Cuánto, cuánto me alegro de que haya sido hallado el Códice Calixtino de la
Catedral de Santiago. Ya sabéis lo que amo la caligrafía artística. Un códice
de estas características es todo un mundo. En sus muchas páginas se va
desgranando el mundo interior del monje copista. La complejidad de ese lenguaje
simbólico no tiene nada que ver con el más complicado de los cuadros del arte
moderno del extinto siglo XX. Al lado del códice, cualquiera de ellos parece
una obra infantil.
Sólo los que tengan la inmensa suerte de escuchar a un
especialista, pueden abrir los ojos a todo lo que se dice en cualquiera de sus
folios. En el más pequeño rincón, el artista nos puede sorprender con los más
sutiles mensajes. Y eso sin contar con que ya la mera grafía es una obra de
arte que uno no se cansa de contemplar.
La letra de cada copista era única con una intensidad tal, como no lo ha seguido siendo en los siglos posteriores. Sólo ampliando grandemente una línea nos podemos asomar a esa unión de simplicidad y arte esencial que son las palabras de los grandes amanuenses que hicieron del arte de escribir, algo que trascendía mucho más allá de las ideas y conceptos que plasmaban. Hay páginas en los que la escritura vale más que la obra plasmada.
Y claro, después está el texto. Por si todo esto fuera poco, nos queda el texto. Ordeñaban cabras, plantaban cebollas, pero esos monjes eran grandes intelectuales especulativos. A estos hombres detrás de los textos se asomó Umberto Eco, asombrando a millones de lectores que, de pronto, descubrieron ese mundo intelectual medieval en todo su esplendor.
Yo tuve la suerte de hojear en Roma un facsímil de esta obra. Ahora el libro descansará. Después de guerras medievales, saqueos napoleónicos, hordas comunistas, el libro cayó en manos de un electricista. El mayordomo, el electricista, el cocinero, siempre suelen ser ellos los culpables. Agatha Christie lo sabía. Pero nos contó otras historias, porque la realidad es demasiado prosaica. Un consejo, si tenéis un criado en casa, despedidlo antes de que os robe, os envenene, os torture u os defenestre. Los ingleses con smoking tipo Lo que queda del día son los peores.
La letra de cada copista era única con una intensidad tal, como no lo ha seguido siendo en los siglos posteriores. Sólo ampliando grandemente una línea nos podemos asomar a esa unión de simplicidad y arte esencial que son las palabras de los grandes amanuenses que hicieron del arte de escribir, algo que trascendía mucho más allá de las ideas y conceptos que plasmaban. Hay páginas en los que la escritura vale más que la obra plasmada.
Y claro, después está el texto. Por si todo esto fuera poco, nos queda el texto. Ordeñaban cabras, plantaban cebollas, pero esos monjes eran grandes intelectuales especulativos. A estos hombres detrás de los textos se asomó Umberto Eco, asombrando a millones de lectores que, de pronto, descubrieron ese mundo intelectual medieval en todo su esplendor.
Yo tuve la suerte de hojear en Roma un facsímil de esta obra. Ahora el libro descansará. Después de guerras medievales, saqueos napoleónicos, hordas comunistas, el libro cayó en manos de un electricista. El mayordomo, el electricista, el cocinero, siempre suelen ser ellos los culpables. Agatha Christie lo sabía. Pero nos contó otras historias, porque la realidad es demasiado prosaica. Un consejo, si tenéis un criado en casa, despedidlo antes de que os robe, os envenene, os torture u os defenestre. Los ingleses con smoking tipo Lo que queda del día son los peores.
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