viernes, 26 de noviembre de 2010

JUVENTUD, ¿DIGNA DE CONFIANZA?


¿Confiamos realmente en los jóvenes como para apostar por ellos? ¿Creemos en su lealtad y generosidad para dar un sí?

Al pensar en la juventud actual solemos imaginar a adolescentes y a jóvenes egoístas, centrados en sí mismos y sin grandes ideales. Al hablar de jóvenes en general tendemos a enfatizar su desorientación, materialismo, exigencias de gratificación inmediata… Evocar a la juventud católica suele generar diálogos sobre su apatía y desinterés religioso.

Es cierto que innumerables jóvenes están esclavizados por la droga y la violencia y otros tantos, carecen de sentido en la vida, se dejan llevar por antivalores y creencias falsas… Además, miles de jóvenes católicos llevan una vida sana, pero recuerdan a Dios sólo cuando necesitan su ayuda.

Jesús nos invita a velar por sus ovejas que están fuera del redil (Lc 15, 4-7) y ¡hay tantos jóvenes que necesitan su amor liberador! La Iglesia responde a esta necesidad imperante señalando que los jóvenes son los mejores evangelizadores de los jóvenes. Pero la teoría es una cosa y la práctica es otra; demasiados adultos, incluso maestros de religión en los colegios, sacerdotes, religiosas, padres de familia, agentes de pastoral… no confían en los jóvenes, pues tienden a resaltar la apatía y rebeldía característica de muchos de ellos.

De aquí se desprende que mucha gente piense que la Iglesia no cuenta con jóvenes apasionados por Jesús y su evangelio. Sin embargo, existen jóvenes católicos seguidores de Jesús, que tratan de vivir según sus enseñanzas y están dispuestos a continuar su misión. Son adolescentes y jóvenes para quienes la acción pastoral es agua cristalina y pastos nuevos en los que evangelizar al otro alimenta su fe, nutre su amor y fortifica su esperanza. Desafortunadamente estos jóvenes pocas veces reciben una invitación radical a escuchar la voz de Dios que los envía a inundar la tierra de su gloria, de su amor, justicia, vida y verdad, como los motivó el Papa Juan Pablo II.

De hecho, al pensar que la iglesia joven no amerita la confianza del adulto estamos desperdiciando una gran fuente de renovación eclesial y fuerza misionera. Es como si los jóvenes católicos fueran por naturaleza distintos a los evangélicos, mormones, pentecostales… cuando incluso muchos, siendo católicos por su bautismo se han cambiado de religión por la acción pastoral que esas otras religiones les ofrecen.

La Iglesia enfatiza el protagonismo de los jóvenes y tanto la pastoral juvenil como el colegio católico tienen la misión de forjar una juventud centrada en Jesús y su Evangelio, capaz de hacer vida su fe para crear la civilización del amor. Los escritos pastorales, los idearios de los colegios católicos, las conferencias al respecto suelen abundar, más la posición adulta y realista tiende a prevalecer: No podemos esperar que la acción de los jóvenes dé fruto, pues su entusiasmo es sólo pasajero; además, no tienen experiencia ni están capacitados para guiar a otros jóvenes”.

El llamado de los obispos latinoamericanos a forjar discípulos misioneros y mantenerse en estado de misión ha creado un tiempo propicio para apostar por la juventud. ¡Es tiempo de que los jóvenes pasen de ser una prioridad en los planes de las diversas comunidades eclesiales, a que la opción preferencial por ellos, hecha décadas atrás y repetida con frecuencia, sea una realidad!

Ante ello vale la pena preguntarse: ¿Confiamos realmente en los jóvenes como para apostar por ellos? ¿Contamos con su fuerza y valor como sucedió con Josué, Rut, David, Jeremías, Ester jóvenes a quienes Dios encomendó grandes misiones entre su pueblo? ¿Creemos en su lealtad y generosidad para dar un sí, al estilo de la joven María, quien hizo posible la nueva alianza a ser realizada en Jesús?

Si es así, estamos en buena compañía: no cabe duda que Dios eligió con sabiduría a personas que avanzaran la historia de salvación y que Jesús llamó a gente sencilla para ser sus discípulos misioneros. Hoy, en pleno siglo XXI, para llegar a los jóvenes Jesús elige a quienes comparten su cultura y hablan su idioma; toca a la comunidad eclesial hacer lo mismo. El Papa Benedicto XVI enfatiza esta realidad al decir:

La misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comunidad, asociación y movimiento eclesial. La Iglesia, como misterio de comunión, es toda ella misionera y, cada uno en su propio estado de vida está llamado a dar una contribución incisiva al anuncio cristiano.

Se construye con lo que se tiene, no con lo que se carece… y nuestra Iglesia católica cuenta con un gran número de jóvenes y muchos viven su fe activamente. Además, tiene tesoros invaluables, empezando por la presencia activa del Espíritu Santo que convierte corazones y transforma vidas, cuando se propician encuentros significativos de los jóvenes con Jesús. Contamos con la Palabra de Dios, fuente inagotable de fe, consuelo, misericordia, liberación, amor… y también de desafíos y cuestionamientos que nos mueven a la acción. Tenemos los sacramentos, donde revivimos el misterio pascual, adquirimos vida nueva y fortificamos la vida eclesial. Además tenemos la experiencia de que, unidos a Jesús como cabeza, somos su cuerpo místico activo en la historia.

Con tanta riqueza, lo razonable sería tener el ánimo, la motivación y la costumbre de invertir tiempo, talento y recursos para que los jóvenes activos en la Iglesia, lleven la Palabra de Dios a los jóvenes que - consciente o inconscientemente - anhelan el amor liberador y la vida nueva que nos ofrece Jesús. Sin embargo, el desaliento, la falta de entusiasmo, la desconfianza, el cansancio, la pereza… tienden a ganar la batalla lo cual justificamos al señalar grandes retos: El desinterés de los jóvenes sobre lo religioso; su desesperanza ante la pobreza y falta de oportunidades; su debilidad ante el materialismo y consumismo de la cultura actual; la desorientación sobre el sentido de la vida; su desilusión ante la falta de testimonio de los adultos… Todos estos desafíos y otros más son indiscutibles, constituyendo realidades que urgen evangelizar.

Y, frente a ellas está nuestra fe: la convicción de que Jesús vino para todo tiempo y lugar; la seguridad de que el Espíritu Santo actúa tanto en los jóvenes como en los adultos. Con esto en mente es fácil identificar adolescentes y jóvenes con sentimientos afines a los de Jesús, capaces de dialogar sobre el Evangelio y dar testimonio de su fe entre sus compañeros. Es decir, podemos confiar en los jóvenes y en los frutos que da su acción pastoral entre sus compañeros.

Es imperativo apostar por los jóvenes, quienes son lo suficientemente valientes para aceptar retos inciertos y confiar fielmente en que Dios estará con ellos todos los días hasta el final de los tiempos (Mt 28, 20).
Autor: Equipo Bíblico del Instituto Fe y Vida

No hay comentarios: