Todo aquel que se encuentre en estado de gracia y aunque solo sea medianamente, le preocupen los temas del alma.
Él, sabe perfectamente que su mayor enemigo es el demonio, y tiene dentro de su mente muchas preguntas incontestadas sobre este tema de demonio, preguntas que nadie, ha sabido contestarle, y estoy seguro que ello, es más por desconocimiento que por falta de voluntad, lo cual es normal, si pensamos que no es mucho lo que el Señor quiere que sepamos sobre este tema y lo poco que sabemos son retazos de textos bíblicos sacados de aquí y de allá e interpretada a nuestro mejor saber y entender pues la simbología que muchas veces estos textos encierran, puede interpretarse de varias formas o maneras. Por otra parte, es de reconocer, que si existen revelaciones privadas, pero que tampoco nos ayudan mucho.
En cuanto a las revelaciones públicas del Señor, de ellas se desprende un algo totalmente evidente, que acaba con todas las ideas, que el propio demonio hace creer, incluso a teólogos y personas consagradas al servicio del Señor, de que “el demonio no existe”. ¡Vamos! que el demonio es una invención de las oscuras mentes de los clérigos medievales. Qué más quisiera el demonio, que nadie creyese en su existencia, de lo que desgraciadamente ahora mismo lo está siendo a nuestro alrededor, para poder así hacer más efectiva su labor.
En el Antiguo Testamento la palabra Satán figura 18 veces. En el Nuevo Testamento en 35 ocasiones se menciona la palabra diablo y 21 veces se utiliza la palabra demonio. Y mencionemos solo de pasada las tentaciones demoniacas que soportó el Señor en el Desierto de Judá. (Mt 4,1-11). El cardenal Ratzinger, entonces prefecto del Santo oficio, hoy en día Benedicto XVI, acerca de una pregunta que el periodista Vittorio le hizo sobre la existencia del demonio, le contestó: La Iglesia no lo ha declarado nunca dogma, la existencia del demonio, porque su existencia es de una evidencia y rotundidad que nunca lo ha creído necesario. En los evangelios hay evidencias que no dejan lugar a dudas en las manifestaciones de nuestro Señor, pero quizás haya que plantearse este problema.
El demonio es nuestro tentador e instigador por excelencia. El demonio es un ser oscuro y perturbador que verdaderamente existe, aunque a muchos haya logrado convencerles de su no existencia, y que actúa sobre nosotros con astucia utilizando su superioridad mental sobre la nuestra; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana. Todo el sufrimiento que existe en el mundo es consecuencia y ha sido generado por el mal, y este ha sido generado por el pecado que es la ofensa a ofensa a Dios. El pecado, la ofensa a Dios, es siempre a su vez, instigada por el demonio, que es nuestro enemigo número uno, el cual arrastrado por su odio a Dios quiere apartarnos de Él, nos porque él nos ame, pues nos odia de la misma forma que odia a todos y a todo, incluidos los demás demonios ya que lo suyo es el reino del odio que es la antítesis del amor. Él, lo que desea con nuestra condenación, es tratar de vengarse de Dios, pues sabe perfectamente que nosotros somos todos criaturas extremadamente amadas por Dios.
Santo Tomás de Aquino por un lado y San Juan de la Cruz por otro, afirman ambos, que tenemos tres tentadores: el demonio, el mundo de nos rodea y nosotros mismos, o sea, nuestro dichoso amor propio. Y de estos tres peligros San Juan de la Cruz, sostiene que el tentador más peligroso somos nosotros mismos porque nos engañamos solos. Y así es como entramos en el tema que nos ocupa, porque en definitiva fue el amor propio, si no la causa única si la más esencial que determinó la caída de Luzbel.
Sabido es que los ángeles son espíritus puros, creados por Dios al igual que nosotros hemos sido creados también por Él, nuestra diferencia esencial con ellos estriba en que nosotros somos a la vez cuerpo y alma, y como quiera que el orden corporal o material es inferior al orden espiritual, el resultado es una mayor superioridad de los ángeles sobre nosotros, al ser estos solamente espíritus puros. Pero es de ver que nosotros podemos minimizar esa diferencia en cuanto más nos espiritualicemos y menos nos materialicemos. Y este proceso está en nuestras manos sin límite alguno de crecimiento en nuestra espiritualización, que nos la proporciona el amor al Señor.
A la pregunta que plantea el título de esta glosa, la contestación la da Juan Pablo II el 23 de julio de 1986. Y nos dice: “Como dice claramente la Revelación, el mundo de los espíritus puros [ángeles] aparece dividido en buenos y malos. Pues bien, esta división no se obró por la creación de Dios, sino con base en la propia libertad de la naturaleza espiritual de cada uno de ellos... Los espíritus puros han sido sometidos a una prueba de carácter moral. Fue una opción decisiva.... La opción realizada sobre la base de la verdad de Dios, conocida de forma superior dada la lucidez de sus inteligencias, ha dividido también el mundo de los espíritus puros en buenos y malos. Los buenos han elegido a Dios como Bien supremo y definitivo... Los otros, en cambio, han vuelto la espalda a Dios... Han hecho una elección contra la revelación del misterio de Dios, contra su gracia... Basándose en su libertad creada, han realizado una opción radical e irreversible, al igual que la de los ángeles buenos, pero diametralmente opuesta: en lugar de una aceptación de Dios, plena de amor, le han opuesto un rechazo inspirado por un falso sentido de autosuficiencia, de aversión y hasta de odio, que se ha convertido en rebelión”.
Ante nosotros este tema de la rebelión de los ángeles aparece como una decisión de ellos, inexplicable, aparece como incomprensible que un numeroso grupo de ángeles se revelara contra Dios después de haber tenido, si no la visión beatífica definitiva, sí una experiencia sobrenatural de la Divinidad, innegable y bellísima, y que decidieran romper con el Altísimo con aquel famoso “Non serviam”, no te serviré.
En nuestra lucha espiritual o ascética, siempre al final tenemos que enfrentarnos a una disyuntiva, o amamos al Señor, o nos amamos a nosotros mismos. Explica el Papa Wojtyla: “¿Cómo comprender esta oposición y rebelión a Dios en seres dotados de unas inteligencias tan vivas y enriquecidas con tanta luz? ¿Cuál puede ser el motivo de esta radical e irreversible opción contra Dios, de un odio tan profundo que puede aparecer como fruto de la locura? Los Padres de la Iglesia y los teólogos no dudan en hablar de “ceguera”, producida por la supervaloración de la perfección del propio ser, impulsada hasta el punto develar la supremacía de Dios que exigía, en cambio, un acto de dócil y obediente sumisión. Todo esto parece expresado de modo conciso en las palabras “No te serviré” (Jer 2,20), que manifiestan el radical e irreversible rechazo de tomar parte en la edificación del Reino de Dios en el mundo creado. Satanás, el espíritu rebelde, quiere su propio reino, no el de Dios, y se yergue como el primer adversario del Creador, como antagonista de la amorosa sabiduría de Dios. De la rebelión y del pecado de satanás, como también del pecado del hombre, debemos concluir acogiendo la sabia experiencia de la Escritura que afirma: “En el orgullo está la perdición” (Tob 4,14)”.
Su amor propio les hizo mirarse solo a sí mismos y de ahí les llegó su perdición. Solo Dios es increado, todos los demás ángeles y humanos hemos sido creados por Dios y cuando el objeto de la creación divina, sean ángeles o personas, lo son con plena libertad tienen la capacidad regalada por Dios de escoger entre el Amor que Dios nos ofrece, o el amor solo a nosotros mismos. Mientras el amor a Dios genera humildad y fortaleza, el amor a uno mismos, el amor propio genera soberbia y debilidad adobada con odio. El que voluntariamente renuncia al Reino de Dios, renuncia al amor, pues solo Dios que es amor (Jn 4,16) es el que genera todo el amor. El que renuncia al amor de Dios, escoge el reino del odio que es la antítesis del amor. Y el que se integra en el reino del odio, ese mismo odio le impide su posible arrepentimiento, para poder dar el salto al reino del amor.
En referencia al carácter eterno del castigo del demonio, y de las almas de los hombres condenados, el papa Virgilio promulgó contra Orígenes el siguiente canon dogmático: “Si alguno dice o siente que el castigo del demonio o de los hombres impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, o que se dará la integración de los demonios o de los hombres impíos sea anatema”. El infierno amén de tener una existencia eterna, al igual que el cielo, nunca se acabará y se encuentra estructurado jerárquicamente. Las penas de los condenados no son todas iguales. El P. Gabriele Amorth, exorcista de la diócesis de Roma, y gran especialista en el tema escribe: “El Apocalipsis nos dice que los demonios fueron precipitados sobre la tierra: su condena definitiva aún no se ha producido, si bien la selección efectuada en su momento que distinguió a los ángeles de los demonios, es irreversible. Los demonios, todavía conservan por tanto, un poder permitido por Dios, aunque 'por poco tiempo”’. Por eso apostrofan a Jesús: “¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?”. (Mt 8,29)”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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