El gran trofeo: la ansiada libertad.
Desnutridos y sin fuerzas, los prisioneros italianos se jugaron en un partido de fútbol su
libertad contra los soldados de la Armada Roja.
Son muchos los jugadores que nos ha regalado el fútbol italiano. Nombres como Paolo Rossi,
Roberto Baggio, Dino Zoff, Paolo Maldini o Gigi Buffon nos traen a la memoria grandes momentos del calcio. Pero tal vez ninguno ha escrito una leyenda como lo hizo Mario Pagotto.
Nacido en 1911 de una familia pobre en Fontanafredda, cerca de Udine, Rino poseía una constitución robusta, que se formó gracias a su trabajo como zapatero desde temprana edad. Y, claro, también gracias al desempeño de su pasión: el fútbol.
Era muy habilidoso con el balón y lo demostró ya desde sus partidos en el oratorio de la parroquia, desde donde dio el salto a los campos juveniles del Pordenone. Años después, el equipo del Boloña lo contrató, estrenándose contra el Génova el 1 de diciembre de 1936 con un gol. Arpad Weisz, húngaro afincado en Italia, es quien les guía en uno de los momentos de mayor gloria del equipo.
A partir de ahí, todo es una escalada de éxitos. Ese año, en París, disputa la final del Torneo Internacional de la Expo Universal, en donde el Boloña le da al Chelsea una lección de fútbol con un contundente 4 a 1. En Roma, con la selección, vence contra Rumania 2 a 1. En fin, que todo parecía ir viento en popa…
Pero en 1940, la guerra se vuelve insoportable en toda Europa. Weisz es deportado junto a su familia debido a las leyes raciales, muriendo en Auschwitz junto con toda su familia. En 1943, Rino es obligado a unirse a la brigada alpina. Su carrera militar le dura poco, debido a la firma del armisticio con los Aliados y el 8 de septiembre de ese año es arrestado por los alemanes.
Conducido a Hohenstein primero y a Bialystok (Polonia) después, Rino comienza su camino de trabajos forzados en campos de concentración. En apenas seis meses pierde 30 kilos. Pero incluso en esas condiciones, su alegría de siempre sale a la luz. El prisionero “DA8659” crea lazos de amistad con todos sus compatriotas. Pronto se convierte en el líder de un grupo, unidos por su amor a Italia... y a su pasión por el fútbol.
Llegan los rusos, y tras hacerlos prisioneros, es trasladado a Odessa y luego a Cernauti (Hungría). El grupo de amigos crece: casi 200 italianos, entre los que Pagotto encuentra otros futbolistas italianos. Se les ocurre una idea: formar un equipo.
Su campo de entrenamiento era una explanada polvorienta en medio de los barracones. Las porterías las crean con las chaquetas a rayas de los prisioneros. Pronto se unen también los griegos, los holandeses y los belgas… pero siempre ganan los italianos, “esos de Cernauti”.
En Sluzk, último lugar de su peregrinación, siguen entrenándose. Los partidos semanales unen a todos los prisioneros alrededor del campo, sentados en la tierra, a muy pocos metros de las líneas. Y fue ahí en donde a Rino se le ocurrió una idea genial: organizar un torneo entre los diversos equipos del campo, cada uno con su propia selección.
De los 18 partidos, “esos de Cernauti” salen invictos. Y tal vez por eso, los rusos deciden lanzar un reto a los italianos. Crean una selección con los mejores soldados de la Armada Roja: si los
azzurri logran vencerles, los dejarán en libertad. No es que fuera algo sencillo. Rino y sus compañeros llevaban ya mucho tiempo como prisioneros; estaban desnutridos y sin fuerzas. Pero los ecos de libertad resonaban ansiosos en el interior de los italianos. Llegado el día, el resultado fue aplastante: 6 a 2 para Rino y los suyos. Los rusos, vencidos, cumplen sin embargo su
palabra y los liberan.
El 8 de octubre de 1945 Mario Pagotto se funde en un abrazo con su mujer y sus hijos, con los que vivirá hasta 1992, año de su muerte. En su haber, contará con 212 partidos jugados con el Boloña, 3 escudetos y una presencia en la selección italiana. Pero no levantó ningún trofeo tan glorioso e insigne como el de haber metido unos cuantos goles en el campo de concentración nazi, dando
a los suyos, una libertad muy anhelada.
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