No hay duda de que es un día especial para ellos. Están radiantes, realmente preciosos, y en sus ojos resplandece ese brillo que sólo puede encontrarse en un niño. Hay nervios e ilusión: es un día único. Sin embargo, son tantas las cosas que fallan en las primeras comuniones… y aquí, como en el pasaje de la adúltera, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Sería necio culpar a los pequeños. La forma en la que vivan este día dependerá de lo que hayan recibido de los adultos que les rodean. Y la primera figura, clara y evidente, es la de sus padres. Sabemos que tristemente la primera comunión tiende cada vez más a ser un acto social, una tradición heredada. Son muchos los padres que, alejados de la fe, llevan a sus hijos a cumplir con lo que se convierte en una etapa más de un cristianismo de mero título. A saber: bautizo, comunión, boda y, posiblemente, sepultura cristiana. Suelen ser las únicas visitas parroquiales a las que cada vez más personas se limitan en sus vidas.
Podríamos decir, no sin razón, que se trata de una actitud hipócrita por parte de los padres. Podríamos argumentar que, sin la colaboración de los mismos, intentar llevar a la fe a unos pequeños con una catequesis semanal es una obra titánica, casi imposible. Podríamos pensar incluso que para eso mejor que dejen a los niños en su casa. Sin embargo, no deja de ser cierto que cada una de esas escasas ocasiones en que estas personas vienen a la Iglesia, son valiosísimas oportunidades para despertar y avivar su fe. Y aquí es donde toca ponerse la mano en el pecho y hacer autocrítica. Veamos, ¿qué suelen encontrar unos padres que lleven a sus hijos a catequesis? ¿Acogida, cercanía, algo nuevo y diferente que les atraiga, reflejo de ese Amor de Dios que cada día nos sorprende?
En muchas ocasiones, encuentran catequistas de muy avanzada edad (benditas sean por su dedicación), que lidian como pueden con los chavales, a golpe de padrenuestro, avemaría y credo. Parroquias moribundas. Una relación casi inexistente entre padres, sacerdotes y catequistas. Podemos rasgarnos las vestiduras y negarlo, pero la realidad es que lo contrario a esta situación son excepciones, y no regla. Y sí, está claro que no van a ser los padres los que busquen cambiar esto. Para ellos lo fácil es cumplir con lo mínimo. ¡Somos nosotros los que tenemos que buscarlos, ir hacia ellos, ser cansinos si es necesario! Aquí está también la nueva evangelización. Recordemos las palabras de S. Pablo:
Pero, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? (Romanos 10, 14).
Es la hora de poner toda la carne en el asador, de ser valientes, de entregar nuestro tiempo y nuestro ser entero para llevar a todos los hombres la buena nueva de la salvación. Desde los pequeños hasta sus padres. Jóvenes que se confirman, novios que acuden a los cursos prematrimoniales… Hay tanto por hacer, y solemos no obstante vivir tan encerrados en nuestra falta de tiempo, en nuestras propias vidas y asuntos, o excusarnos en nuestras incapacidades… si no nos hemos puesto manos a la obra, no podemos quejarnos cuando acudamos a una celebración eucarística y nos “encontremos” con primeras comuniones. Ojalá llegue el día en que participemos gozosos de este precioso día de nuestros pequeños, de aquellos a quienes precedemos en la fe. Ojalá sacerdotes, padres, familiares, niños y toda la parroquia esperen con anhelo, y no como una carga, las primeras comuniones. Y ojalá que para los pequeños no sean las penúltimas.
José Manuel Puerta Sánchez
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