Me gustaría detenerme en este mismo instante. ¿Por qué tanta agitación? Ya no se detenerme. Me he olvidado de rezar, se me olvida que estás ahí.
Un día y otro día regreso a Ti, Señor. A veces no es continuo mi acercamiento porque hay “otras cosas” que me entretienen, que me ocupan y me olvido de Ti. Y hay ando queriendo ser yo la que arregla las cosas, ser yo la que les doy solución a los problemas pero sin tu ayuda… porque me creo suficiente.
Paso por momentos difíciles, me entra la angustia, el miedo, la tristeza, me veo débil, vulnerable, y es entonces que me acuerdo de Ti y se que tu siempre me estás esperando. Por fin, rendida de mis afanes, de mis luchas y muchas veces de mis equivocaciones… regreso a Ti. Vuelvo a recordar tus palabras: “Vengan a mi, todos los que estén fatigados y agobiados por la carga, que yo les daré alivio” Mt.11, 28.
¡Hay días que todo parece hecho para sacarnos de quicio! Hay días que uno y mil detalles, pequeños quizá, nos ponen con los nervios de punta y sentimos que la paciencia se nos termina ante tanta contrariedad.
Hoy, Señor, es uno de esos días... Necesito que me ayudes, que des sosiego a mi alma, paz a mi mente que parece caballo desbocado y esa impaciencia me hace mucho daño.
Al abrir los ojos ante un nuevo día lo primero que debí hacer es poner mi mente y mi corazón para darte gracias, después pedirte. Pedirte sin temor de abrumarte. Es la manera de involucrarte en nuestro diario vivir. Tu como Padre bueno nos escuchas y sabes de todas nuestras necesidades, aún mejor que nosotros, pero quieres que te lo pidamos y así hacemos un diálogo directo contigo. "Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá" - nos dices.
No siempre se cumplen nuestros deseos al pie de la letra pero hemos de estar seguros que alguna gracia nos llegará en lugar de aquello que pedimos con todo el corazón y no se nos dio porque los planes de Dios no siempre coinciden con los nuestros. Lo que siempre debemos de pedir con gran fe es que nos llene de paciencia para vivir el nuevo día que se abre ante nosotros.
La paciencia es una virtud que hace que soportemos los males con mucha más aceptación. Dicen que la paciencia es más útil que el valor. Nos da la cualidad de saber esperar con tranquilidad las cosas que tardan en llegar y nos hace más llevadero todo aquello que nos alcanza y nos hace sufrir: enfermedades, reveses de fortuna, momentos de dolor y prueba, impotencia ante una amarga situación, etcétera. Todo esto con paciencia será mejor llevado y dará a nuestro diario vivir la paz anhelada.
Mil cosas vendrán que pondrán a prueba nuestra dosis de paciencia. Por eso hay que tener un verdadero caudal, fuente inagotable de la que siempre podamos beber. ¡Qué no se nos acabe la paciencia! porque si ella se nos termina rápidamente ocupará su lugar en nuestra alma la desesperación, la irritación, el mal modo, el abatimiento, el enojo y tal vez la ira. La ira es uno de los pecados capitales que más nos desgarra el alma, nos convulsiona, nos enloquece hasta perder toda dignidad y compostura. Voy a ejercitar en todas las cosas mi paciencia.
En este mundo actual es una de las virtudes más difíciles de poseer y sin embargo es de las más necesitadas precisamente por la forma de vivir tan compulsiva y apremiante que tenemos.
La paciencia y la paz van siempre unidas. En mi caminar por la vida, si tu me ayudas Jesús, voy a encontrar y poseer una paciencia a prueba de todo y la paz se me dará por añadidura. Sé que no es fácil, ante ciertas circunstancias y personas tener paciencia, pero hay que pedírtela.
Señor ¿por qué a veces se me olvida que estás ahí? Todo el día corriendo para acá y para allá. Debo detenerme…
“Señor, me gustaría detenerme en este mismo instante. ¿Por qué tanta agitación? ¿Para qué tanto frenesí?. Ya no se detenerme. Me he olvidado de rezar. Cierro ahora mis ojos. Quiero hablar contigo, Señor. Quiero abrirme a tu universo pero mis ojos se resisten a permanecer cerrados. Siento que una agitación frenética invade todo mi cuerpo, se agita, esclavo de la prisa. Señor, me gustaría detenerme ahora mismo. ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué tanta agitación?. (Hasta aquí una parte de su escrito para terminar así). Mi corazón continua latiendo pero de una manera diferente. No estoy haciendo nada, no estoy apurándome. Simplemente, estoy ante Ti, Señor. Y qué bueno es estar delante de TI. Amén". P. Ignacio Larrañaga.
Ayúdame mi Señor, en todas las pruebas que me salgan al paso.
Autor: Ma. Esther De Ariño
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