No hay efecto sin causa. Las
cosas pudieron haber sucedido de otra manera. Pero sucedieron como sucedieron,
porque hubo personas concretas con nombres y apellidos que tomaron decisiones.
Esas personas con nombres y
apellidos no fueron los culpables de la situación actual, pero ayudaron a que
hoy día tengamos lo que tenemos. En vez de poner obstáculos, aceleraron el
proceso de desintegración moral. No entro a juzgar lo más mínimo su labor política,
mi único interés es el Reino de Dios. Pero en cuanto al avance o retroceso de
ese Reino, la labor de ellos aprobando leyes (pornografía, divorcio) y
permitiendo (prostitución y otras muchas cosas) fue muy mala. Y eso sin contar
con la increíble corrupción que se propició de forma positiva en la televisión
pública, las personas moralmente nefastas que se colocaron en todos los niveles
de toma de decisión. En esa época tuvieron un inmenso poder con la televisión
única. Pero usaron ese poder sólo para extender el pecado, el relativismo y la
laicización.
Las cosas no son ahora como son
por casualidad. En esos años decisivos del comienzo de la democracia, muchas
cosas podían haberse encauzado, se podían haber impuesto unos mínimos y la
población lo hubiera apoyado. Porque la población entonces todavía estaba sana.
Esa población escandalizada comprobaba como un pequeño grupo de gobernantes
ayudó de forma muy deliberada a corromperla. La democracia puedo haberse
encauzado, pero moralmente aquellos hombres estaban desnortados.
Por eso no me sumo al homenaje a
Suárez, ni jamás me sumaré a homenaje alguno al rey. Hombres moralmente
desnortados que, en su época, tuvieron todo el poder imaginable y lo usaron
únicamente para hacer concesión tras concesión a las izquierdas. Las cuales,
una vez en el poder, sí que iniciaron una política agresivamente anticatólica.
Y así hoy somos lo que somos.
P.
FORTEA
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