martes, 15 de noviembre de 2011

LA FORMA CORRECTA DE JUZGAR



Voy por una autopista y hay un atasco tremendo.

El conductor de al lado pierde los papeles: comienza a pitar y a golpear el volante. Obviamente pienso: vaya tipejo más violento e impaciente. Menos mal que no es mi compañero de trabajo, como se enfada por nada. Y lo pienso con razón: al fin y al cabo la gente no va por ahí golpeando las cosas por nimiedades como un atasco.

Semanas después voy por una autopista y hay un atasco. Es lo que me faltaba: esta mañana me he quedado dormido y he llegado tarde al trabajo; al aparcar, he chocado con una farola y me ha rayado el lateral del coche; luego me han mandado un asunto urgentísimo y he salido para casa dos horas más tarde de lo normal, por lo que no he podido ir a la piscina, y encima ahora esto. Me pongo a pitar y a golpear el volante. Es comprensible: he tenido un día de perros y el atasco ya es demasiado. No es que yo sea una persona violenta, es algo que haría cualquiera en la misma situación.

Estos ejemplos ilustran un gran error que cometemos al juzgar. Valoramos las acciones de los demás como actos de su personalidad, infravalorando la situación en la que ocurren, mientras que para nuestras acciones tomamos totalmente en cuenta la situación para darle justificación.

Por supuesto esto es un error, un sesgo cognitivo. La forma correcta de juzgar al hombre enfadado del atasco hubiese sido pensar: Este hombre debe haber tenido un día muy complicado o Seguro que tiene prisa para llegar a algo importantísimo, y el atasco se lo impide, ya que esa es la forma que uso para juzgarme a mí mismo.

Es verdad que no sé si la otra persona ha tenido un mal día, pero tomar en cuenta esta desviación a la hora de pensar sobre los demás me llevará más cerca de la verdad en la mayoría de los casos. Como dice el Evangelio: haz a los demás lo que quieres que hagan contigo Pruébelo y se sorprenderá.

D’Artagnan

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