Que belleza tan impresionante la de esta foto. La serenidad del rostro de
la primera niña, una serenidad casi enigmática. Unos ojos que miran tranquilos,
desde una personalidad que adivinamos muy madura y dueña de sí mismo.
La mirada más seria, pero más curiosa, de la segunda niña. Inclina la
cabeza con una cierta curiosidad.
La tercera niña culmina magistralmente la degradación de la claridad de la
foto. Parece un rostro más alegre y menos interesante. Las tres niñas van
vestidas con las prendas de una época más sencilla. El negro y blanco de la
foto nos ayuda a fijarnos en lo esencial en esta fotografía compleja y rotunda.
Es mucho más compleja y rica, que otras fotos en las que hay treinta o
cuarenta elementos.
Por último el niño. A mi entender el niño rompe la serenidad del conjunto.
La instantánea hubiera resultado mejor con un niño mirando serio o aburrido o
intrigado al objetivo.
Hay que reconocer que el fotógrafo juega de un modo genial con la luz,
creando una atmósfera concentrada, no distendida, como interrumpiendo algo. No
es una fotografía que muestre un momento estático. Es un segundo que nos lleva
a pensar en qué sucedía antes, y que no se puede mantener. Como si todo ese
encanto se disolviese cinco segundos después, en cuanto se levanten, o se
pongan a hablar, o atiendan al niño que llora.
El autor de la foto logra unos sentimientos, una ambiente, que otros no
logran con hora y media de película.
p.
Fortea
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