miércoles, 14 de diciembre de 2011

TÚ LO DISPONES TODO SEÑOR



Escribe San Pablo: Nada ni real ni imaginable escapa a la divina providencia. (Rm 8,38-39).

Es decir, dicho en otras palabras, nada perteneciente ni al mundo material (real) ni al mundo espiritual (imaginable), puede escapar a la intervención divina en la vida humana. El Señor en su absoluta infinitud e ilimitación de sus atributos, control todo, es un simple pasatiempo para Él.

Como sabemos tenemos cuerpo y alma, aunque haya quien en su demoníaca tozudez, niegue la existencia del alma y diga que ella es simplemente la función del cerebro. El cuerpo, nuestro cuerpo es el rey de nuestra materia y en él se desarrolla nuestra vida material visible, de la misma forma que nuestra alma es la reina de nuestra vida espiritual, que es nuestra íntima vida interior e invisible a los demás, pero no a nosotros mismos. Pero estas dos partes de nuestra persona, siempre están en guerra, sus intereses son contrapuestos, es por ello que el hombre no encuentre la paz personal interna en este mundo. De aquí que San Agustín dijera: Señor nos creaste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti. Es decir, nadie encontrará la paz, hasta que esa guerra que soportamos interiormente no termine con la derrota de la materia por el espíritu, y no al contrario, porque si es nuestro cuerpo el que termina derrotando a nuestra alma, jamás se podrá alcanzar ni la paz, ni la eterna felicidad que nos da la salvación de nuestra alma.

Y en esta guerra, entre satisfacer las demandas de nuestro cuerpo, o las demandas de nuestra alma, se establece una lucha, llamada lucha ascética. Esta una lucha, entre la concupiscencia de nuestra carne y el deseo de amor a Dios que demanda nuestra alma.

San Pablo nos anima en esta lucha cuando nos dice:
Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios”. (Ef 6,10-17). Pues el Señor se hizo hombre para que todos ganásemos esta lucha.

Los Padres gustaban decir: Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda llegar a ser Dios. Y San Atanasio de Alejandría precisaba Dios se ha hecho portador de la carne para que el hombre pueda llegar a ser portador del espíritu.

Y continua San Pablo, diciéndonos: "Por eso no desfallezcamos. Aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, en cuanto no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, más las invisibles son eternas. (2Co 4,16-18).

Y para vencer en esta lucha ascética, en la que tanto no jugamos, disponemos de la constante gracia divina, que Dios siempre da al que se la pide, pero también el que la recibe, ha de usarla: Recordemos la parábola de los talentos; se premió a los que usaron los talentos, y se le quitó al que no lo usó, porque como dice la parábola: Al que tiene se le dará más y al que no tiene, se le quitará inclusive lo que cree que tiene. Dios no regala su gracia como en una tómbola, cuando su gracia no es utilizada, Él la retira. Y retirada la gracia de Dios, la vida espiritual de un alma no puede subsistir y en cuanto a la material, el que carezca de vida interior, jamás encontrará la paz de Dios.

La intervención del Señor para que ganemos la partida es muy clara, por ello San Pablo nos dice: Sabemos que Dios interviene en todas las cosas tornándolas para bien de los que le aman. (Rm 8,28). Pero Dios tal como nos dice la carmelita descalza, Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), solo actúa por razón de amor: Dios no quiere ejercer su dominio sobre los espíritus creados, sino como una concesión que estos le hacen por amor. Él conoce los pensamientos del corazón, penetra con su mirada los más profundos senos y reconditeces del alma a donde ella misma no podía llegar, de no ser iluminada con luz especial a propósito. Pero no quiere apoderarse de lo que es propiedad del alma, sin que ella misma consienta en ello.

Nosotros sin la ayuda de la gracia divina nada podemos: Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. (Jn 15,5). Sin la ayuda divina, es imposible desarrollar una vida espiritual, que nos acerque cada día más al Señor.

Desde luego que Dios, lo que desea es que todos nos salvemos y todos lleguemos a la felicidad de la vida eterna, es lo que se conoce con el nombre de la Voluntad salvífica universal del Dios”, y para conseguir este fin, Dios tiene una total intervención en nuestras vidas, tanto en el orden material como en el orden espiritual, y dispone todo para que logremos nuestra eterna salvación. Pero,…. hay un pero muy importante, y es que en esta labor que lleva a cabo el Señor, jamás de los jamases, coartará el libre albedrío que nos regaló cuando nos creó. Y esto es así, porque el necesita que vayamos hacia Él y aceptemos su amor, por razón de amor. Y esto no puede ser de otra forma, porque el amor solo se da dentro del marco de la libertad, si no hay libertad de amar o rechazar, nadie puede amar de verdad.

En resumen, es de ver que Dios lo dispone todo, para que vayamos a Él, pero libremente, por amor y nunca coaccionado, porque un amor coaccionado no es posible que sea amor porque rompe con la esencia del amor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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