Dios quiere ver nuestra insistencia, nuestra perseverancia.
Con el corazón desnudo, alegre o dolorido, siempre necesitado. Perseverantes en la oración, en el cariño. Quiere que Le entreguemos las continuas contrariedades, los éxitos, los tropiezos, nuestra voz. Dios quiere que sin ver perseveremos en la fe, en la Verdad de Su resurrección, de Su Presencia, de Su llamada personal, de Su Evangelio. Dios nos necesita perseverantes en el camino, en la puntualidad de Su Amor que nos invita y conversa en lo más hondo de nosotros mismos. Puntuales al ofertorio de nuestro trabajo esmerado, que Él transforma en sacrificio agradable, en ascética y corredención; puntuales a la santidad del matrimonio y de la familia, en esa constante y muchas veces costosa renuncia a lo nuestro, al propio criterio; puntuales a la cruz y a la caricia, a la caridad y a la paciencia; puntuales al ángelus de Su Encarnación (justo a las doce) y a la confesión sacramental cuando está prevista. Puntuales y perseverantes. Dios nos quiere leales a nuestra propia semejanza con Él. Intentando no ceder ni un ápice a las tentaciones, que las hay muy sibilinas y en apariencia llenas de buenas intenciones, y luego ya se sabe, te dejan todas en la estacada. Andemos listos y prudentes. Dios quiere nuestra perseverancia - sin dilaciones - para darnos Su Fortaleza. Se conforma con nuestro deseo de ser mejores para levantarnos en vilo, para descubrirnos un poco de Su intimidad, de la posibilidad de nuestro vuelo si somos dóciles a la gracia. ¡Qué ternura la de Dios! No hagamos nada fuera de Él, no queramos nada que nos separé de Él. Ni siquiera un poco, un ápice, una milésima. Fuera de Dios sólo hay desazón, lo sabemos, lo experimentamos. Dios quiere nuestra perseverancia y abandono. En lo de todos los días. En el verso del poema y en el verso de la oficina, del andamio, del comercio o de la cocina. Hágase Su voluntad. Todo para Su gloria. No puedo, no puedo, no sé… Pero con Él podremos. Y debemos. Si somos humildes y confiamos a pies juntillas. Podremos si perseveramos. ¿En qué? En lo de siempre, pero de cara a Dios. Al subir la persiana darle gracias, y en el desayuno ofrecerle el amor de tu vida y esos ojos de tus hijos que están a la expectativa de todo. Santiguarnos en el ascensor y ofrecerle en la calle toda la belleza que Le corresponde. Y respirar profundamente Su Providencia, y rezar por todas las almas con las que nos cruzamos. Y al abrir un libro leer con gratitud en el fondo de un río Su transparencia, o descubrir el lenguaje infinito de una mejilla. Sentir en definitiva que el mundo es un milagro específicamente Suyo, un conglomerado de misterios que admiras cada vez con más pasión y sorpresa. Y con insistente perseverancia asistes al Amor que en ti todo lo resucita. Fiel a Dios, aunque me cueste, aunque no sepa, aunque sea un desastre encaprichado de cualquier carrusel de abedules o ropa o imaginaciones o pereza en zapatillas. “Si perseveramos reinaremos con Él”, veremos hacerse realidad los sueños completos de Dios para nosotros. Y se acabó el enmascaramiento, la trola, los inconvenientes. Dios quiere ver. Dios quiere vernos felices. Dios quiere hacer nuestro Su aliento. Dios nos quiere como somos: cretinos, obcecados, pendulares…, pero eternos, herederos, hijos. Capaces de amarle y de escuchar Su voz en el desierto. Capaces de perseverar en el intento y trepar hasta la cumbre de la Cruz, que es el lugar más próximo al Cielo.
Guillermo Urbizu
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