Al oír todo esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron:
– Su enseñanza es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede hacerle caso?
Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó:
– ¿Esto os ofende? ¿Qué pasaría si vierais al Hijo del hombre subir a donde antes estaba? El espíritu es el que da vida; el cuerpo de nada aprovecha. Las cosas que yo os he dicho son espíritu y vida. Pero todavía hay algunos de vosotros que no creen.
Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién el que le iba a traicionar. Y añadió:
–Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no lo trae.
Desde entonces dejaron a Jesús muchos de los que le habían seguido, y ya no andaban con él. Jesús preguntó a los doce discípulos:
– ¿También vosotros queréis iros?
Simón Pedro le contestó:
– Señor, ¿a quién iremos? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros sí hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.
Los escribas y fariseos no fueron los únicos en interpretar literalmente y escandalizarse de las palabras de Jesús que hemos leído los domingos anteriores. Muchos de los que le seguían también consideraron sus palabras duras y difíciles de entender y lo abandonaron.
Y es que no es fácil ser discípulo de Jesús. Seguir a Jesús no es cuestión de seguir una ideología, unas palabras, incluso unos dogmas. Seguir a Jesús es alimentarse de Él, hacerse uno con Él. Seguir a Jesús es cambiar nuestra vida. Si queremos seguirlo "intelectualmente", nos ocurrirá como aquellos seguidores que lo abandonaron porque era difícil de aceptar. Jesús llamaba a su seguimiento "volver a nacer".
Los apóstoles por boca de Pedro exclaman: ¿a quién iremos? Tus palabras son palabras de vida eterna. Pero también lo abandonarán en el momento culminante y lo dejarán sólo en la cruz. Sin embargo han empezado el camino. Porque ser discípulo es seguir un camino, seguir sus pasos... Un camino con altibajos, con alegrías, pero también con desfallecimientos. Ser discípulo es ir transformando nuestra vida poco a poco en la suya. Es decir, una vida al servicio de los demás. Una vida dedicada a luchar por la justicia. Una vida, por encima de todo, buscando la Unión con Él.
Las palabras de Jesús son Espíritu y son Vida. No somos verdaderos discípulos de Él si no unimos en nuestra existencia las dos cosas: la meditación, la interiorización de sus palabras que nos lleva a la interiorización de su Espíritu, y la puesta en acción de estas palabras, su imitación, que es hacernos Uno con su Vida.
Si sólo nos quedamos una de las partes, nos convertimos en contempladores de nuestro ombligo o en meros agitadores sociales condenados a quemarnos y abandonar.
No es fácil este camino. No es de extrañar que constantemente estemos tentados de abandonarlo.
Pero no hemos de tener miedo. Se trata de confiar en Él. Los apóstoles tampoco entendían sus palabras, pero confiaban en Jesús. Los apóstoles lo abandonaron, pero Él regresó para entregarles su Espíritu, para darles fuerza, para levantarlos de nuevo. Y a Él lo encontramos, nosotros, en la Eucaristía. Esa Eucaristía a la que debemos devolverle su verdadero sentido. Esa Eucaristía que es Unión.
Joan Josep Tamburini
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