Acababan de ver el telediario. El Anacoreta se giró hacia su joven seguidor y dijo:
- Es curioso. Nadie acepta ser culpable de nada. Todos, en cambio, creen culpables a los demás. Solemos ser muy claros juzgando a los demás, pero juzgarnos a nosotros nos cuesta mucho. Nos resulta muy difícil vernos tal como somos.
Apagó la televisión y siguió hablando:
- Sin embargo es muy importante saber tocar nuestras heridas; conocernos tal cual somos. Es bueno replegarnos de vez en cuando en nosotros mismos, y ver nuestros fallos. No para quedarse en ellos y dar vueltas constantemente en nuestra miseria, sino, para reconociéndolos, poner remedio y seguir caminando hacia adelante.
Luego sonrió levemente y añadió:
- Tampoco es bueno estarle recordando constantemente a los demás los fallos que han cometido sin querer ver lo mucho bueno que hacen. Las heridas, las nuestras y las de los otros, son para superarlas. No para quedarse apegados morbosamente a ellas. Las heridas, las nuestras y las de los demás, son para curarlas. No para hurgar en ellas.
Volvió a sonreír y concluyó:
- Suerte que el que nos juzgará el último día será Él...
Joan Josep Tamburini
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