jueves, 1 de diciembre de 2011

VIVIR EN LA OSCURIDAD DE LA FE



Esta es la situación que se le presenta a todo ser humano, que llega a este mundo.

Vivir en la oscuridad de la fe, en cuyo caso pasa a formar parte del grupo de los llamados creyentes, o vivir de espaldas a la fe. Hay una clara división, entre los afortunados que llegan a este mundo dentro de una familia católica y en un país en el que al menos antes se titulaba de católico, y pese a los esfuerzos de muchos gobernantes y los hay dentro de todos los grupos que se disputan el poder, España aún sigue teniendo raíces católicas y lo seguirá siendo, pues en el plano humano hay un viejo refrán, que nos dice que: Todas las aguas, al final siempre vuelven a su cauce, y en el plano sobrenatural la oración es una tremenda palanca con un poder desconocido para los que viven de espaldas a la fe, y son más de uno los que rezamos y movemos en silencio esa palanca que Dios nos da.

En la división de que antes hablábamos, los afortunados que llegan a este mundo con todo resuelto en el plano sobrenatural y a los pocos días adquieren la condición de hijos de Dios, por el Bautismo, adquieren una privilegiada situación, en el orden sobrenatural, pero ¡ah! también adquieren una gran responsabilidad de la que muchos no son conscientes y el día de mañana serán medidos con distintas varas, de aquellas que se les aplicarán con menos rigor, a los que habiendo nacido paganos, y apoyándose solo en su sentido común y la impronta del deseo de buscar a Dios, que él implanta en todo ser humano, llegan a encontrarlo y se bautizan en edad adulta, previo un catecumenado.

En cuanto a los que viven de espaldas a la fe, que tanto pueden ser bautizados en su niñez, como jamás bautizados, solo nos resta pedir por ellos, pues la grandeza de Dios es de tal tamaño que los ama con pasión y con ferviente deseo de que caminen hacia Él. También aquí las varas de medir serán distintas y mucho más severas las que se le aplicarán a los bautizados, que despreciando el sacramento que les abría las puertas del cielo, hayan vivido toda su vida de espalda a la fe.

Y no es el catolicismo una religión dura con la apostasía. Ahí tenemos por ejemplo, a los musulmanes, que al creyente que hace apostasía bautizándose, conforma a la sharia, es reo de muerte y debe de ser ajusticiado. Nosotros lo lamentamos y rezamos, porque el poder de Dios es inmenso y con la oración se logran maravillas, pero eso sí, siempre hay que tener mucha paciencia y perseverancia en la oración: No se tomó Zamora en una hora.

Y en cuanto a nosotros, los que somos creyentes y vivimos dentro de la oscuridad de la fe, precisamente por no ver, nos hacemos un montón de preguntas. Y muchas de ellas nos las podríamos responder adecuadamente si en vez de emplear los ojos de nuestra cara, que son lo que más usamos, empleásemos los ojos de nuestra alma, que todos unos más y otros menos los tenemos cerrados, por las legañas de nuestra indolencia en no desarrollar nuestra vida interior o espiritual.

Ahora que tan de moda está eso de la transparencia, hay quienes se preguntan: Pero bueno, ¿no podría haber sido más transparente el Señor y mostrarse algo más? Así nadie dejaría de creer en Él y sabiendo que verdaderamente Él existe, el temor a Dios frenaría muchas conductas y no habría tanto mal en el mundo…. ¡Craso error!, es el dar por buena esta falacia. Son muchas las razones que podemos dar para rebatir este sofisma.

La primera, nace de la consideración de que nos aplastaría a cualquiera de nosotros que tuviésemos una visión de lo que denominamos el rostro de Dios”. No estamos capacitados y sobre todo purificados para poder contemplar el rostro de Dios. Si leemos los primeros capítulos del Génesis, llegaremos a la conclusión de que Adán y Eva antes de desobedecer a Dios, o sea de pecar, veían a Dios cara a cara, era prístinamente puros. El Génesis dice: Los dos, el hombre y la mujer, estaban desnudos, pero no sentían vergüenza. (Gn 2,24). Solo después del pecado, fue cuando tomaron conciencia de su error. Y de haber perdido su pureza, y se cubrieron: Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera”. (Gn 3,7). Dejaron de ser puros y nació la concupiscencia esa tendencia al mal, que tenemos que vencer. Nuestros primeros padres nos legaron la concupiscencia, no como un castigo que a ellos solo les correspondía, pues fueron ellos los que pecaron en el Paraíso y no nosotros, sino porque nadie da lo que no tiene, y ellos no nos podían transmitir una pureza que habían perdido, y a cambio de ella nos transmitieron la dichosa concupiscencia”. Solo un alma totalmente pura puede soportar la inmensa belleza de la luz de amor del Señor y la gloria que de ella emana y participar de ella, que es a lo que estamos convocados en esta prueba de amor en este mundo para con amor a Dios hacernos puramente dignos de su presencia.

La segunda consideración está en línea con lo antes dicho sobre los ojos del alma, a Dios se le puede intuir, ver y amar, pero no empleando nuestro cuerpo, sino nuestra alma. Dios es Espíritu puro, carece de cuerpo, porque el cuerpo, nuestro cuerpo, es pura materia corruptible. Nuestra alma es la que se relaciona con Dios y lógicamente cuanto más desarrollada tengamos la vida interior de nuestra alma, más veremos y mejor comprenderemos las cosas de Dios. Es de tener presente que nuestra relación con Dios se establece con nuestra alma que la parte noble de una persona, no con nuestro cuerpo. Dios le habla a nuestra alma no a nuestro cuerpo.

En contra de los que muchos piensan y proclaman en programas seudocientíficos, el alma no está en el cerebro o en la mente, que es la función que nace de las neuronas de cerebro. El cerebro es materia y el alma es espíritu. Otra cosa es que la mente, sea una de las tres potencias que tiene el alma a su disposición para acercarse a Dios. En conclusión, solo el alma humana está capacitada para ver y amar a Dios.

Existen varias consideraciones más, por ello vamos a añadir una tercera. Y ella es el tremendo beneficio que nos proporciona la oscuridad de la fe, porque sin ella nunca podríamos adquirir los méritos que conseguimos con creer sin ver. Estos méritos son muy distintos para cada uno de los creyentes, pues nadie tiene el mismo grado de fortaleza en su fe. El demonio bien los sabe y una de sus actuaciones favoritas consiste en suscitar las llamadas dudas de fe, que muchos soportamos y que como tentaciones que son, al ser vencidas humillan al demonio y acrecientan nuestros méritos para el cielo y aquí abajo fortalecen nuestra fe, con un efecto secundario muy importante, cual es, el de que se aumenta nuestro grado de amor a Dios, pues aumentando nuestra fe aumentamos nuestra esperanza, y sobre todo nuestra amor a Dios, con el consiguiente beneficio de recibir más gracias sacramentales, y un mayor desarrollo de la vida espiritual de nuestra alma.

Solo cuando estemos puramente limpios de toda raíz de pecado o vicio, estaremos en disposición de contemplar el rostro de Dios. Es muy difícil, pero hay quien lo consigue ya en esta vida y no pasa por el Purgatorio. Personalmente, firmaría en blanco, ahora mismo, el tener ya asegurado el ir al Purgatorio, pues nadie está libre de la eterna condenación y da escalofrío la irresponsabilidad e inconsciente alegría, con que la gente se toma eso del demonio y del infierno. No cabe la menor duda, de que satanás es un tío muy inteligente, como espíritu puro mucho más que una persona. Y al parecer antes de la caída, ya era considerado el más bello e inteligente; quizás debió de tener un empacho de inteligencia, cuando se levantó al grito de non serviam, no serviré.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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