“Mi identidad lésbica empezó de forma no sexual. Siempre disfruté con la buena comunicación que comparten las mujeres. Me encontré más y más unida a mujeres en hobbies compartidos y en los valores feministas y de izquierda”. Sólo gradualmente sus relaciones con otras mujeres tomaron una dimensión erótica y se convirtieron en una identidad: nombrarse “lesbiana” la definía.
SOLIDARIA, PLENA Y COMPROMETIDA
Rosaria y su compañera estaban volcadas en causas solidarias, “sobre moralidad, justicia, compasión”: contra el sida, por la alfabetización y la salud de los niños… y el feminismo, el homosexualismo político y las marchas del Orgullo Gay, donde veían cristianos con carteles amenazadores, versículos sobre el infierno y condenas groseras.
CRISTIANOS INEPTOS Y DERECHA RELIGIOSA
En 1997 empezó en serio a estudiar la “derecha religiosa y sus políticas de odio contra las queers como yo.” Como aperitivo, publicó un artículo (reseñado aquí) criticando los Promise Keepers (un movimiento de oración y castidad), una excusa para criticar la “trinidad impía: Jesús, política republicana y patriarcado”.
LA CARTA DE UN PASTOR
“No sabía cómo responderla, así que tiré la carta, pero más tarde, esa noche, la saqué de la papelera de reciclaje, la coloqué en mi escritorio, y ella me miró desde allí toda la semana. Yo, como intelectual postmoderna, operaba desde una visión histórica materialista, pero el cristianismo es una visión sobrenatural”.
Rosaria decidió conocer al pastor Ken. Él la invitaba a comer, y ella aceptó: podía ser útil para su investigación.
CRISTIANOS TRANSPARENTES Y VULNERABLES
Ella se sentía segura y tranquila porque ellos no le invitaban a ir a su iglesia. Ir a la iglesia “habría sido demasiado amenazador, estrambótico, demasiado”.
Le impresionaba cómo el pastor oraba antes de comer de una forma “íntima, vulnerable; él se arrepentía de sus pecados delante de mí. Daba gracias a Dios por todo. El Dios de Ken era santo y firme, pero lleno de piedad”.
DEVORANDO LA BIBLIA
Un día, Rosaria y su compañera estaban comiendo con J, un amigo transgénero (un hombre que se sentía mujer, y vestía y comportaba como tal).
“En la cocina, ella puso sus grandes manos sobre las mías. ‘Leer la Biblia te está cambiando, Rosaria’, avisó. Temblando, le respondí: ‘J, ¿y si es verdad? ¿Y si Jesús es un Señor real y resucitado? ¿Y si todos estamos en un lío?’ J respiró profundamente. ‘Rosaria, yo fui un ministro presbiteriano durante 15 años; recé para que Dios me sanara, pero no lo hizo. Si quieres, oraré por ti’”. Así Rosaria encontró la oración de quien menos cabía esperar.
“Luché con todo lo que tenía. Yo no quería eso. No lo había pedido”. Finalmente, el 14 de febrero de 1999 “salí de la cama de mi amante lesbiana y una hora después estaba en un banco de la Iglesia Presbiteriana Reformada de Syracusa”.
LA PRESENCIA DE CRISTO VIVO
“Sentí visceralmente la presencia viva de Dios mientras rezaba. Jesús parecía presente y vivo. Supe que no estaba sola en mi habitación. Pedí que si Jesús era verdaderamente un Dios real, resuitado, que cambiase mi corazón. Y si Él era real y yo era suya, pedí que me diera fuerza de mente para seguirle y carácter para ser una mujer de Dios. Pedí la fuerza para arrepentirme de un pecado que en ese momento no sentía como pecado en absoluto. Que si mi vida era su vida, que la tomase y la hiciese como quisiera. Pedí que tomase todo: mi sexualidad, mi profesión, mi comunidad, mis gustos, mis libros y mis mañanas”.
ENTREGAR LA SEXUALIDAD A DIOS
Cuando un capellán universitario le dijo que podía ser cristiana y seguir practicando el lesbianismo le pareció atractivo pero ella ya había estudiado la Biblia: “había leído y releído la Escritura y no había restos de esa postmodernidad en la Biblia”.
OBEDECER PARA ENTENDER
Y se preguntó cuál era su verdadera identidad. ¿Ser lesbiana? “¿Quién hará Dios que sea yo?”
“Jesús triunfó. Yo estaba rota. Mi conversión era como un tren descarrilado. Creía débilmente que si Jesús podía vencer a la muerte, podría reordenar mi mundo”.
UNA NUEVA IDENTIDAD
Tenía 39 años al casarse, y le asombró descubrir que ¡era vieja para tener niños! “El pecado infantiliza a la persona; yo me creía madura, importante, y lo cierto es que no sabía ni lo que era de verdad mi edad. Tras mi conversión, me asombró descubrir lo mayor que realmente era”.
Adoptaron unos niños y hoy ostenta con alegría los títulos de esposa y madre.
Y aunque reconoce que su pasado está ahí, “agazapado en los bordes de mi corazón, brillante y quieto como un cuchillo”, tiene clara una cosa: “no he olvidado la sangre que Jesús entregó por esta vida”.
P. J. Ginés /ReL
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