“Es obvio que no yo no soy el último exorcista en este mundo. Después de mi vendrán otros, es más, ya han venido, incluso jóvenes. Pero en el mundo somos tan pocos que cada uno de nosotros en su batalla diaria se siente inevitablemente como si fuera el último, el último exorcista llamado a combatir contra el gran enemigo, el príncipe de este mundo, Satanás. La Iglesia, todavía hoy, hace muy poco por formar a nuevos exorcistas. Hacen poco los obispos. Es ésta mi queja y por ese motivo he aceptado que el libro saliese con este título”.
Estas palabras del padre Gabriel Amorth quieren explicar el porqué de ese título tan provocativo con el que sale al mercado en Italia su última obra - escrita junto con el vaticanista Paolo Rodari -. Gracias al portal de noticias La bussola quotidiana nos han llegado algunos pasajes. Y no tienen desperdicio.
Hay un algo de global, de total, en los extractos seleccionados, lo que se agradece en estos tiempos de información parcial, de fragmentos de realidad desvinculados unos de otros. Y así la opinión del padre Amorth es sencillamente omnicomprensiva. Y pone los puntos sobre las íes. Puntos que a pesar de ser continuamente silenciados o ridiculizados exigen una mirada de frente, porque que
sin enfrentarlos, aunque sea intelectualmente, apenas se puede entender cuanto pasa.
Y lo primero que denota la mirada personalísima de Amorth es su carácter netamente escatológico.
“El mundo está bajo el poder del diablo. Y junto con Satanás muchos de sus profetas. Personas que la Biblia llama los falsos profetas. Falsos porque llevan a la mentira y no a la verdad. Estas
personas existen tanto fuera como dentro de la Iglesia. Son fácilmente reconocibles: dicen que hablan en nombre de la Iglesia pero hablan en nombre del mundo. Exigen de la Iglesia que asuma los roles del mundo, y hablando así confunden a los fieles y llevan a la Iglesia a aguas que nos son las suyas. Son las aguas del Maligno. Las aguas que las Biblia describe de modo admirable en su último libro, el Apocalipsis.
La ira de Satanás ha existido desde el principio del mundo. Pero cuando Dios ha enviado al mundo a su Hijo, Jesús, esta rabia ha aumentado. Con la venida de Cristo el choque entre los dos ejércitos se hace directo. Satanás incita al pueblo contra Cristo y se las arregla para convencerlo de que debe matarlo. La muerte de Jesús es la victoria de Satanás. Una victoria aparente, porque en realidad con la Resurrección es Cristo quien triunfa. Pero su victoria no elimina el mal. No elimina la presencia del dragón, la bestia, Satanás. Éstos todavía permanecen, pero desde la
venida de Cristo el hombre tiene la certeza de que, si confía en Él, puede vencer. A pesar de las dificultades de la vida puede vencer a la muerte.
Hoy en día, dos mil años después de la venida de Cristo, la lucha es más feroz. Estamos en un choque final. Por un lado, el ejército de Satanás.
Por el otro el ejército de Dios con todos sus santos y mártires, que derramaron su sangre en beneficio de los que permanecen en el combate. Cada gota de sangre de los mártires es usada por Dios en esa lucha continua contra el diablo.”
Estos párrafos del padre Amorth explican el mundo actual con una profundidad a la que no estamos acostumbrados. Por ello los hitos históricos - y cuanto sucede y ha de suceder - exigen ser leídos en una clave que no debe olvidar las tensiones espirituales subyacentes. No son tiempos normales, el dragón enfurecido plantea un combate que por su crudeza y dimensión se puede
considerar de "choque final". Son tiempos, dirá el padre Amorth, descritos en el último libro de las Sagradas Escrituras. Es decir, son tiempos apocalípticos.
Y para tal dimensión y crudeza el dragón ha establecido una estrategia.
“El ataque de Satanás está destinado principalmente a quienes ostentan puestos de poder en el mundo. Porque atacar a los hombres que tienen grandes responsabilidades equivale a atacar en
cascada a muchísimas personas. Y después, los más atacados son los hombres de la Iglesia.
Satanás ataca sobre todo al Papa.
Su odio por el sucesor de Pedro es feroz. Lo he experimentado en mis exorcismos. Cuando nombro a Juan Pablo II los demonios escupen rabia. Otros tiemblan. Otros lloran y suplican que no lo nombre más. Y esto también sucede con Benedicto XVI. Cada gesto de Joseph
Ratzinger, su liturgia, son un poderoso exorcismo contra la furia del demonio.
Después del Papa, Satanás ataca a los cardenales, obispos y a todos los sacerdotes y religiosos. Es normal que sea así. Ninguno se debería escandalizar. Los sacerdotes, religiosos y religiosas, están llamados a una dura lucha espiritual. No deben ceder ante el diablo. Si abren la puerta de su alma al diablo, aunque sea ligeramente, éste entra y les toma toda su vida.”
Palabras duras, pero no gruesas. Quizá la cruda descripción de estos párrafos ayuden a entender la actual inquina contra el Papa Ratzinger, o la curiosa coincidencia legislativa de signo anticristiano en tantos países, o los terribles escándalos que ha sufrido la Iglesia con la pederastia.
Son tiempos oscuros, de poder de Satanás sobre el mundo. Pero el mismo padre Amorth, el mismo que denuncia que son tiempos bajo el poder del maligno, el mismo que declara la furia actual del dragón en estos tiempos, el mismo que aclara la estrategia en cascada de la serpiente para dominar a todos, el mismo Amorth desconcierta con unas palabras sorprendentes. Y no tanto por recordar uno de los mensajes más conocidos de Medjugorje, sino por la matización
personal que hace.
“Nuestra Señora dijo en Medjugorje el 14 de abril de 1982: Dios ha permitido que Satanás ponga a prueba a la Iglesia durante un siglo, pero ha añadido: No la destruirá. Este siglo en el que
vivís está bajo el poder de Satanás, pero cuando sean realizados los secretos que os he confiado, su poder se quebrará.
Palabras que nos dicen que Satanás está hoy trabajando, pero a la vez que él, también está la Virgen. Sabemos poco de los secretos confiados a los videntes de Medjugorje. Sabemos sin embargo que cuando - pronto, muy pronto - estos secretos se realicen, el dragón será
derrotado y el reino de la luz triunfará.”
“Pronto, muy pronto”. No parecen palabras dichas a la ligera, sino medidas y sopesadas. Y si bien no sabemos de dónde saca tal prontitud, ni cuales son sus fuentes, hay que reconocer que viniendo de quien vienen, llenan de esperanza.
César Uribarri
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