No
hay nada que perdonar. Los perdones, excusas y explicaciones del mundo no
tienen sentido alguno. Nadie me ha ofendido, para empezar: ¿Cómo, pues, puedo
pedirle explicaciones a nadie? Me haya hecho lo que me haya hecho, lo ha hecho
convencido de que eso era lo que debía hacer: ¿Cómo puedo ahora exigirle que
retire lo dicho, que me presente excusas, que se retracte en público?
Pedir
perdón y aun concederlo, es reconocer que había culpa, falta moral, malicia; y
una vez que reconozcamos que no hay tal, no hay lugar tampoco para el perdón.
Perdonar
es solo acentuar la discordia. El perdón no existe, porque la ofensa no existe;
y la ofensa no existe porque no existe intención. El único perdón verdadero es
el caer en cuenta de que no hay nada que perdonar.
¿Podemos,
pues, decir ahora que hay un “MAL ACODICIONAMIENTO” que lleva a la gente a
actuar mal, y un “BUEN ACONDICIONAMIENTO” que lleva a la gente a obrar bien?
No. Todo “ACONDICIONAMIENTO” es malo en sí mismo.
El
doblegar la mente, el forzar la naturaleza, el fijar el prejuicio, el filtro,
la censura, el lavado de cerebro – sea cual sea la intención con que se haga –
nunca puede aceptarse. Va contra la dignidad de la persona humana, contra la
libertad de la mente y, en último termino, contra la salud fundamental del
individuo y de la sociedad.
En
el liberarse de todos los ACONDICIONAMIENTOS – o al menos de cuantos podamos – está
el camino hacia la verdadera paz interior y la concordia universal.
El
hombre es mejor de lo que le enseñan a ser. Es verdad que existe el Pecado
Original y la Concupiscencia del mal en el corazón del hombre; pero también
existen, y con mayor abundancia y generosidad, la Gracia de Dios y la Filiación
divina de sus hijos.
“TENER
FE EN EL HOMBRE ES TENER FE EN DIOS”
Esta
manera de pensar encaja exactamente en el concepto general de la vida y de Dios.
No
juzgar, no culpar, no quejarse, no sentir necesidad de perdonar ni ser perdonado…
son consecuencias lógicas de esa actitud general ante la naturaleza, y las
cosas y las personas, que nos lleva a aceptar todo tal como es; a abrir las
puertas a la realidad; a caer en la cuenta de que nadie, de hecho, me hace daño;
que nadie necesita cambiar; que yo mismo puedo pasar tal como estoy; y que no
son la “Protesta” y la “Rebelión”, sino la “Fe” y la “Esperanza”, las que
constituyen la base de una vida feliz.
“LA
PAZ Y LA FELICIDAD ESTAN EN ACEPTAR… NO EN REBELARSE”
Recuerden
que Jesús los ama.
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