jueves, 22 de noviembre de 2012

ESCRITOS Y ESCRITURAS



He encontrado escondida, en una olvidada carpetas de mi ordenado…, esta glosa que ahora la envío para su publicación. Cuando escribí esta glosa era el 26-07-11, más de un año ha trascurrido ya. No voy a caer en la exclamación de muchos: ¡Dios mío!, como pasa el tiempo y es que la caducidad de nuestro cuerpo nos agobia y más les agobia a los que no se preocupan de su alma. Es curioso observar las reacciones humanas que tienen las personas frente al hecho de la muerte de un ser querido. Son muy distintas las que tienen los no creyentes y entre los creyentes, las que tienen los tibios y los que ce verdad aman al Señor. Pero bueno, vamos a entrar en el contenido de esta vieja glosa.

Aunque no con tanto tiempo, desde luego que me gusta escribir, y dejar un cierto espacio de tiempo para que se sedimenten lo que escribo, pues así ahuyento de mis escritos, la escritura apasionada que generalmente resta ecuanimidad a lo que uno escribe. Esto tiene el inconveniente, de que el escritor se pierde la actualidad del momento, pero en mi caso la única actualidad que busco es la de que todos, lectores y escritor avancemos en el amor al Señor, que en definitiva es el único negocio que nos debe de preocupar en esta vida. Los hechos y actos políticos, pasan rápidamente y su novedad queda enterrada por los nuevos que aparecen. Los cotilleos, comentarios sobre conductas, incluso los pertenecientes al orden religioso, también pasan. Solo es el amor a Dios el que debe de permanecer incólume en nuestros corazones y centrarnos en él, desarrollando la fuerza de nuestra vida interior, pues para contemplar el rostro de Dios, esto es lo único que nos aprovechará.

Esta ha sido mi intención al escribir estas glosas, que por supuesto no siempre son comprendidas ni aceptado el contenido de ellas, cosa harto normal, pues solo escribo para los que creemos, porque ya hay otros que se ocupan de los que no creen. Pero a pesar de ello, no he sido ajeno a recibir comentarios con contenidos hasta insultantes, a los cuales no les he dado paso a su publicación, más en atención al que lo enviaba, que a la mía propia, pues todo lo que se me diga peyorativamente, me sabe a gloria ofrecida al Señor.

En la escritura, he tratado siempre de huir de elucubraciones teológicas, muchas veces incomprensibles para muchos cristianos, porque siempre he entendido, que de lo que se trata, no es diseccionar la naturaleza, las conductas y las cosas de Dios, cosa por otro lado es imposible de lograr plenamente, para cualquier teólogo, por muy versado que sea, si lo pretende hacer solo con su mente, Porque a Dios solo se le puede llegar por medio del corazón, no de la cabeza. Bueno es, tener un correcto conocimiento de Dios, pero mucho mejor aún es amarle, tal como Él desea. Al conocimiento de Él, se ha de llegar con el corazón y esto a Él le agrada y así nos lo manifestó: “Escudriñad las escrituras, ya que esperáis tener en ellas la vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mi”. (Jn 5,39). Pero esta búsqueda en las Escrituras, ha de hacerse siguiendo el consejo de San Pablo que nos dice: “La ciencia hincha y la caridad edifica”. (1Co 8,1).

En el Kempis, encontraremos varios puntos que nos previenen a escudriñar al Señor, solo con la mente: “Deja a un lado tu curiosidad, y procura leer lo que te dé compunción, más que ocupación intranscendente”. Y también nos dice: "Quien escudriña la majestad de Dios es oprimido por la pesadumbre de tu gloria”. (Pr. 25,27). Es mucho más lo que Dios puede obrar que lo que el hombre puede entender. Se tolera, en cambio, una investigación humilde y reverente de la verdad, con ánimo de aprender siempre y caminar por la senda trazada de antemano con las sólidas sentencias de los santos Padres. En esta línea de pensamiento, también San Agustín coincide y nos dice: “No te metas a inquirir lo que es sobre tu capacidad ni a escudriñar las cosas que exceden a tus fuerzas, sino piensa siempre en lo que te ha mandado Dios”.

El cardenal Newman, escribía: “La curiosidad nos mueve extrañamente a la desobediencia, con el fin de lograr experiencias en el gusto de desobedecer”. Y añadía: “Sabe el demonio que la curiosidad es la mayor y primera trampa del hombre, como lo fue en el paraíso; sabe que si con esta tentación logra abrir un camino hacia el corazón, nos dominará con facilidad otras tentaciones de diverso tipo que van apareciendo en la vida. Y sabe que, si en cambio, resistimos los inicios del pecado es casi seguro que con la gracia de Dios seguiremos nuestro camino de vida cristiana”.

Por todo lo dicho, es por lo que siempre he tratado hacer revivir, en mis lectores y en mí mismo, y en nuestras vidas interiores, esas realidades pensamientos y principios, que en la mayoría de los casos aprendimos de niños y ahora después de recorrer gran parte de la vida, vamos tomando conciencia de la importancia que tienen, para el futuro que nos espera.

No quiero seguir escribiendo esta glosa, para que nadie pueda pensar que se trata de un testamento de despedida, porque amenazo con seguir escribiendo, bien, hasta que Dios no disponga otra cosa, o que el editor de esta revista me eche a la calle.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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