Aquella mujer sufría por su pasado. Siempre se lamentaba de lo que había hecho y lo que había dejado de hacer. De sus errores y fracasos, pero también de que lo bueno había pasado ya. El Anacoreta la hizo sentar, le sirvió un café con leche con galletas y le dijo:
- Hija mía has de asumir tu pasado, lo bueno y lo malo. Los triunfos te han hecho vivir y crecer. Los fracasos te han de servir de experiencia. Mirar hacia atrás ha de ayudarte a ser prudente, pero a seguir caminando hacia delante.
La miró con ternura y añadió:
- Has de reconciliarte con tu pasado. Los remordimientos sólo sirven para paralizarnos.
Has de cerrar tus heridas. Y eso sólo se consigue perdonando y, sobre todo, perdonándote...
Luego concluyó:
- Sólo aceptándote con tus virtudes y tus defectos; sólo asumiendo tus fracasos y tus éxitos, podrás seguir viviendo feliz y creciendo cada día...
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