Hoy en Onda Cero Granada me han preguntado por primera vez en público sobre el polémico tema del sacerdocio femenino. Todo a raíz de la renuncia del Papa. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Para el periodista la renuncia es una señal de modernización de la Iglesia y pensaba si esa “modernización” seguiría hasta el sacerdocio femenino.
Pues va a ser que no. Que ni se trata de tal modernización ni el sacerdocio femenino tiene futuro en la Iglesia. Supongo que dicho esto, ya he defraudado a más de un lector. Y no digamos a los periodistas que buscan la polémica que venda. Lo siento, pero yo no estoy en venta. Y no me importa ser políticamente incorrecta para los que consideran ‘progre’ eso de defender el sacerdocio femenino.
Vamos por parte, como Jack el destripador. Lo primero que quiero dejar claro es que ni me siento menos por no ser sacerdote ni creo que ningún sacerdote deba sentirse más por serlo. Lo aclaro por comentarios y preguntas que he recibido en Twitter. En la Iglesia manejamos otros conceptos de la realidad a veces en confrontación con los de este mundo. No es de extrañar, pues ya en el Antiguo Testamento, en Isaías 55, 8, Dios nos dice: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos.” La autoridad no es poder para nosotros, sino servicio. La igualdad no es igualitarismo, sino tener la misma dignidad y distintas funciones. El sacerdocio no es una superioridad o un mérito, sino una vocación. Todos somos iguales en dignidad, aunque no en funciones.
Aclarado esto, vamos al meollo de la cuestión. En nuestra Iglesia toda vocación tiene siempre como finalidad el servicio. Incluso las monjas de clausura de las que lamentablemente muchas veces he oído decir que son “parásitos” de la sociedad porque no hacen nada “productivo” (¿qué sabrán estos de la productividad del amor?). Santa Teresita de Lisieux, que nunca salió del convento, dijo: “En el Corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el AMOR.” El problema es cuando no vivimos nuestra vocación con este sentido porque es cuando la gente puede confundirnos igualando nuestros servicios con los criterios mundanos de poder, autoridad, superioridad, etc.
En este sentido, el sacerdocio femenino ni es necesario ni es viable en la Iglesia. Ciertamente no es dogma de fe, pero Juan Pablo II zanjó la cuestión en la Ordenatio Sacerdotalis, punto número 4 cuando dice:
“Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.”
La respuesta de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe a los que preguntaron precisamente sobre la Ordenatio Sacerdotalis:
Pregunta: Si la doctrina, según la cual la Iglesia no tiene facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, propuesta en la Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis como dictamen que debe considerarse definitivo, se ha de entender como perteneciente al depósito de la fe.
Respuesta: Afirmativa.
En otro documento también de la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe sobre el mismo tema se dice claro:
“Se trata de un pleno asentimiento definitivo —es decir, irrevocable—, a una doctrina propuesta infaliblemente por la Iglesia.”
Todo esto lo desarrolla ampliamente Luis Fernando Pérez en un post de su blog en InfoCatólica. Lo último que me gustaría agregar es una respuesta a quienes en Twitter me dicen que la Iglesia es machista o que el contexto socio-cultural del tiempo de Jesús queda muy lejos para seguir viviendo el sacerdocio como Él lo instauró.
Ciertamente para el mundo actual la tradición no es un argumento de peso. En una sociedad relativista que se jacta de postmoderna, dar este argumento es ser políticamente incorrecto. Pero cuando algo siempre se ha hecho igual por tantos siglos y llega un momento en que se reflexiona sobre la necesidad de cambiarlo, y después de su estudio se sigue llegando a la misma conclusión de que debe seguir igual, la cosa cambia. Lo que la gente no sabe es que dentro de la Iglesia sí ha existido esta reflexión y estudio. ¿De dónde salen si no todos estos documentos?
Yo defiendo el papel de la mujer en la Iglesia y lo hago desde el convencimiento. Pero hablo en chino para quienes no sintonizan con los valores del Evangelio. Mujeres y laicos ha habido en los últimos sínodos, sin ir muy lejos en el de la Nueva Evangelización. Mujeres están acompañando en la fe a muchos pueblos donde hace años no llega un sacerdote. Mujeres trabajan también como consultoras en la Curia Romana. Mujeres son la mayoría de religiosas consagradas en este mundo (mucho más que varones). Mujeres que están dirigiendo colegios y universidades católicas (sin ir más lejos la del CESAG donde yo trabajo). Mujeres fundadoras incluso de ramas religiosas masculinas. Etc. Son todas mujeres conectadas a Cristo, en la Iglesia.
¿Qué es lo único que una mujer no puede hacer en la Iglesia? Absolver los pecados y consagrar la eucaristía. ¿Es que eso la discrimina? Sólo si pensamos en clave mundana que el ministerio sacerdotal es una vocación superior. Quien así lo mira, no ha entendido nada ni de la vida de la Iglesia ni del Evangelio. Peor aún me parece quien así lo viva.
Xiskya Valladares
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