Los estados de ánimo del ser humana son muy variados, unos son positivos y otros negativos.
Pero primeramente comenzaremos señalando, que el término “ánimo” o “ánima”, puede tener su raíz etimológica en dos ideas, una es la de respiración o soplo y la otra es la de alma. Son muchas las veces que en lugar de emplearse el término alma, se emplea el de “ánima”; por ejemplo, las ánimas del purgatorio, en lugar de decir, las almas del Purgatorio. Y todo se relaciona en su etimología, pues la acepción de ánimo, como respiración o soplo, nos lleva a meditar sobre la
creación divina del alma humana: “Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”. (Gn 2,7). Es el soplo divino que insufló el alma en el cuerpo formado de barro, de materia. De forma tan simple como expresiva, se nos hace ver que la persona está formada por dos partes diferentes, una espiritual
e invisible que no se ve, como tampoco vemos el aire que soplamos y otra material, cual es el barro.
Y escrito lo anterior, nada de extraño tiene que se emplee la expresión “estados del alma”, en lugar de “estados de ánimo”, porque siempre es la parte noble de la persona, es el alma y no el
cuerpo, la que sufre y goza, la que se alegra y se entristece, la que ama y odia, la que está ansiosa o apática, la que tiene buen carácter o mal carácter, la que muestra siempre bondad y servicio, y la que solo muestra mala uva o amargura. Además de ser variados los estados de ánimo, todos los positivos se relacionan entre sí, al igual que los negativos también se relacionan entre sí. Una persona amargada, nunca es una persona alegre ni feliz y una persona alegre y feliz, nunca se encuentra triste ni resentida. Al ser los estados anímicos, estados propios de nuestra alma y ser esta, la parte de nuestro ser que se relaciona con Dios, puesto que es a través del alma y no de la materialidad del cuerpo como nos relacionamos con Dios, resulta del todo lógico, que nuestros “estados de ánimo, o de alma”, tengan mucho que ver con nuestra personal relación con el Señor.
Los estados del alma pueden ser continuos o circunstanciales. Así por ejemplo hay personas que viven continuamente angustiadas y otras solo se angustian circunstancialmente, como es por ejemplo el momento que un estudiante, cuando espera que le notifiquen el resultado de sus exámenes. Y a su vez, tal como antes hemos escrito, los estados del alma pueden tener un carácter negativo o positivo, así tenemos personas de naturaleza siempre alegres y otras siempre tristes. Es de ver que en general, la gente joven es más propicia a estados del alma positivos y conforme
se avanza en edad, se suele decir que cuanto más viejos más gruñones, lo cual hasta cierto punto es real, pero es de ver, que existen muchas excepciones que confirman la regla, pues hay muchos jóvenes agoreros y negativo, y viejos optimistas, que se marcharán de este mundo viendo siempre la botella medio llena y no medio vacía.
Nuestro estado de vida espiritual, tiene mucha importancia en relación con nuestro estado del alma. La alegría interior que tiene un alma, que permanentemente vive en estado de gracia y está
sumergida en el fuego del amor del Señor, le impide y para ella es imposible que esa alma, pertenezca a una persona que por ejemplo viva amargada.
El origen de la amargura humana, puede ser vario, pero en general suele nacer de la frustración de unas esperanzas que nunca ya, se podrán materializar. En la vida con más o menos intensidad, a todo el mundo se le han frustrado unas determinadas esperanzas de distinta naturaleza; habrá costado más o menos trabajo aceptar la frustración, pero no es lo normal y además es peligroso, mantener durante toda la vida la amargura de esa frustración, porque con el paso del tiempo, este en vez de cerrar la herida, lo que hace es agrandarla.
La amargura humana, así considerada, es una falta de conformidad con la voluntad de Dios. Cuando falta la fe, falta la vida espiritual interna y lógicamente el alimento de esta vida, que son la
oración, y el concurso sacramental, lo que a su vez determina la falta de la gracia divina, para poder superar las pruebas y tentaciones de este mundo. Y sin la asistencia de las divinas gracias no es posible tener una perfecta conformidad con la divina voluntad. Eh aquí, la razón y el porqué, muchas personas arrastran durante toda su vida, un estado de ánimo negativo, sea de amargura, de tristeza, de angustia, sufrimiento, de pesar… etc. La falta de aceptación de
la divina voluntad.
Si nos ponemos a mirar en nuestra vida y en las vidas de las personas de las que tengamos conocimientos por estar en nuestro entorno, veremos que todo el mundo, no en su juventud pero si en su madurez y sobre todo en su senectud, a lo largo de su vida ha tenido razones, para haberse amargado la vida refugiándose en determinados negros recuerdos. Y en general con más o menos prontitud, se va aceptando, con el paso el tiempo la voluntad de Dios.
Aquí estamos para cumplimentar la voluntad de Dios, y así el Señor nos dejó dicho: “…, mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado, y dar cumplimiento a su obra”. (Jn 4,34). Y más adelante y también en San Juan se puede leer: “…, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envío”. (Jn 6,38). Amar la voluntad de Dios es el todo porque sea bueno o malo lo que recibamos, siempre es enviado o permitido por Dios como lo que más nos conviene para nuestra eterna salvación.
Decía Walter Hooper: “En ultima instancia, solo hay dos clases de personas: la que le dice a Dios: “Hágase Tu voluntad”, y aquellas a quienes Dios dice, en el ultimo instante: “Hágase tu voluntad”. Todos los que están en el infierno lo han decidido así. Sin este auto elección no podría existir el
infierno. Ningún alma que desee la felicidad seria y constantemente la perderá”.
En realidad, no hay nada que Dios desee tanto de nosotros como la aceptación plena y absoluta de su voluntad divina en todas y cada una de sus manifestaciones. Dios no quiere forzar nuestra
libertad, y la respeta siempre y en todas partes; pero quiere que se la entreguemos libremente por la aceptación, plena, voluntaria y absoluta de su divina voluntad… porque en esa aceptación absoluta, rendida y por amor, encuentra Dios su propia gloria y nosotros nuestra verdadera y auténtica felicidad.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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