Esta noche pensaba, que era muy bonito el antiguo rito de golpear tres veces la frente del pontífice fallecido para comprobar su muerte. Ya no se hace. Pero durante algún tiempo, existió la costumbre de que el camarlengo golpeara suavemente con un martillo de plata la frente del difunto, y le llamase tres veces por su nombre de pila.
Esta ritualización de la comprobación de la muerte, me parece un hecho interesantísimo dentro del mundo del protocolo. No importa cuán pocos testigos haya presentes en el aposento. El rito era un modo de testificar que el que había muerto allí, no era un ser humano más, sino el Vicario de Cristo.
No me extraña que a la Teología de la Liberación estas cosas les atormenten, como a un vampiro los ajos. No me imagino a Casaldáliga o a Boff realizando el rito. En cualquier caso, a ellos de ninguna manera les dejaría en sus manos un martillo en el Vaticano. Con sus ideas, ese instrumento podría transformarse en algo potencialmente muy destructivo.
P. Fortea
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