La
oferta de Dios de vida eterna es impresionante y abrumadora. De ahí que la
verdadera alarma de pérdida debería ser la vida del cielo y no la de la vida en
la Tierra.
En estos tiempos, en que solemos hacer una evaluación de nuestra vida
deberíamos también reflexionar sobre la brevedad de la vida y la increíble
longitud de la eternidad.
Y eso nos pone a pensar en la muerte, porque en esencia, nuestras
vidas no son más que una preparación para la muerte.
Dios, en
su providencia, ya se sabe el día y momento de la muerte, y Él ya ha puesto en marcha las gracias que
tendrán que ser conservadas. Tenemos que cooperar con esas gracias y todo
estará bien. Por desgracia, muchas
personas viven sus vidas sin pensar mucho acerca de su muerte inminente. O si
lo hacen se aterran. Y tratan de convencerse de que no les va a pasar. Hay
como una conspiración cultural
gigantesca para sacarnos de la mente que vamos a morir. El plan consiste
en sobrevivir a la muerte mediante la adopción de las vitaminas adecuadas,
cuidar que no comamos alimentos cancerígenos, ver los mejores médicos y hacerse
chequeos permanentes. Y sin embargo, a
pesar de eso todo el mundo muere. Estamos en un curso de colisión con la
muerte, cuando en realidad debiera tomarse como algo natural sobre lo
cual hay que prepararse. Sólo Dios sabe
con certeza cuánto tiempo nos queda. Y el reloj sigue marcando. La
Doctora de la Iglesia Santa Catalina de
Siena hizo esta poderosa aseveración:
“Los dos momentos más importantes de nuestra vida
son: ahora y la hora de nuestra muerte”.
¿Te suena
familiar? Por supuesto. ¡La última
parte del Ave María! Por lo que deberíamos hacer todo en nuestro poder
para alcanzar la gracia de una muerte
santa y feliz. La que determinará por toda la eternidad nuestro destino eterno,
ya sea el cielo o el infierno; no hay otra posibilidad. Y elevar nuestro
corazón, nuestra mente y nuestra mirada a Nuestra Señora quien es la clave para alcanzar la eterna en unión
con su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Aquí
hay diez sugerencias sobre cómo podemos alcanzar la gracia de todas las
gracias, la gracia de una muerte santa y feliz. Porque de hecho, ésta es la gracia de todas las gracias:
morir en la gracia de Dios para estar con Él por toda la eternidad.
1 – Vive tu vida como si Dios te fuera a llamar hoy
Todos
debemos imitar a los santos y esforzarnos por vivir cada día de nuestras vidas como si fuera el último día de nuestra vida. El
hecho es que ninguno de nosotros tiene
la certeza moral de que viviremos más allá de este día; mejor aún, más
allá de esta hora, incluso este segundo. Nuestra vida en la tierra es incierta y muy precaria. Las noticias diarias llaman a nuestra
atención las muertes prematuras, a veces de números enormes de individuos, como
en el caso de catástrofes. Muchos de los santos trataron de vivir cada día como si fuera su último.
¡Podríamos hacer lo mismo!
2 – Identifica a los enemigos mortales
Deberíamos
identificar qué obstáculos o bloqueos
principales que puedan impedirnos llegar a nuestro propósito en la vida: ¡una
muerte santa y feliz! El enemigo mortal número uno es el pecado mortal,
lo cual priva a nuestra alma de la gracia santificante y de la Amistad amorosa
de Dios. Sin embargo, hay algo peor y
es morir en el estado de pecado mortal. Si cometemos un pecado mortal,
debemos correr al confesionario y bañarnos inmediatamente en el amor infinito
de Dios. No permitas que el sol caiga
sobre tu alma espiritualmente muerta. Si ingiriéramos veneno en nuestros
cuerpos, llamaríamos una ambulancia inmediatamente. ¿Y qué hacemos con nuestra alma? Debemos cuidar aún más nuestra alma inmortal. De hecho, la vida espiritual prevalece sobre la vida
física y corporal.
3 – Ora permanentemente
San Alfonso de Ligorio, otro Doctor de la Iglesia, es citado en el Catecismo de la Iglesia
Católica sobre la extrema importancia de la oración para la salvación de
nuestra alma inmortal. Estas son sus palabras: “El que reza mucho, será salvo; el que no reza, será
condenado; el que ora poco pone en peligro su salvación”. En otras
palabras, nuestra salvación eterna está directamente
relacionada con nuestra vida de oración. “Lo
que el aire es a los pulmones, así la oración es al alma”. ¡La oración es la respiración de la vida del
alma!
4 – Vive en la presencia de Dios
Los santos
tienen una práctica común; vivir constantemente en la presencia amorosa y permanente de Dios. Santa Teresa de Ávila, otra Doctora de
la Iglesia, observó que pecamos cuando
nos olvidamos de la Presencia de Dios. Los niños son menos propensos a ser traviesos cuando están bajo el ojo de
la mirada de su madre; así es en nuestra vida espiritual. Simplemente nos comportamos mejor cuando somos
conscientes de la mirada amorosa de nuestro Padre sobre nosotros.
5 – Piensa a menudo en el cielo
La oración
más famosa del mundo es la Oración del
Señor o el Padre Nuestro. En esta oración que viene del Sagrado Corazón
de Jesús, comenzamos con “Padre nuestro, que estás en los cielos…” ¡Que no transcurra
un día en el que no hayamos podido
pensar en el Cielo y su gloria, su grandeza y alegría eterna! “Como la cierva anhela las corrientes de agua, así mi
alma anhela por ti, oh Señor, Dios mío”. ¡Así debemos anhelar constantemente a Dios y al cielo!
6 – Reflexiona sobre la eternidad
Otro punto
común de los santos es que tienen en mente el concepto de la eternidad. La
vida en verdad es corta, muy corta. San Pedro
nos recuerda este hecho: “A los ojos de Dios, un día
es como mil años y mil años es como un
día”. El salmista
reitera el mismo tema: “Nuestra vida en la tierra es como la flor del campo que se levanta
en la mañana y se marchita y muere cuando el sol se oculta”. San Agustín, Padre de la Iglesia y Doctor de la Gracia, expresa sucintamente esta
verdad en estas palabras: “Nuestra vida en
comparación con la eternidad es un
simple parpadeo de un ojo”. De hecho, la
eternidad significa esto: “Por los siglos de los siglos sin fin”. Que el
concepto de la eternidad nos ayude a estar preparados para una muerte santa y
feliz.
7 – Frecuenta el Pan de Vida
Para los
católicos, la llave que nos abrirá las
puertas del cielo es la unión con Jesús mismo. Jesús está en el cielo con Su Cuerpo Glorificado. Sin embargo, Él también está en la tierra, en Su
Cuerpo Místico, la Iglesia. En el
corazón mismo del Cuerpo Místico están los Sacramentos, y el más grande
de todos los Sacramentos es el mismo Jesús en la Santísima Eucaristía: el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad
de Jesús. ¡Una muerte santa y feliz puede ser alcanzada recibiendo a Jesús en la Sagrada Comunión
frecuentemente, fervientemente y lleno de fe! Deberíamos desear
ardientemente que nuestra última comida
en la tierra sea nutrir nuestras almas con el Cuerpo y la Sangre de Jesús
en la Sagrada Comunión. Recuerda las
palabras de Jesús mismo: “El que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre
tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
8 – Vive una vida de amor y de dar
Estamos llamados a no centrarnos en nosotros mismos, sino en Dios y servir a Dios
en nuestros hermanos y hermanas, que son reflejos de Dios mismo. Jesús dijo: “Todo lo que
hagáis al más pequeño de mis hermanos, me lo hacéis a mí”. Los santos
tienen un ardiente amor por Dios, pero también un amor ferviente por su prójimo. Trata de
poner en práctica las obras corporales
y espirituales
de misericordia. Santa Madre Teresa de Calcuta, posiblemente la mujer más famosa del siglo XX, nos desafía con estas
palabras: “Debemos dar
hasta que duela”.
9 – Cuidado con los ídolos modernos y la
distracción
En el tiempo
de Moisés, el peligro con respecto a la
idolatría era inclinarse ante el becerro de oro. Hoy hay innumerables becerros de oro que podemos definir como
ídolos: drogas, sexo, porno, dinero, poder, vanidad, placer, el dios de sí
mismo, y muchos más. Este punto debe ser resaltado porque es muy fácil desviarse, engañarse, esclavizarse por el
mundo y todas sus promesas vacías. Por eso, San Luis Grignon de Montfort en su clásica “Tratado de la Verdadera Devoción a María”
insiste en la necesidad de vaciar
nuestros corazones del mundo antes de poder entregarnos plenamente a
Jesús y a María.
10 – Desea morir en los brazos de Nuestra Señora
El amor a
Nuestra Señora es esencial para
alcanzar una muerte santa y feliz. Uno de los mayores deseos de Nuestra
Señora es que todos nosotros alcancemos
el cielo y glorifiquemos a la Santísima Trinidad con ella por toda la
eternidad. De hecho, si rezamos
el Santo Rosario todos los días, ¡nos estamos preparando para una muerte
santa y feliz 50 veces al día! ¿Cómo? ¡Muy simple! El Rosario está compuesto de
50 avemarías en las que decimos: “Santa María,
Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. Que Nuestra Señora nos alcance la gracia de todas las gracias: la gracia de una muerte santa
y feliz. Veamos ahora una serie de oraciones para pedir la gracia de una buena muerte.
PARA
PEDIR LA GRACIA DE BIEN MORIR
¡Oh
Dios mío!, ante el trono de tu adorable Majestad me postro pidiéndote la última
de todas las gracias: una feliz hora de muerte. Muchas veces, en verdad, hice
mal uso de la vida que me diste; pero a pesar de ello te ruego, me concedas la
gracia de terminarla bien y de morir en tu gracia. Déjame morir como los santos
Patriarcas, abandonando este valle de lágrimas sin queja, para disfrutar del
descanso eterno en mi verdadera patria. Déjame morir como San José, en los
brazos de Jesús y María, e invocando estos dulcísimos nombres que espero
bendecir por toda la eternidad. Déjame morir como la Virgen María, encendido de
amor e inflamado por el santo deseo de unirme con el único objeto de todo mi
amor. Déjame morir como Jesús en la cruz, con los sentimientos más vivos del
aborrecimiento del pecado, del amor más filial y de la plena resignación en
medio de todos mis dolores. Padre eterno, en tus manos encomiendo mi espíritu;
muestra en mí tu misericordia. Oh Jesús, que has muerto por mi amor, dame la
gracia de morir en tu amor. Oh María, Madre de mi Jesús, ruega por mí ahora y
en la hora de mi muerte. Santo ángel de mi guarda, fiel custodio de mi alma, no
me abandones en la hora de mi muerte. San José, por tu poderosa intercesión
alcánzame la gracia de morir la muerte de los justos. Amen.
PARA
LA HORA DE LA MUERTE
Señor
Dios mío, ya desde ahora acepto de buena voluntad, como venida de vuestra mano,
cualquier género de muerte que os plazca enviarme, con todas sus angustias,
penas y dolores.
OFRECIMIENTO
A LA SANTÍSIMA TRINIDAD PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE
1.
Ofrezcamos a
la Santísima Trinidad los méritos de Jesucristo en acción de gracias por la
preciosa sangre que Jesús derramó é por nosotros en el huerto, Por los méritos
del mismo roguemos a su Divina Majestad por la remisión de nuestros pecados.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria…
2.
Ofrezcamos a
la Santísima Trinidad los méritos de Jesucristo en acción de gracias por la
preciosísima muerte que padeció por nosotros en la Cruz. Por los méritos del
mismo roguemos a su Divina Majestad por la remisión de las penas debidas por
nuestros pecados. Padrenuestro, Avemaría y Gloria…
3. Ofrezcamos a la Santísima
Trinidad los méritos de Jesucristo en acción de gracias por la inefable caridad
con que bajó del cielo a la tierra a tomar carne humana y padecer y morir por
nosotros en la Cruz; y por los méritos del mismo pidamos a su Divina Majestad
que después de nuestra muerte conduzca nuestras almas, a la gloria celestial.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria…
ORACIÓN
PARA ACEPTACIÓN DE LA MUERTE
Dios
mío, pienso en el momento próximo y decisivo de mi muerte. Absoluta separación
del alma y de todo lo del mundo. Apartado, arrancado de la tierra y arrojado a
los pies del juez infalible……… Todo lo que alegra a los sentidos, todo lo que
me alimenta, el orgullo, muere…….. Vanidad, riqueza, honores, poder, placeres,
fama,
amistades, negocios, profesión, todo muere……. Solo queda una cosa: la satisfacción de haber amado a Cristo, de haber amado ”en el ” a los hombres ”sus hermanos” , de haberlos amado humildemente, calladamente, hasta la locura de la cruz…..
sólo eso queda. ( L. Chabord)
amistades, negocios, profesión, todo muere……. Solo queda una cosa: la satisfacción de haber amado a Cristo, de haber amado ”en el ” a los hombres ”sus hermanos” , de haberlos amado humildemente, calladamente, hasta la locura de la cruz…..
sólo eso queda. ( L. Chabord)
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