Existen unos determinados grados de
incumplimiento…, de los deseos del Señor para con nosotros. Como sabemos amar
es cumplir la voluntad de Dios y cuanto más exactamente la cumplamos mayor será
el amor que le demostremos. Por ello debemos de ver que a groso modo, hay tres
categorías de incumplimiento de la divina voluntad. Son tres categorías que
solo afectan a los que desean amar al Señor, porque desgraciadamente hay una
masa de seres humanos, que pasan de amar al Señor, empleando la expresión que
utilizan hoy en día la gente joven. Pero para los que no pasamos y queremos
amar al Señor, hay tres categorías de cumplimiento y estas categorías, van de
acuerdo con el nivel de desarrollo de la vida espiritual de uno. Veamos.
El
primer grado corresponde a las personas que su principal preocupación, esta en
no pecar mortalmente y cuando desgraciadamente caen, se levantan y salen
corriendo a buscar un confesionario. Como sabemos, los pecados mortales son
aquellos que matan el alma. Ellos son: Soberbia, Avaricia, Envidia, Ira,
Lujuria, Gula, Pereza. Todos ellos matan el alma, en cuanto desaparece la Inhabitación
de la Santísima trinidad en el alma del pecador y por lo tanto, la relación
de esta con el Señor, que no puede convivir con el pecado mortal se rompe. Los
pecados capitales o mortales son todos importante, aunque hoy en día
desajustadamente se le de más importancia a unos que a otros. Rara es la
persona que se acusa hoy en día, en un confesionario de haber pecado de gula,
de avaricia, de envidia, de ira o de pereza, pues no se les da la categoría que
por ejemplo tiene todos los pecados que salen del tronco de la lujuria.
Algunos
de ellos como por ejemplo la soberbia, más o menos somos muchos lo que cojeamos
del pie de este pecado, pero lo terrible de este pecado, es que nos creemos que
somos inocentes de él. Todos son repudiables porque con su comisión se rompe y
desaparece el estado de gracia o amistad con el Señor en la persona pecadora,
la cual deja de ser templo vivo de Dios. Pero Dios misericordioso, ama tanto a
todas sus criaturas, que este desastre puede arreglarse, si es que media
arrepentimiento mediante el sacramentos de la penitencia, el cual vuelve a
dejar las cosas como estaban, es decir, no hay que partir de cero y volver a
empezar, sino que las gracias obtenidas anteriormente a la caída, son
restituidas.
Nadie
está libre de una caída mortal, aunque se encuentre en un avanzado estado de
desarrollo en su vida espiritual y se encuentre ya en alguna categoría superior,
pues tal como dice San Pedro: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el
diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles
firmes en la fe”. (2Pdr 5,8).
En
el segundo grado, se encuentran las personas que de una forma o de otra se han
alejado de los pecados groseros, pero están en plena lucha con los pecados
veniales estos pecado no matan el alma pero la dañan, Estos pecados son más
fáciles de perdonar, pues no dañan el alma sino que solo la hieren, pero no por
ello, no dejan de mancharnos como los mortales y nos legan su huella con su
pequeño o grande reato de culpa. El pecado es como una mala hierba, que
arrancamos de la tierra con nuestra confesión, pero la raíz de esta mala
hierba, queda latente en el alma pecadora, no desaparece con la absolución del
pecado en el sacramento de la confesión y en cualquier momento puede volver a
brotar, es lo que se llama el reato de culpa, que no se perdona en la
confesión, y habrá que eliminarlo en el purgatorio. La Iglesia por potestad
delegada del Señor, tiene capacidad para perdonar el reato de culpa, por
medio de las llamadas indulgencias plenarias, pero ¡ojo! No son siempre fáciles
de ganar, porque su obtención, no solo depende del cumplimiento de los
requisitos que marca la Iglesia, sino de nuestra personal disposición de amor a
Dios. Por ir de peregrinación a sitios lejanos y hacer más que una autentica
peregrinación, un turismo religioso, no se gana una indulgencia, así como así.
Santa Teresa cuenta que en una revelación del Señor, acerca de una
peregrinación para ganar unas indulgencias, de los miles de personas que
fueron, solo ganaron la indulgencia tres personas, entre ellas un soldado.
El
pecado venial por ser pequeño no deja de ser importante. En la Biblia se puede leer:
“El que desprecia las cosas pequeñas poco a poco caerá”. (Ecl. 19,1).
Decía San Agustín: “¿Que cosa más exigua que un grano de arena? Y, sin
embargo, si echas demasiada en un barco, llega a sumergirlo. (…). ¿Qué más te
da sucumbir bajo una masa de plomo que bajo un montón de arena?”. El abad
Benedikt Baur alemán de la orden de San Benito, en uno de sus libros nos hace
unos acertados comentarios sobre el pecado venial y nos dice: “El pecado venial por él, aún
no nos separamos completamente de Dios, pero nos quedamos para el tiempo y la
eternidad en un grado inferior a que la gloria para la que Dios en su amor
infinito nos había llamado y escogido”. Y continua: “Nuestra miseria se consuma con el pecado venial
habitual. (…) La ruina de las almas radica en el pecado venial frecuente,
habitual; nos lo enseñan la experiencia y la historia de tantas almas”.(…) El
pecado venial se ciñe como la hiedra a la delicada plantita de la vida en la
gracia, para ir sofocándola lentamente”. Y San Alfonso María Ligorio fundador
de los Redentoristas, escribía diciéndonos: “Cierto que ni aún las personas
espirituales se hallan libres de faltas ligeras; pero estas, van siempre
disminuyendo en número y peso, hasta que acaban por destruirlas los actos de
amor a Dios. Quien obra así, acabará por santificarse y sus defectos no le
impedirán tender a la perfección”.
Y es precisamente en el Tercer
grado, donde se encuentran aquellas personas que más o menos, han logrado
dominar sus pecados tanto mortales como veniales, aunque siempre se corre el
riesgo de recaída y tienen centrada su atención y esfuerzos en cumplimentar el
mandato del Señor, cuando nos dijo: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es
vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Porque la persona, que ha alcanzado
una indulgencia plenaria de sus reatos de culpas y esta libre de
imperfecciones, no pasará por el Purgatorio porque ya está purificada y puede
contemplar el rostro de Dios. La gloria del rostro de Dios y la luz que emana
de Él que solo pueden se contemplados, por los ojos del alma, de una persona
que ya está totalmente purificada. La grandeza de Dios es de tal naturaleza que
si no media la purificación del alma esta queda aplastada.
Con respecto a la perfección el Abad
Baur nos dice: “Somos tanto más perfectos, cuanto más amamos” y añade “Una
sola alma perfecta glorifica a Dios mucho más que miles de imperfectas, ya que
un solo acto de amor, tal como lo realiza un alma perfecta, tiene mayor valor
ante Dios que todos los actos de amor de tantas almas que aún no han alcanzado
la perfección”. Benedikt Baur, O.S.B., “En la intimidad de Dios”. La perfección implica una integración del alma en la gloria divina, es por
ello que San Juan de la Cruz nos escribe diciendo: “Hasta que los amantes se
funden en la unidad y se transfigura el uno en el otro el amor no es perfecto”.
Por último recojo una afirmación de Slawomir Biela, que nos dice: “En tu
camino hacia la santidad, también te irás viendo cada vez con mayor claridad.
Quién te ama y como eres tú, esta persona a quién El ama. La posibilidad de que
en este camino puedas llegar a considerarte perfecto, no existe”.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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