Estremece releer hoy la carta que Benedicto XVI dirigió a todos los obispos de la Iglesia católica tras su decisión de levantar la excomunión a los cuatro prelados consagrados por el arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede.
Al Papa le embargaba ya entonces una tremenda soledad; la misma que siente hoy y que ha desencadenado en parte su renuncia a la silla de Pedro.
Benedicto XVI se lamentó amargamente, en su carta a los obispos del 10 de marzo de 2009, de que su decisión hubiese suscitado “dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo”.
Parafraseando a san Pablo, el Romano Pontífice afirmó incluso que el “morder y devorar” existía ya entonces en el seno de la Iglesia. ¿Y quiénes “muerden y devoran” sino los lobos? ¿Un Papa rodeado entonces de lobos?
Juzgue si no el lector, a la luz de estos reveladores párrafos de su carta:
“Queridos Hermanos, por circunstancias fortuitas, en los días en que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Gálatas 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente».
“Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este “morder y devorar” existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada.
¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? ¿Que quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor?”.
“El día en que hablé de esto en el Seminario Mayor, en Roma se celebraba la fiesta de la Virgen de la Confianza. En efecto, María nos enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos. Él nos guiará, incluso en tiempos turbulentos... El Señor nos proteja a todos nosotros y nos conduzca por la vía de la paz. Es un deseo que me brota espontáneo del corazón al comienzo de esta Cuaresma, que es un tiempo litúrgico particularmente favorable a la purificación interior…”.
La soledad del Papa…
Jose Maria Zavala
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