Es una fiesta de origen relativamente reciente, aunque la idea subyacente es muy antigua y tiene sus raíces incluso en la Escritura, ya que lo que celebramos es el amor de Dios revelado en Cristo y manifestado sobre todo en su pasión. El símbolo de ese amor es el corazón de Cristo herido por nuestros pecados.
En el capítulo anterior vimos que una monja, Juliana de Mont Cornillon, fue el instrumento de Dios para promocionar el establecimiento de la fiesta en honor de la eucaristía. Fue igualmente una monja, Margarita María Alacoque, de la orden de la Visitación, en Francia, quien impulsó la idea que cristalizaría en una nueva fiesta en el calendario. Entre 1673 y 1675 tuvo santa Margarita María, en su convento de Paray-le-Monial, una serie de visiones en las que Cristo le habló pidiéndole que trabajase por la institución de una fiesta del sagrado corazón, que debiera celebrarse el viernes después de la octava del Corpus Christi.
Roma actúa lentamente, y por eso hubieron de pasar casi cien años hasta que la Santa Sede autorizó a los obispos polacos y a la romana archicofradía del Sagrado Corazón para celebrar dicha fiesta. Solamente en 1856, el papa Pío IX la hizo extensiva a toda la Iglesia. En los años siguientes creció en rango e importancia, así como en popularidad. La Liturgia de las horas y la misa de esta fiesta sufrió varias revisiones. La que se llevó a cabo bajo la dirección de Pío XI quedó en vigor desde 1928 hasta 1968. El breviario romano y el misal, revisados de acuerdo con los principios del concilio Vaticano II, constituyen la etapa final en la confección de la liturgia de esta fiesta. El leccionario de la misa ofrece una más amplia elección de lecturas basadas en el sistema de los tres ciclos.
Significado de la fiesta
La devoción al sagrado corazón es devoción a Cristo mismo. En las representaciones artísticas no está permitido mostrar el corazón solo. Hay que representar a Cristo en su humanidad completa, porque él es el objeto de nuestra adoración y hacia él se dirige nuestra oración: "Venid, adoremos al corazón de Jesús, herido por nuestro amor".
Cuando hablamos del corazón de Jesús o de un corazón humano, ¿qué queremos decir? ¿Nos referimos a un órgano humano o a una metáfora? Eso depende del contexto de nuestro discurso; pero, según Karl Rahner en una reflexión filosófica sobre el tema "corazón", es uno de esos términos primordiales que encierran un rico significado y valor y apuntan a todo un mundo de realidades. El corazón representa el ser humano en su totalidad; es el centro original de la persona humana, el que le da unidad. El poeta Yeats habló del "núcleo profundo del corazón". El corazón es el centro de nuestro ser, la fuente de nuestra personalidad, el motivo principal de nuestras actitudes y elecciones libres, el lugar de la misteriosa acción de Dios.
A pesar de que en las profundidades del corazón puede existir el bien y el mal, el corazón es símbolo de amor. Según Rahner, la más íntima esencia de la realidad personal es el amor. Y puesto que Cristo tuvo un amor perfecto, su corazón es para nosotros el perfecto emblema del amor. Su corazón fue saturado de amor perfecto al Padre y a los hombres. Nosotros aprendemos lo que es amor tratando de comprender algo del amor de Cristo. Su amor es totalmente, pero no solamente, humano, porque en él nos encontramos con el misterio de un amor humano-divino. El corazón humano de Cristo está hipostáticamente unido a su divinidad. El amor de Dios se ha encarnado en el amor humano de Cristo.
El amor de Dios hacia el hombre existía desde toda la eternidad. Los textos del Antiguo Testamento abundan de esta evidencia. "Con amor eterno te he amado", declara Yahvé a su pueblo por medio del profeta Jeremías (Jer 31,2). La liturgia de esta fiesta está sacada de los siguientes textos. La antífona de entrada de la misa es del salmo 32: "Los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad, para liberar las vidas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre". La respuesta al salmo responsorial es como sigue: "La misericordia del Señor dura por siempre para los que cumplen sus mandatos". Las lecturas del Antiguo Testamento para los tres ciclos proclaman el amor de Dios para con su pueblo, demostrando cómo lo eligió y lo salvó, estableció con él un pacto, lo condujo con suavidad y con andaderas de amor y fue un buen pastor para él.
Si ya el Antiguo Testamento revela el gran corazón de Dios, el Nuevo Testamento lo manifiesta completamente. San Juan, heraldo de la encarnación y del amor de Dios, sólo acierta a exclamar: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó por él a su Hijo único" (Jn 3,16). El amor de Cristo por el Padre y hacia el hombre caído, al que vino a salvar, lo llevará a la muerte, y una muerte de cruz. El mismo declaró: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). El sufrimiento y la muerte en cruz de Jesús son una muestra de su amor por nosotros. San Pablo se maravillaba frecuentemente pensando en ello: "Dios mostró su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom 5,8). San Pablo experimentó ese amor en un nivel personal profundo: toda su vida fue vivida en la fe en el Hijo de Dios, "el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,20).
La contemplación de este misterio debería conducirnos a una respuesta múltiple. Debería suscitar en nosotros sentimientos de fe, amor y adoración. ¿También compasión? También ella tiene su parte en nuestra devoción, con tal de que no olvidemos que Jesucristo, ahora en su gloria, no puede sufrir. Pero el pensamiento de lo mucho que padeció en manos de los hombres puede suscitar sentimientos de compasión. Compadecer a Cristo en sus sufrimientos y penas no es un fenómeno moderno. Ha formado parte de la piedad cristiana desde tiempos muy remotos, y alcanzó su máxima expresión en la Edad Media. La compasión no está totalmente ausente de la liturgia. Se encuentra de forma discreta, pero inconfundible, en las celebraciones de semana santa; por ejemplo, en los "improperios" del viernes santo: "Pueblo mío, ¿qué te he hecho…?" Ciertamente, la meditación de los sufrimientos de Cristo debería suscitar en nosotros el dolor de los pecados, de los nuestros propios y de los del mundo. Pero hay también lugar para el gozo, gozo de conocer que somos tan amados y que ha triunfado el amor.
Sin embargo, nuestra devoción no debe quedarse en el nivel del sentimiento. La palabra latina “devotio” tiene mucha más fuerza que la de sus equivalentes en las lenguas actuales. En el contexto religioso indica servicio dedicado y voluntad decidida de hacer la voluntad de Dios. Sugiere culto no solamente de tipo litúrgico, sino de nuestras vidas completas. Esta devoción se realiza aceptando la invitación de Cristo a tomar nuestra cruz y seguirle. La Iglesia, y sus miembros individualmente, deben completar, de una manera misteriosa, lo que falta a los sufrimientos de Cristo. Todos tenemos el privilegio de tomar parte en la obra redentora de Jesús. Como observa Rahner: "A nosotros, que tomamos parte en el destino de su amor en el mundo, nos está permitido y, además, se nos exhorta a continuar su pasión y muerte en el cuerpo místico de la Iglesia hasta el fin de los tiempos".
Raíces bíblicas y litúrgicas
El papa Pío XII, en su encíclica Haurietis aquas, sobre la devoción al sagrado corazón de Jesús, publicada en 1956, se preocupó de fundamentar esta devoción en sus fuentes bíblicas. La citada encíclica es un documento importante en el que se han inspirado la misa y el oficio de la fiesta actuales. También sirvió de estímulo al famoso historiador monástico Dom Jean Leclercq para trazar, en un artículo escrito hace años, el desarrollo de esta devoción desde sus inicios hasta nuestros días. Las ideas que ofrecemos en esta sección están tomadas del citado artículo.
La devoción al sagrado corazón de Jesús tiene sus orígenes en dos textos del Nuevo Testamento, ambos del evangelio de san Juan. El primero, del capítulo séptimo, versículos 37-38: El que tenga sed, que venga a mí y beba; el que cree en mí, como dice la Escritura, de sus entrañas (o corazón) manarán ríos de agua viva.
Los comentaristas concuerdan en que se refiere al pecho, o corazón, de Cristo. Para los creyentes es una fuente inagotable de vida y bendición. Este pasaje se asimila además a otro texto que se encuentra al final del evangelio de san Juan (19,33-34) y recuerda el misterioso incidente que tuvo lugar después de la crucifixión: Mas al llegar a Jesús y verlo muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y seguidamente salió sangre y agua.
En la tradición cristiana, la sangre se interpretó como símbolo de sacrificio y del misterio eucarístico. El agua simboliza el Espíritu Santo, que brota de Cristo hacia la Iglesia.
La devoción al corazón de Jesús brotó de la meditación de esos textos. Con el correr de los siglos, la atención se centró en el corazón de Jesús más bien que en el costado herido, pero el misterio subyacente sigue siendo el mismo.
Los textos arriba citados colocan la fiesta del corazón de Jesús en el contexto de la semana santa, concretamente el viernes santo. Como observa el padre Plácido Murray, "la liturgia es un eco del viernes santo, una llamada a interiorizar el culto". El amor es la clave de la semana santa y es a la vez el mensaje principal de esta fiesta.
En el pasaje del capítulo séptimo de san Juan, Jesús alude a la profecía de Ezequiel (Ez 47) que anuncia el agua viva que brota del templo. El es el cumplimiento de aquella profecía, el verdadero templo del que brota el Espíritu: "De él brota sangre y agua, la gracia y los sacramentos; de él nace el misterio de la Iglesia, la salvación de los hombres".
La liturgia relaciona estos textos no sólo con la pasión, sino también con la resurrección. Ya hemos visto cómo el pasaje de Ezequiel se evoca durante el tiempo pascual en el rito de la bendición del agua y la aspersión al comienzo de la misa: "Vi que manaba agua del lado derecho del templo. Aleluya. Y habrá vida dondequiera que llegue la corriente y cantarán. Aleluya, aleluya". La antífona IV alternativa deja claro que esta profecía se cumple en el Calvario: "De tu costado, oh Cristo, mana una fuente de agua viva, que limpia el mundo de pecado y renueva la vida. Aleluya".
Durante la Edad Media, la devoción al sagrado corazón mantuvo su relación con el misterio pascual, con la Biblia y la liturgia. Así lo afirma Dom Leclercq, el cual nos informa de que "consistía en adherirse al misterio de la pasión de Cristo y a su victoria y resurrección mediante una fe confiada, puesto que su muerte y triunfo revelaron precisamente el amor".
La ternura de esta devoción queda expresada en las palabras de un escritor medieval, Arnoldo de Bonneval: ."¡Qué dulzura en esta apertura de su costado! Ella nos ha revelado los tesoros de la bondad de Jesús, la caridad que su corazón tiene por nosotros".
La liturgia
Es tiempo ya de que examinemos más de cerca los textos de la liturgia, que incluye algunos de los pasajes más consoladores del Antiguo y del Nuevo Testamento. Además de los textos de la Escritura, tenemos las composiciones de la Iglesia misma, inspirados por la palabra de Dios y la tradición. Hay riqueza de material para meditar y sacar inspiración.
El primer texto que vamos a considerar es del Oficio de lecturas, y pertenece al capítulo octavo de la carta de san Pablo a los Romanos. Nos da el encabezamiento apropiado: "El amor de Dios se ha revelado en Cristo". El Apóstol es aquí de lo más elocuente al proclamar ese amor, del que habla con la experiencia que le otorga el haberlo experimentado incluso en momentos de grandes dificultades personales. "¿Quién me podrá separar del amor de Cristo?" Y responde que ni siquiera la muerte, porque el amor de Cristo ha triunfado.
Veamos ahora el leccionario de la misa con sus lecturas para los tres ciclos. Ya nos hemos referido anteriormente a las tres lecturas del Antiguo Testamento, que descubren el amor eterno de Dios. Nos queda por examinar las del Nuevo Testamento. En el ciclo A es san Juan quien se dirige a nosotros (Jn 4,7-16). Su mensaje indica que el amor de Dios nos fue revelado cuando envió a su Hijo al mundo para ser el sacrificio que quita nuestros pecados. Al final de la lectura, san Juan hace la tremenda afirmación: "Dios es amor".
En el ciclo B, la segunda lectura es de la carta a los Efesios (3,8-19). San Pablo afirma de sí mismo que es el heraldo del amor de Dios. Este amor se va desplegando a lo largo de la historia en un plan llevado a cabo cuidadosamente y que alcanza su punto culminante en Cristo. Su tarea como apóstol consiste en proclamar "el infinito tesoro de Cristo". La segunda parte de la lectura consiste en una fervorosa oración para que los seguidores de Cristo crezcan fuertes en fe y amor y que lleguen a un mayor conocimiento del amor de Cristo, que es un misterio que sobrepasa toda humana capacidad de comprensión.
El amor de Cristo no está reservado exclusivamente a una élite. Abraza a todos los hombres, incluso a los más descarriados. Hasta tiene preocupación y afecto especial para los pecadores. Esta verdad está expresada maravillosamente en la parábola del buen Pastor. Es significativo que esta parábola, en la tierna versión de Lucas 15, 3-7, haya sido elegida como lectura evangélica para el ciclo C. El buen Pastor abandona su rebaño para ir en busca de la oveja perdida, y cuando la encuentra, la lleva al redil cargándola sobre sus hombros. Luego se alegra con sus amigos por haberla encontrado. Así habrá gran alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente.
Hay varios textos que llaman nuestra atención sobre el costado traspasado de Cristo. La lectura evangélica para el ciclo B nos relata precisamente ese hecho descrito por Juan (19,3137), que podría ser el texto fundamental para la fiesta, y cuyo simbolismo ya ha sido comentado. En el Oficio de lecturas, san Buenaventura comunica su comprensión de ese misterio: "Manando de la fuente arcana del corazón (su sangre), dio a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la gracia, siendo para los que viven en Cristo como una copa llena en la fuente viva que salta hasta la vida eterna".
Para la oración colecta, el misal propone dos opciones. La primera se refiere al corazón de Cristo como fuente de toda gracia y bendición, recuerda y se alegra de los beneficios de su amor para con nosotros, y concluye pidiendo: "Concédenos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia". La segunda oración, que es la que se usaba antes, ve en este corazón, llagado por nuestros pecados, el receptáculo de los infinitos tesoros del amor de Cristo.
El prefacio reúne las varias ideas: el Calvario, el costado traspasado y el corazón abierto, y celebra el amor de Cristo, que no cesa de arder por amor a la humanidad.
Elevado sobre la cruz, hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia: para que así, acercándose al corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de las fuentes de la salvación.
Aquí encontramos de nuevo el misterio pascual; una vez más resuena la proclamación de la pascua: "Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación".
Amor mutuo
La obligación de amarnos unos a otros deriva como conclusión lógica del misterio que hemos celebrado. San Juan afirma claramente (1 Jn 4,11): "Si Dios nos ha amado de este modo, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Jamás ha visto nadie a Dios. Si nos amamos los unos a los otros, Dios mora en nosotros y su amor en nosotros es perfecto". Este pasaje es de la primera lectura del ciclo A. La lectura evangélica de este mismo día es del capitulo undécimo de Mateo (25-30), y nos invita a mirar a Cristo y a aprender de su ejemplo: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso". El amor cristiano puede tener varias formas, pero cuanto más se acerque al de Cristo más irá adquiriendo el sello de la mansedumbre. "¡Bienaventurados los mansos!"
Hoy ponemos, con razón, el acento en la dimensión horizontal de la religión. Se reconoce la justicia social como un elemento esencial del cristianismo. El amor de Dios no es compatible con la indiferencia ante la manifiesta injusticia social. Pero las actividades políticas y sociales deben ser animadas por el amor cristiano. Cristo debe vivir en el creyente por la fe y el amor. Debemos adquirir la mentalidad de Cristo y dejarnos mover por el Espíritu. "Plantados y construidos sobre el amor", es el principio en el cual debe basarse la acción social cristiana.
Todo eso está en armonía con la devoción al corazón de Jesús, pero conviene que hoy pongamos un acento especial en estas cosas. Lo tenemos implícito en las lecturas de la Biblia, y sólo es necesario explicitarlo y exponerlo en la predicación. Se expresa en las oraciones colecta de la misa y en una de las intercesiones de laudes dirigida expresamente a Cristo: "Jesús, fuente de vida y santidad, haznos santos e irreprochables por el amor".
La comunión sacramental no es solamente participar en el cuerpo y la sangre de Cristo; implica, además, participación en la vida de sus miembros con un compromiso de amor y de servicio. Esta es la idea que expresa la oración poscomunión: "Este sacramento de tu amor, Dios nuestro, encienda en nosotros el fuego de la caridad, que nos mueva a unirnos más a Cristo y a reconocerlo presente en los hermanos". El latín usa la palabra “atraeré”, en el sentido de ser atraídos hacia el corazón abierto del Salvador, y se inspira en las mismas palabras del Señor: "Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). Ser atraídos hacia Jesús, hacia su corazón, no significa ser retraídos de nuestros hermanos; es para encontrarlos en el corazón de Cristo, para amarlos "en las entrañas de Cristo Jesús" (Flp 1,8).
Magisterio papal reciente
Desde que el papa Pío XII publicó su encíclica “Haurietis aquas”, varios de sus sucesores han tratado del culto al sagrado corazón de Jesús. El papa Pablo VI, en su carta apostólica titulada “Las innumerables riquezas de Cristo” (6 de febrero de 1965), recomendaba esta devoción como un medio excelente de honrar al mismo Jesús, y hacía notar la relación íntima entre esta devoción y el misterio eucarístico: "Deseamos especialmente que el corazón de Jesús sea honrado por una participación más intensa en el sacramento del altar, puesto que el mayor de sus dones es la eucaristía". Pablo VI contaba esta devoción entre las fórmulas populares de piedad que el concilio Vaticano II quería promover, porque no podía por menos de alimentar una piedad auténtica hacia la persona de Cristo. Estaba, además, en armonía con la liturgia, porque precisamente en el corazón de Jesús tiene la liturgia su origen y su vida; desde ese corazón el sacrificio de expiación se elevó hacia el Padre eterno.
Juan Pablo II, en su primera encíclica, “Redemptor hominis” (4 de marzo de 1979), que trata del misterio de la redención, tiene la siguiente expresión: "La redención del mundo - este tremendo misterio de amor en el cual la creación se renueva - es en su raíz más profunda la plenitud de la justicia en un corazón humano, el corazón del Hijo primogénito, para que pueda ser justicia en el corazón de muchos seres humanos, predestinados desde la eternidad en el Hijo primogénito a ser hijos de Dios y llamados a la gracia y al amor".
En una audiencia general, el 20 de junio del mismo año, el santo Padre habló abundantemente de la devoción al sagrado corazón, cuya fiesta estaba a punto de celebrarse. "Hoy, anticipando la fiesta de ese día, junto con vosotros, deseo volver los ojos de nuestros corazones hacia el misterio de ese corazón. Me ha hablado desde mi juventud. Cada año vuelvo a este misterio en el ritmo litúrgico del tiempo de la Iglesia".
Es característico del papa Juan Pablo hablar del corazón de Cristo asociándolo con todo corazón humano. Es un caso de "cor ad cor loquitur", "el corazón habla al corazón". El corazón es un símbolo que habla del hombre interior y espiritual. El corazón humano, iluminado por la gracia, está llamado a comprender las "insondables riquezas" del corazón de Cristo. San Juan el apóstol, san Pablo y los místicos de todos los tiempos, han descubierto por sí mismos y han compartido con otros esas mismas riquezas espirituales. Pero Jesús atrae a todos hacia su corazón, se revela a ellos, les habla al corazón, vive en sus corazones por la fe y quiere ser rey de ellos no por el ejercicio de la fuerza, sino con suavidad y amor.
Por fin, en una nota litúrgica, el papa explica cómo esta fiesta incluye y resume el ciclo litúrgico: "Así, al final de este ciclo fundamental de la Iglesia, la fiesta del sagrado corazón de Jesús se presenta discretamente. Todo el ciclo está incluido definitivamente en él: en el corazón del Hombre-Dios. De él irradia también cada año la vida entera de la Iglesia".
Vincent Ryan
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