Dios es absolutamente omnipotente.
Ni en el universo, ni en ninguna parte o lugar, de lo conocido por nosotros, ni en lo desconocido, ni en lo visible ni en lo invisible, nada escapa a la omnipotencia de Dios. Nada escapa a su infinito poder, a su omnisciencia, a su omnipresencia, a su eternidad, a su total benevolencia, o a cualquiera de sus atributos o cualidades. Dios es el Todo de todo. Todo lo domina, todo lo organiza, y todo se desarrolla, conforme a las leyes por Él creadas y el plan dentro del cual se desarrolla nuestra vida humana.
El otro día, una amable y fiel lectora de esta glosas, me hizo un comentario acerca del salmo 126, diciéndome que era su favorito y me llamó mucho la atención este comentario, pues es el caso, de que también para mí este salmo es mi favorito, y muchas veces lo utilizo en mis rezos, ya que con esa belleza de expresión, de la que todos los salmos hacen derroche, este salmo nos pone de manifiesto que Dios dada su inmensa e infinita grandeza, está siempre pendiente del bien de sus criaturas, que en este caso somos todos nosotros, los creyentes y los incrédulos, los practicantes y los tibios en sus relaciones con Él.
El salmo 126, dice así:
Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!. La herencia que da el Señor son los hijos; su salario, el fruto del vientre: son saetas en mano de un guerrero los hijos de la juventud. Dichoso el hombre que llena con ellas su alijaba: no quedara derrotado cuando litigue con su adversario en la plaza. (Sal 126 1-5).
No es este un salmo muy extenso, pero sí muy expresivo y jugoso. En el universo, en el mundo y concretamente en nuestras vidas, nada absolutamente nada pasa, ni puede pasar, que no haya sido deseado o permitido por Dios. Él es el ejecutor de todo, nosotros solo somos de buena o de mala gana, sus colaboradores. A Él, no le resultaría necesaria la cooperación humana, no la necesita puede prescindir de ella, máxime viendo el pésimo resultado que en su amor a Él, el género humano le está dando. Pero solo en atención a una exigua minoría de personas, que existen en el mundo entre los cerca de seis millones de seres humanos que ahora lo habitan, el Señor aguarda pacientemente a que se le llegue a amar.
Él constantemente nos está solicitando, que cumplamos con la función para la que Él nos creó, para que nos integrásemos en su amor, pero el hombre hace oídos sordos y prefiere amar y apegarse a los bienes que él ha creado y puesto a disposición nuestra en la tierra, en la estúpida creencia de que estos bienes valen más que Él que los creó. Bien nos vendría recordar lo que nos narra la Biblia sobre lo que ocurrió en Sodoma, Gomorra y en Nínive que escapó de su destrucción, gracias a la predicación de Jonás.
El Señor, todo lo que pide es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestras propias fuerzas y nuestros necios planes, por humildad y abandono; Él hará el resto. Porque sin Él ni podemos construir la casa y cumplir la función de los centinelas. Pero eso sí, quiere que cooperemos con su Providencia. Él construye la casa pero quiere que nosotros cooperemos en la construcción. Porque somos seres creados con necesidad de Dios, nosotros necesitamos de Él. Dios a nosotros, no nos necesita para nada; somos nosotros los que para todo le necesitamos a Él. Hemos de acostumbrarnos a sentir nuestra necesidad de Dios, que es quien solamente puede satisfacernos en plenitud, en todas estas ansias humanas que nos dominan y que somos incapaces de controlar.
En el desierto el pueblo judío, sin protección ni ayudas materiales, tenía profunda conciencia de su dependencia total de Dios; conducidos por Moisés, se dirigían constantemente a Dios en súplica de ayuda. La providencia cuidaba de ellos día tras día, mes tras mes, y el pueblo servía a Dios a pesar de las murmuraciones de algunos. Pero cuando el pueblo llegó a la tierra prometida, y alcanzaba la prosperidad, entonces se olvidaba de Dios. Y esto es así, porque la verdadera barrera que nos separa de Dios es la de la autosuficiencia, la barrera de no necesitar a Dios, de creernos que podemos bastarnos solos y no necesitar a Dios. ¡Soberbia y orgulloso! Que es lo que a todos nos domina. Seamos humildes, no se le puede ayudar al hijo pródigo, mientras este se cree que se las puede arreglar por sí mismo, solo cuando su orgullo es vencido por su humildad, es cuando acude arrepentido al padre.
Tristemente estamos viviendo en un mundo, que no es que ya, se hagan alardes de no tener y querer depender de Dios y lo olvide, sino lo que es peor aún, aceptando demoniacas tentaciones, estúpidamente lo combate y lo menosprecia. Quizás lo que ahora vivimos no lleguemos a verlo, pero la lección del final de Sodoma y Gomorra, por el camino que está marchando este mundo, está ya cerca. No se quiere depender de Dios, su auto suficiencia y orgullo le impulsa a este hombre actual, a no a depender de Dios, ¡cómo si ello fuese posible!, sino a librarnos de Él como un viejo prejuicio de pasadas generaciones.
Pero lo más auténtico lo real está ahí y ya San Juan de la Cruz, escribía que hemos sido creados para necesitar de Dios, que tenemos a nuestra disposición, una capacidad infinita de Dio y ¡Ahí de nosotros! Si tratamos de vivir al margen de esta realidad. Confiemos en Dios, lo necesitamos, porque el secreto de nuestra fuerza y nuestra grandeza consiste en que estemos vinculados a la cabeza y no nos podemos, dejar de guiar y conducir por Él; No tratemos de aislemos de Él, no nos apoyemos en nosotros mismos sin contar con Él, no nos abandonemos a una necia y orgullosa confianza en nosotros mismos, pues al final vamos a salir muy mal parados.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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