Desde el momento de la creación, vemos como la serpiente o demonio empezó su trabajo de tentación engañando a nuestros primeros padres, haciéndoles desconfiar de la Palabra de Dios, tentándoles a ser como dioses, hecho que les llevó al pecado, la expulsión del Paraíso y la muerte.
Dios en su gran designio ha permitido que el demonio esté cerca de nosotros para probar nuestra fidelidad a su Palabra y para demostrarnos el Poder de su Misericordia Infinita.
El demonio no puede hacer que pequemos, tan solo puede tentarnos a pecar, así que finalmente nosotros somos responsables de nuestras acciones ante Dios.
El precio del pecado es la muerte (Romanos 6:23), pero nuestra redención y salvación es el regalo de la gracia de Dios que nos da el perdón y la vida eterna en Cristo Jesús (Efesios 2:5).
Jesús vino al mundo para morir por el perdón de nuestros pecados y para darnos la vida eterna, también vino para darnos su testimonio como Hijo de Dios para que creyendo en El, nosotros podamos ser salvados y disfrutar de los regalos de Dios el Padre (Juan 3:16).
Jesús también vino a demostrarnos el Poder sobrenatural de Dios con sus milagros: transformación del agua en vino, multiplicación de los panes y los peces, ordenándole a la tempestad que se calmase, sanaciones físicas, mentales y espirituales, expulsión de demonios, resurrección de los muertos, su propia resurrección y la promesa de nuestra resurrección.
Un último y máximo milagro es el regalo de su cuerpo y sangre en el pan y vino consagrado por sus apóstoles y seguidores, el cual debemos todos de comer y beber si queremos ser salvados.
Jesús tuvo su primer encuentro con el demonio después de recibir su bautismo en el río Jordán y ayunar por cuarenta días y noches.
El maligno le presentó allí los tres enemigos del alma: el mundo, el demonio y la carne.
Lo tentó usando la palabra de Dios escrita en la Biblia de la siguiente manera: en la carne al sugerirle que transformara piedras en pan para que calmara el hambre de su ayuno, pero Jesús le dijo “está escrito, no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Luego el demonio lo llevó a lo más alto del templo sugiriéndole que si se tiraba de allí los ángeles no lo dejarían perecer, pero Jesús le contestó, también está escrito que no hay que poner a Dios a la prueba. Finalmente se manifestó tentándolo con todas las riquezas del mundo si Jesús le adoraba.
Jesús le dijo vete de aquí Satanás porque está escrito adorarás al Señor tu Dios y le servirás a Él solamente.
Este fue su primer exorcismo expulsando al tentador fuera de su vida y demostrando su poder. Este poder de resistir al demonio lo tenemos todos por naturaleza, puesto que tenemos la opción de ser tentados y caer en el pecado o podemos resistir el malvado por la gracia de Dios.
Nuestro objetivo al tratar este tema es el de aprender a orar con humildad y en obediencia a la Iglesia, para desatar así el poder de Dios logrando que los malos espíritus sean arrojados de nosotros y de aquellos que sufren su influencia o dominio.
DEFINICIONES
Exorcismo, Liberación y sanación son resultados del mismo proceso de arrepentimiento, oración, y entrega a Jesús. Nadie puede ser exorcizado, liberado o sanado de la influencia del demonio excepto en el nombre y por el poder de Jesús. Nadie puede recibir ningún favor divino excepto a través de la bondad y gracia de Dios en respuesta a la oración.
-Exorcismo es el acto de ordenar al demonio o espíritus malignos que salgan de una persona, lugar o situación ordenándole por el Santo nombre de Dios el Padre, Hijo o Espíritu Santo.
Jesús como hijo de Dios o como Dios el Hijo tiene toda la autoridad de Dios Supremo, poder que usó durante su ministerio de tres años y que delegó a sus discípulos, apóstoles y creyentes.
-Liberación es el resultado del trabajo de Dios en una persona a través de oraciones o de un exorcismo, que le saca del estado de influencia maligna.
-Sanación física es el resultado milagroso de las oraciones hechas en gran fe que manifiestan un milagro de Dios.
-Sanación espiritual es el resultado de renunciar el pecado, entregarse totalmente a Jesucristo y recibir el regalo de la paz.
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