«Lo peor, la indiferencia»
La posición del Pontífice quedó clara en una reunión con cuatro cardenales germanos ya el 6 de marzo de 1939.
La publicación por Harvard University Press de una biografía de Pío XII (Soldier of Christ. The life of Pope Pius XII [Soldado de Cristo. Vida del Papa Pío XII) ha vuelto a dejar de manifiesto la rectitud de proceder del Papa Eugenio Pacelli ante la persecución de que eran objeto los judíos en la Europa bajo poder nazi.
Un proceder que venía de antes. Como señala el autor del libro y profesor en la Universidad de Ontario, el canadiense Robert Ventresca, en L´Avvenire, en la correspondencia entre el cardenal Eugenio Pacelli como secretario de Estado (también había sido nuncio en Alemania) y los respresentantes del régimen hitleriano "llaman la atención sobre todo la fortaleza y la claridad con las que criticaba al gobierno alemán, por canales diplomáticos privados, a causa de las violaciones del Concordato de 1933. Pacelli había comprendido demasiado bien lo difícil que era tratar con Hitler y cuánto había que luchar para defender los intereses espirituales y materiales de la Iglesia. No quería un choque frontal, que podía llevar a la Santa Sede hacia una ruptura de las relaciones diplomáticas con Alemania. Temía su reacción. Las fuentes muestran su tenacidad, en la convicción de que mantener relaciones casi a toda costa era el mal menor".
DIFERENTE PARECER CON PÍO XI
Es cierto que hubo una discrepancia entre el Papa Pío XI y su secretario de Estado y futuro sucesor en torno a 1937 y 1938, tras la encíclica Mit Brennender Sorge, en la que el Papa Achille Ratti condenó el nazismo (encíclica redactada en buena medida por el cardenal Pacelli): "Ratti se preguntaba si no era escandaloso que la Santa Sede mantuviese relaciones con regímenes como el hitleriano o el mussoliniano, y Pacelli aducía lo que sucedería en caso de ruptura, pero en el fondo ambos compartían una actitud de prudencia y realismo".
La prueba es lo que sucedió en la reunión del 6 de marzo de 1939, cuatro días después de su elección como Papa, entre Pío XII y los cardenales Adolf Bertram (1859-1945), arzobispo de Breslau; Karl Schulte (1871-1941), arzobispo de Colonia; Michael von Faulhaber (1869-1952), arzobispo de Múnich; y Theodor Innitzer (1875-1955), arzobispo de Viena. Se trataba, precisamente, de dirigirse a Adolf Hitler en la protocolaria salutación del nuevo Papa al gobierno de Berlín. Y la forma de hacerlo no era indiferente, dados los problemas que tenía la Iglesia bajo el III Reich.
UNA PRUEBA DOCUMENTAL IRREFUTABLE
La conversación se conserva en su integridad estenografiada en las actas y documentos desclasificados de la Santa Sede relativos a la Segunda Guerra Mundial, y muestra, en un encuentro no destinado a ser públicamente conocido, la mentalidad de los obispos alemanes y austriacos y, sobre todo, la del Papa ante el nazismo.
El encuentro comienza con la lectura por Pío XII de su carta a Hitler. Nadie pone pegas al contenido, y sólo discuten sobre la conveniencia de enviarla en latín o en alemán (opción finalmente elegida), y sobre el tratamiento correcto: Ilustre, Ilustrísimo, singular, plural, tú, usted... Eligieron lo más frío: Ilustre, usted y en plural mayestático. El cardenal Bertram bromeó con Pío XII: "Su Santidad no se dirige a él como Dilecte Fili [Querido hijo]. ¡Me parece muy bien! No lo hubiera apreciado". El Papa podía haber elegido esa expresión, pues Hitler fue bautizado católico, pero bajo ningún concepto podía bajar la guardia ante él.
Por tanto, la carta, mera expresión cortés de buenos deseos, se mandó sin ningún detalle diplomático que implicase debilidad. De hecho, Pío XII comenta entonces: "Nos arriesgaremos a un nuevo intento [de mejorar las relaciones]. Pero si quieren pelea, no nos asustaremos, y el mundo entero verá que hemos tratado por todos los medios de vivir en paz con Alemania".
ROMPER ES FÁCIL, PERO ¿A QUÉ COSTE SE REHACE?
Entonces el Papa refiere a los cardenales el debate, antes mencionado, que él tenía con su predecesor. Ante los desaires del régimen, Pío XI se preguntaba: "¿Cómo podemos seguir teniendo nuncio allí? ¡Está reñido con nuestro honor!". "Le respondí", continúa Pío XII en su relato, "Santidad, ¿de qué serviría eso? Si pidiésemos la vuelta del nuncio, ¿cómo podríamos mantener contacto con los obispos alemanes?". Hay que recordar que la valija diplomática permitía burlar el control del régimen sobre las comunicaciones entre la Santa Sede y la Iglesia alemana.
Pío XII reconoce también que algunos cardenales le han preguntado cómo es que recibe al embajador alemán. Pero el Papa tenía claro que la vía de los gestos airados no conducía a nada: "Romper relaciones es fácil. Pero ¡sólo Dios sabe las concesiones que tendríamos que hacer para volver a establecerlas! Podéis estar seguros de que el régimen no las reanudaría sin concesiones por nuestra parte". Y no hay que olvidar tampoco que en marzo de 1939 el régimen hitleriano no evidenciaba fisura alguna, se hallaba en pleno proceso de expansión y, si bien el fantasma de la guerra ya asomaba, nadie podía dar por hecho que Hitler fuese a perderla.
LO PEOR, LA INDIFERENCIA
El encuentro de los cardenales de habla alemana con el Papa se cerró con una esperanza: "El interés por los asuntos de la Iglesia es mucho más vivo que antes y las iglesias están a rebosar", apuntó Schulte. "Lo mismo ocurre en Austria", añadió Innitzer. "Son los efectos de la persecución", aclaró Pío XII.
Y el cardenal Bertram cerró con la frase clave: "Suelo decirle a los sacerdotes que los tiempos que estamos viviendo no son los peores. Los peores son los de la indiferencia".
C.L. / ReL
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