Los sacerdotes somos como los aviones, nos convertimos en noticia internacional cuando alguno cae, pero se olvidan de los miles que se encuentran ofreciendo su humilde y eficaz servicio cada día.
Desde que se apropió de los noticieros el caso del padre Alberto Cutié, se han emitido innumerables opiniones, casi todas orientadas a que los sacerdotes nos veamos liberados del celibato. Incluso algunos medios han recurrido a ex sacerdotes casados para reforzar su parecer. ¡Eso no se vale! Los que opinan son precisamente los que no son célibes.
¿Por qué no escuchan a los sacerdotes que vivimos felizmente nuestra condición de almas consagradas y que de ningún modo compartimos nada de lo que se escucha?
La vocación sacerdotal es un don y un misterio, como decía el Papa Juan Pablo ll.
Es misterio porque nos trasciende y es un don porque nace en el corazón de los llamados a entregar nuestra vida en su totalidad por amor a Dios y sirviendo a los más necesitados con un corazón indiviso. La felicidad que experimentamos es inmensa, porque recibimos muestras de afecto y gratitud de muchas personas, no de una, sino de cientos.
También recibimos el consuelo y la gratitud de Dios quién hace plena nuestra entrega dándonos el ciento por uno en esta vida y luego la Vida Eterna. Entre los argumentos que más se repiten está la soledad en que según ellos vivimos los sacerdotes.
Cuando Pedro le preguntó a Jesús qué iban a recibir de recompensa los que dejaron todo para seguirle, Jesús le contestó: "Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, aunque con persecuciones; y en el mundo futuro, la vida eterna”. (Mc. 10,28) Esto es verdad, se lo puedo asegurar.
También es real que el sacerdote se ha vuelto el blanco de preferencia de muchas mujeres, pues desgraciadamente se ha perdido la fe, la veneración y el respeto hacia quienes están consagrados. Ellos aplican aquello de que: “No te quiero por guapo, sino por prohibido”.
Este domingo hemos celebrado la Ascensión del Señor y es una invitación a mirar hacia las realidades del cielo, donde “no se casarán”. (Mt. 22.30) La castidad es una virtud de aquellos que tienen limpio el corazón.
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt. 5.8).
Cuando optamos por seguir a Cristo somos conscientes de lo que significa esta decisión y Dios no pide nada a nadie por encima de sus fuerzas. Nadie ha muerto por falta de sexo, pero si de exceso.
¡Este es el VERDADERO SACERDOTE, gracias a Dios por ellos!
José Manuel Otaolaurruchi, L.C
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