Cuenta
el beato Juan Erolto, llamado por su humildad “El Discípulo”, que había un
hombre casado, el cual vivía en desgracia de Dios.
Su
consorte, que era una buena mujer, no pudiendo convencerlo a dejar el pecado,
le rogó que por lo menos en su miserable estado hiciese la devoción de saludar
a la Madre de Dios con un Avemaría siempre que pasase por delante de alguna
imagen suya. Empezó el marido a practicar esta devoción.
Yendo
este malvado una noche a pecar, vio una luz, observo y descubrió que era una
lámpara que ardía delante de una devota imagen de María, que tenía al Niño Jesús en sus brazos.
Dijo
el Avemaría como de costumbre; pero después vio al Niño cubierto de llagas, de
las que manaba sangre viva. Entonces, atemorizado y enternecido a la vez,
considerando que con sus pecados había llagado de aquel modo a su Redentor,
empezó a llorar, y más cuando advirtió que el Niño le volvía las espaldas; por
lo cual, lleno de confusión, acudió a la Santísima Virgen diciendo:
-
Madre de misericordia, tu Hijo me deshecha, y no puedo hallar otra abogada más
compasiva y poderosa que Tú, que eres su Madre. Reina mía, socórreme y ruégale
por mí.
Entonces
la divina Madre respondió desde aquella imagen:
-Los
pecadores me llaman Madre de misericordia; pero después me hacen Madre de
miseria, renovando a mi Hijo la Pasión y a Mí los Dolores.
Sin
embargo, como María no sabe despedir al desconsolado, al que se postra a sus
pies, se volvió al Hijo, rogándole que perdonara a aquel miserable.
Jesús
continuaba manifestando repugnancia a conceder el perdón; pero dejándolo la
Virgen en la cuna, se le postró delante y le dijo:
-Hijo,
no me separo de tus pies sino perdonas a este pecador.
-Madre
– dijo entonces Jesús – no puedo negarte nada; quieres que sea perdonado?, pues
por tu amor le perdono: hazle venir a besar estas llagas.
Se
acercó el pecador llorando amargamente, y conforme le iba besando las llagas al
Niño, éstas desaparecían. Finalmente, en señal de perdón le dio Jesús un abrazo
y él cambió de costumbres y en lo sucesivo se entregó a una vida santa,
enamorado de la Virgen Santísima, que le había alcanzado una gracia
extraordinaria.
San
Alfonso María de Ligorio – Doctor de la Iglesia
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