El joven seguidor se preguntaba sobre el amor. Por qué nuestro amor es siempre tan imperfecto. Por qué creemos amar a una persona y al poco tiempo dejamos de amarla.
El Anacoreta escuchaba atentamente las palabras y dudas del joven. Después, pausadamente respondió:
- Nunca podremos introducirnos en el mundo del amor, si antes no nos desprendemos de nuestros "apegos".
El joven seguidor preguntó:
- ¿Qué son los "apegos"?
Sonrió el anciano y respondió:
- Es todo aquello que nos ata, que deseamos con fuerza, que enturbia nuestra percepción.
Hizo una pequeña pausa y luego prosiguió:
- Llamamos amor a lo que en realidad no lo es. Nos sentimos atraídos por algo o alguien, de la atracción pasamos al placer, y ahí nace el apego. Pero todo ello acaba por producirnos cansancio. Ahí no había amor, sólo apego. Has atribuido a la cosa o a la persona un valor que en realidad no tiene. Ese valor sólo existe en tu mente. La cosa, la persona, se han transformado en un apego.
El joven dudó:
- ¿Cómo puedo pasar del apego al amor?
Sonrió el Anacoreta y se explicó:
- Cuando seas capaz de amar la cosa o la persona objeto de apego, maravillosamente, y, a la vez, disfrutar de cualquier otra cosa o persona.
Suspiró el anciano y concluyó:
- Por eso si el amor a Dios hace que nos olvidemos de nuestros hermanos, no es verdadero amor, sino "apego". El verdadero amor a Dios te hará amar plenamente a los demás.
Joan Josep Tamburini
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