Habitualmente recibo en mi correo muchas presentaciones, datos, encargos y comentarios.
Y últimamente, me ha llamado la atención una presentación en Power Point acerca de una ranita, que me ha hecho meditar, tal como espero que a más de un lector le ocurra lo mismo. La historia es una alegoría para tener muy en cuenta en estos tiempos en que vivimos y realmente en cualquiera otra clase de época o tiempo, pues la actividad que despliega el demonio en su actuación es incansable. El demonio como espíritu puro que es, no tiene cuerpo que le fatigue y frene la realización de sus cometidos.
Por otro lado, es de considerar, que el uso de las metáforas y el del lenguaje simbólico, ha impresionado siempre al hombre y lo ha hecho recapacitar en sus conductas. Ejemplo claro de esto, lo tenemos en la fuerza expresiva que se encierran en las parábolas evangélicas. No es que esta glosa encierre una con toda su fuerza expresiva, una parábola evangélica, pero si encierra un cierto parangón, con lo que ahora mismo está sucediendo en España y también en otros países del mundo.
Cuenta esta esta historia, lo que le sucedió a una ranita, que la cogieron y la metieron en lo que ella creía que era una nueva pecera, más grande que la anterior, y sobre todo con un agua limpísima y agradable, quizás al principio un poco fría. La ranita que no sabía que la iban a cocinar. Imaginemos una cacerola llena de agua fría en la cual nada tranquilamente una pequeña ranita. Un pequeño fuego se enciende bajo la cacerola, y el agua empieza a calentarse lentamente, muy lentamente pues ya se sabe que los buenos guisos se hacen a fuego muy lento.
El agua despacio, muy despacio se va poniendo tibia, y la ranita encuentra esto más bien agradable, y continúa nadando. La temperatura del agua sigue subiendo muy lentamente… Ahora el agua está más caliente, más de lo que la ranita pueda disfrutar, y ella se siente un poco cansada, pero no obstante eso no se asusta… Ahora el agua está verdaderamente caliente y la ranita comienza a encontrar esto desagradable, pero ella está ya muy debilitada, entonces soporta y no hace nada, piensa que el calor que desprende el agua no va a producirle la muerte. La temperatura continúa subiendo, hasta que la ranita termina simplemente... cocinándose y muriendo.
Si a la misma ranita la hubieran cogido y metido directamente en el agua a 50 grados, con un golpe de sus patas inmediatamente habría saltado fuera de la cacerola. Pero poco a poco se fue acostumbrando a soportar un calor que al principio le resultaba agradable y al final le produjo la muerte.
Esto lo que nos demuestra, es que cuando un cambio se produce frente a un individuo o frente a un conjunto de individuos, es decir frente a una sociedad, y este cambio viene de un modo suficientemente lento, escapa a la conciencia del individuo o de la sociedad y no provoca en la mayor parte de los casos ninguna reacción, ninguna oposición, ninguna revuelta. El cambio termina imponiéndose porque al final nadie le hace frente, y cuando se le quiere hacer frente es ya demasiado tarde.
Si miramos lo que sucede en nuestra sociedad desde hace algunas décadas, podemos ver que estamos sufriendo una lenta deriva a la cual nos estamos habituando. Una cantidad de cosas que nos habrían hecho horrorizar 20, 30 o 40 años atrás han sido poco a poco banalizadas, y hoy preocupan apenas nada, o dejan directa y completamente indiferente a la mayor parte de las personas. En nombre del progreso, de la ciencia, y del aprovechamiento, se efectúan continuos ataques a las libertades individuales, a la dignidad, a la integridad de la naturaleza, a la belleza y a la felicidad de vivir.
Lenta, pero inexorablemente, con la constante complicidad de las víctimas, inconscientes, o quizás incapaces de defenderse. Las negras previsiones para nuestro futuro en vez de suscitar reacciones y medidas preventivas, no hacen más que preparar psicológicamente a la gente para aceptar las condiciones de vida decadentes, y también dramáticas. El continúo martilleo de informaciones sesgadas y manipuladas para propiciar el cambio, que por parte de los medios de comunicación saturan los cerebros, que no están ya en condiciones de distinguir el bien del mal. La información que recibimos es como una mansa y eficaz lluvia de agua que cala, como cala la lluvia fina que cae suavemente y que termina por empapar al que la soporta, que no le da importancia a su fuerza de penetración. Cosa distinta pasa siempre con el fuerte aguacero o chaparrón, que nos mueve rápidamente a guarnecernos de sus efectos, que a primera vista nos parecen más fuertes, dada la cantidad de agua que en poco tiempo descarga. Pero esta agua no penetra tan profundamente como cala la lluvia mansa, y al poco tiempo cesa y sale el sol.
En sí, como todo el mal que rodea al hombre, todo está el instigado por el maligno, que hábilmente mueve sus peones, porque él es maestro en el uso de los tontos útiles que hábilmente utiliza, seleccionándolos generalmente entre la clase política que se presta a sus manejos con el señuelo de la modernidad y el progreso y el relativismo de todo lo que él dice que le rodea al hombre. El demonio no nos mete nunca de golpe en el agua hirviendo, sino que nos dora la píldora haciéndonos entrar en un agua agradablemente tibia que halaga nuestro sentidos y apetencias mundanas y poco a poco sin que no demos cuenta nos irá calentando el agua.
El hombre o la mujer si no son capaces de vencer la tentación, ofenden a Dios, pero… ¡ojo! la tentación jamás se le presenta a nadie descarnadamente. A Eva el demonio no le presentó el higo de una chumbera, que aunque tiene un dulce fruto en su interior, la piel está llena de pequeñas espinas muy difíciles de eliminar. Le presento una agradable y dulce manzana. A la ofensa a Dios, salvo que se trate de seres ya endemoniados, que desgraciadamente existen, la ofensa siempre se realiza por no haber salido a tiempo del agua que se estaba calentando.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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