jueves, 29 de noviembre de 2012

NUESTRA MENTALIDAD



Todos tenemos una distinta mentalidad. Las hay similares pero nunca idénticas. Pero lo primero de todo, que nos conviene saber, para avanzar en la lectura de esta glosa, es lo que entendemos por mentalidad. Son varias las definiciones que podemos encontrar sobre el término mentalidad. Y estas definiciones se encuentran arropadas por una extensa bibliografía, por lo que, como solo pretendemos aceptar lo que vulgarmente entendemos por mentalidad y por ello nos sujetaremos al DRAE, que nos dice en su primera acepción, que mentalidad, es: “Cultura y modo de pensar que caracteriza a una persona, a un pueblo, a una generación, etc…”. Y si queremos indagar las clases de mentalidades que existen, nos daremos cuenta enseguida, que cada persona tiene su propia mentalidad, distinta aunque sean miembros de una misma familia y hayan recibido una educación y formación igual. No hay problema alguno, en poder afirmar que cada uno de nosotros tenemos distintas mentalidades, como distintas son nuestras huellas dactilares o el iris de nuestros ojos.

Pero entrando en el tema que justifica esta glosa, es tener presente, que nuestra mentalidad, tiene mucha importancia en nuestra vida espiritual, porque esta será siempre más rica y generosa, en cuanto más se acerque a la realidad que nos muestra nuestra fe. Es importante pues, tener aunque sea solo una somera idea de como se forma la mentalidad humana. La mentalidad se forma y se transforma a lo largo de la vida de la persona, nadie tiene una misma mentalidad en el transcurso de su vida; cambiamos de mentalidad, como cambiamos de chaqueta y sobre todo, sin ser consciente del cambio. Los mismos factores educacionales, sociales, económicos y sobre todo religiosos, que crean la mentalidad de una persona, son generadores de cambios en esa misma mentalidad que ayudaron a formar. Los contactos humanos, laborales, amistades, familias…etc, las lecturas, las películas y la TV. intervienen activa y poderosamente en la transformación de la mentalidad, de la persona de que se trate.

Y formando parte de la mentalidad de cada uno, hay un algo muy importante y transcendente, sobre todo en el orden espiritual de cada persona. Nos estamos refiriendo, a la escala jerarquizada de valores; en este caso de valores espirituales y en todo caso de valores morales si es que los espirituales no están desarrollados en la persona de que se trate. Los valores morales, son siempre fijos. El Señor, los fija en toda alma que crea, es una impronta como puede ser el instinto de conservación. Toda persona humana nace con unos valores morales, que son siempre los mismos, pues responden al instinto y la necesidad que se siente de cumplimentar la Ley moral divina. Claro que es de ver, que más de uno se olvida de este instinto de acatamiento de la moral, acalla su conciencia y actúa por su cuenta según le apetece. Pero existe un mecanismo constituido por la conciencia humana que le genera al violador de las normas, el llamado remordimiento. Aunque también es de considerar, que de la misma forma que por accionar torticera y constantemente, se acalla la conciencia, también se puede acallar el remordimiento.

Cosa distinta, es el caso de los valores espirituales, estos son siempre el fruto de trabajo de la persona, engrandeciendo y perfeccionando su alma. Los valores espirituales son distintos en cada una de las personas. Poniendo un ejemplo, podemos asegurar que los valores espirituales, de la Beata madre Teresa de Calcuta, estaban muy por encima de los… y como no me gusta dar nombres, diré, que los que tenga cualquier político proabortista, que desgraciadamente son muchos. Cualquier persona que se ocupe de desarrollar su vida espiritual y habitualmente viva en gracia y amistad con el Señor, es cumplidora de la Ley moral y por ende de los valores que nacen de esta Ley.

Teniendo en cuenta lo escrito, hasta aquí, diremos que el acto humano, que la célula de la conducta del hombre es siempre fruto de su mentalidad y según esté conformada esta y sobre todo la escala de valores espirituales de esa mentalidad; en el orden espiritual el acto será bueno y virtuoso o malo y vicioso. Y así entramos en el campo del vicio y las virtudes, cuya importancia a ningún creyente católico se le oculta. La virtud, la define el sacerdote norteamericano Leo Trese, “Como el hábito o cualidad permanente del alma que da inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien y evitar el mal”. Como sabemos el hábito de virtud se obtiene por la sucesiva y perseverante realización de actos iguales que dan nombre a la denominación de la virtud de que se trate.

Nuestra salvación, sabemos los que queremos salvarnos, que es imposible alcanzarla al margen de las tres virtudes principales: Fe, esperanza y caridad. Solo se puede salvar el que Cree en la existencia del Señor, espera en el Señor y ama al Señor. Las tres virtudes básicas de nuestra creencia, siempre van unidas. El que cree, siempre espera, y siempre ama. Es imposible no creer y esperar lo que se cree que no existe, ni tampoco es posible amar lo inexistente, lo que no se cree que exista. Por ello la fortaleza de cualquiera de una de las tres virtudes con lleva siempre la misma fortaleza para las otras dos. Las tres virtudes pueden aumentar o disminuir en su fortaleza, se puede tener por ejemplo una fuerte fe en alguna etapa de la vida y después debilitarse esta fe. La gracia sacramental es el alimento de nuestra alma, porque nos suministra las gracias divinas necesarias, para caminar con amor en esta vida y los actos que ella genere serán fuertes o débiles, espiritualmente hablando, de acuerdo con la fortaleza espiritual del alma de que se trate. Un alma madura, fuerte y bien desarrollada, producirá actos con las mismas características y ellos fortalecerán cada día más, nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor en el Señor. El fortalecimiento pues de nuestra fe, será siempre el fruto de la realización de actos de fe profundo y saludable.

Ni que decir tiene que satanás, no está por la labor, y pondrá en nuestras ruedas, todos los palos que considere necesarios, por ello es buena cosa que recordemos lo que nos dice San Pedro: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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