"Y les dijo:
– Está escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día; y que en su nombre, y comenzando desde Jerusalén, hay que anunciar a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados. Vosotros sois testigos de estas cosas. Y yo enviaré sobre vosotros lo que mi Padre prometió. Pero vosotros quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que recibáis el poder que viene de Dios.
Luego Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de adorarle, volvieron muy contentos a Jerusalén. Y estaban siempre en el templo, alabando a Dios."
Lucas narra dos veces la ascensión de Jesús. Las dos las leemos hoy en misa. La primera lectura es la narración al principio de los Hechos de los Apóstoles y el evangelio, que es el final del mismo. Ambas narraciones son muy semejantes.
Jesús marcha, pero no nos abandona. Nos deja el poder que viene de Dios, es decir, el Espíritu.
En estas lecturas encontramos una serie de detalles importantes. El primero es, que Jesús quiere que seamos testigos. Sus testigos. Testigos del Amor. No quiere que seamos jueces, que condenemos. Hemos de ser testigos de la conversión y del perdón. Y como los discípulos, testigos alegres, felices, contentos...
El bueno de Fano, en su dibujo, transmite perfectamente este mensaje. Jesús, por medio del Espíritu, nos manda el poder que viene de Dios. Ese poder significa revestirse de Amor. No el poder como lo entiende nuestra sociedad, un poder de privilegios y fuerza, sino un poder de solidaridad, de fraternidad, de perdón. El poder del Amor. Jesús quiere que seamos testigos alegres del Amor.
Joan Josep Tamburini
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