya puedo hablar todo inspirado y penetrar todo secreto y todo saber; ya puedo tener toda la fe, hasta mover
montañas, que si no tengo amor no soy nada”. (1Cor 13,2). Y esto es así, ya que el hombre se asemeja tanto más a Dios, cuanto más ama y su amor es más perfecto. El amor es el todo, es la única fuerza capaz de superar los conflictos y las disociaciones de este mundo. Y María nuestra Madre amada, es la que mejor refleja esta imagen del amor que genera del Señor, entre todas las
criaturas.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
El fundamento de nuestra existencia, desde luego que a nadie que sea creyente, se le escapa que es Dios. Nacemos y existimos por razón de la voluntad divina. Todos hemos salido de la nada, y es claro que a ella, a la nada, nada le debemos, porque la nada, nada nos ha dado, ni nos puede dar. Todo el mundo conoce el principio básico que nos interesa, y este nos dice que de la nada, no sale nada. Luego es claro que alguien nos sacó de la nada y nos dio la existencia y ese alguien se llama Dios. Y salgamos ya de una vez, de tanta e inevitable redundancia del término nada.
De acuerdo, Dios nos ha sacado de la nada, por ello el fundamento inicial de nuestra existencia está en Dios, pero… ¿Quién es Dios? ¿Qué es Dios? ¿Cuál es su esencia? El apóstol San Juan nos
responde en su primera epístola a estas preguntas y nos dice: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1Jn 4,16). En este versículo 16 del capítulo 4 de esta primera epístola de San Juan, hay varias afirmaciones muy importantes. La primera de todas, es la claridad con que se nos dice, que el amor es esencial para salvarse. Se salva el que ama y el que no llega a creer en el amor, no ama y consecuentemente no se salva, y ello es así, tal como nos asegura San Juan, porque como quiera que Dios es amor, el que vive en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él.
Dicho en otras palabras, reiteradamente hemos venido afirmando que nosotros, hemos venido a este mundo para superar una prueba de amor, en razón de la cual, hemos de escoger entre la
luz y el amor que nos ofrece el Señor nuestro Creador, o las tinieblas y el odio que nos propone, nuestro enemigo, que movido por su odio al Señor, trató y sigue tratando de encontrar su venganza hundiéndonos en su estado de naturaleza, plena de resentimiento y odio, a nosotros que somos los seres predilectos de la creación del Señor, e intensa y plenamente objetos de su
amor. Para este enemigo, cada alma que logra convencer es un triunfo, como lo
fue el que desgraciadamente tuvo sobre nuestros primeros padres Adán y Eva.
Pero la afirmación más importante de San Juan es la de que Dios es amor. El Catecismo de la
Iglesia católica, reproduce esta afirmación de San Juan en su parágrafo 221, nos dice: “Pero San Juan irá todavía más lejos al afirmar: “Dios es Amor" (1Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1Co. 2, 7-16; Ef. 3, 9-12); El mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él”.
Y si de acuerdo con lo anteriormente escrito, resulta que Dios es el fundamento de nuestra existencia y Dios tal como ya hemos visto, en su esencia es solo amor y nada más que amor, la
conclusión lógica a la que se llega, es la de que el fundamento de nuestra existencia es el amor y solo el amor.
Por otro lado, es importante, que no olvidemos que Dios es el Creador de todo lo visible e invisible y el amor como bien invisible que es, también es objeto de su creación, el amor emana de su
propia naturaleza. Nosotros cuando decimos que amamos no creamos amor, lo que damos es en reflejo del amor de Dios, que previamente hemos recibido del Señor. Nuestra actitud frente a Él, es la de desear su amor y cuando lo deseamos, Él que vive ansioso, de poder derramar su amor sobre nosotros, inmediatamente nos lo otorga y este amor recibido, nosotros cuando decimos que amamos al Señor lo que hacemos es devolverle el reflejo de su amor. Y Él nos ama con ardor y así
nos lo dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,9-10).
Nosotros no creamos ni generamos amor, es el Señor quien lo genera y nos lo da, no solo para que se lo devolvamos a Él mismo, sino para que también se lo demos a nuestros semejantes, pues Él desea que amemos, todo aquello, que por Él ha sido creado. Es por ello que San Juan nos dice: “Carísimos amémonos los unos a los otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor”. (1Jn
4,7).
Nosotros somos unas criaturas, creadas por el Sumo Amor que es Dios y creadas para amar y ser amadas. Es por ello que el hombre en su existencia terrenal, ya ansía lo que no conoce y para lo que ha sido creado, para amar y ser amado esencialmente por su Creador y practicar ese amor recíproco con el resto de criaturas humanas, aquí en la tierra y con las angelicales, el día que accedamos al cielo. Mientras caminemos por este mundo, si queremos triunfar al final hemos de caminar en el amor y por el amor, pues esta es y será la razón de nuestro ser, el fundamento de nuestra existencia. El cardenal Ratzinger escribía en uno de sus libros: “Todos nosotros existimos porque Dios nos ama. Su amor es el fundamento de nuestra eternidad. Aquel a quien Dios ama no perece jamás”.
El amor es el todo en nosotros y esta consideración le hace escribir a San Pablo: “Ya puedo hablar todo inspirado y penetrar todo secreto y todo saber; ya puedo tener toda la fe, hasta mover
montañas, que si no tengo amor no soy nada”. (1Cor 13,2). Y esto es así, ya que el hombre se asemeja tanto más a Dios, cuanto más ama y su amor es más perfecto. El amor es el todo, es la única fuerza capaz de superar los conflictos y las disociaciones de este mundo. Y María nuestra Madre amada, es la que mejor refleja esta imagen del amor que genera del Señor, entre todas las
criaturas.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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