La oferta del Papa al continente más pobre del mundo: ni oro ni plata, sino "la palabra de Cristo que sana, libera y reconcilia"
El Papa visitó África por segunda vez en su pontificado del 18 al 20 de noviembre. El momento sobresaliente de esta visita apostólica a Benin ha sido su discurso en el palacio presidencial de Cotonou, frente a las autoridades políticas, a exponentes de la sociedad civil y de la cultura, a obispos y a representantes de varias religiones.
El discurso, claramente pensado y escrito casi enteramente por el Papa, tiene una palabra clave: "esperanza". Él ha aplicado esa palabra a dos realidades: la vida socio-política y económica del continente africano, y al diálogo interreligioso.
La palabra "esperanza" es muy grata al papa Joseph Ratzinger. Le ha dedicado a ella toda una encíclica, la "Spe salvi", la más "suya" de las tres publicadas hasta ahora, escritas de su puño y letra desde la primera palabra hasta la última. Y es en particular a África que el Papa asocia esta palabra, al continente que ha visto en el último siglo la más asombrosa expansión del cristianismo y que más podría determinar el futuro.
¿Pero de cuál esperanza habla Benedicto XVI? Su respuesta, en el discurso de Cotonou, es de inaudita simplicidad: "Hablar de la esperanza es hablar del porvenir y, por tanto, de Dios".
Es una simplicidad de la que el Papa Ratzinger no se desvía ni siquiera cuando se refiere a la vida sociopolítica y económica de África:
"La Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas". Simplemente, "ella acompaña al Estado en su misión; quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando incansablemente lo esencial: Dios y el hombre. Quiere cumplir abiertamente y sin temor esa tarea inmensa de quien educa y cuida y, sobre todo, de quien ora incesantemente y que muestra dónde está Dios y dónde está el verdadero hombre".
"La Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas". Simplemente, "ella acompaña al Estado en su misión; quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando incansablemente lo esencial: Dios y el hombre. Quiere cumplir abiertamente y sin temor esa tarea inmensa de quien educa y cuida y, sobre todo, de quien ora incesantemente y que muestra dónde está Dios y dónde está el verdadero hombre".
Al exhortar a la Iglesia a cumplir estas tareas propias, el Papa ha remitido a cuatro pasajes del Evangelio, el último de los cuales (Juan19, 5) es aquél en el que Pilatos presenta a Jesús coronado de espinas y con la túnica de color púrpura diciendo a la multitud: "¡He aquí el hombre!".
El día posterior, el 20 de noviembre, fue el domingo de Cristo Rey, el último del año litúrgico. En la homilía, Benedicto XVI afirmó de nuevo que éste y no otro es el "reinar" de Dios: desde el madero de la cruz. Un reino que "es verdaderamente una palabra de esperanza, porque el Rey del universo se ha hecho muy cercano a nosotros, siervo de los más pequeños y de los más humildes", para introducirnos, una vez que él ha resucitado, "en un mundo nuevo, un mundo de libertad y de felicidad".
Yendo al diálogo interreligioso, también aquí Benedicto XVI ha fundado la esperanza incita en tal diálogo sobre la centralidad absoluta de Dios. Ha dicho que si se dialoga, no debe ser "por debilidad, sino que dialogamos porque creemos en Dios, creador y padre de todos los hombres. El diálogo es una forma más de amar a Dios y al prójimo en el amor de la verdad. Tener esperanza no es ser ingenuo, sino hacer un acto de fe en Dios, Señor del tiempo y Señor también de nuestro futuro".
El Papa ha retomado cuanto ha acontecido en Asís el pasado 27 de octubre:
"El conocimiento, la profundización y la práctica de su propia religión es esencial para un verdadero diálogo. Este sólo puede comenzar con la oración personal sincera de quien quiere dialogar. Que se retire en el secreto de su habitación interior para pedir a Dios la purificación de sus motivos y la bendición para el encuentro deseado. Esta oración pide también a Dios el don de ver en el otro a un hermano que debe amar, y de reconocer en la tradición en que él vive un reflejo de esa Verdad que ilumina a todos los hombres. Por eso conviene que cada uno se sitúe en la verdad ante Dios y ante el otro. Esta verdad no excluye, y no comporta una confusión. El diálogo interreligioso mal entendido conduce a la confusión o al sincretismo. No es este el diálogo que se busca".
"El conocimiento, la profundización y la práctica de su propia religión es esencial para un verdadero diálogo. Este sólo puede comenzar con la oración personal sincera de quien quiere dialogar. Que se retire en el secreto de su habitación interior para pedir a Dios la purificación de sus motivos y la bendición para el encuentro deseado. Esta oración pide también a Dios el don de ver en el otro a un hermano que debe amar, y de reconocer en la tradición en que él vive un reflejo de esa Verdad que ilumina a todos los hombres. Por eso conviene que cada uno se sitúe en la verdad ante Dios y ante el otro. Esta verdad no excluye, y no comporta una confusión. El diálogo interreligioso mal entendido conduce a la confusión o al sincretismo. No es este el diálogo que se busca".
Al concluir el discurso, el Papa aplicó ante la esperanza la imagen de la mano:
"Está compuesta por cinco dedos muy diferentes entre sí. Sin embargo, cada uno de ellos es esencial y su unidad forma la mano. El buen entendimiento entre las culturas, la consideración no altiva de unos hacia otros y el respeto de los derechos de cada uno, son un deber vital. Se ha de enseñar esto a todos los fieles de las diversas religiones. El odio es un fracaso, la indiferencia un callejón sin salida y el diálogo una apertura. ¿No es ese el buen terreno donde sembrar la simiente de la esperanza? Tender la mano significa esperar a llegar, en un segundo momento, a amar. Y, ¿hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo. Puede hacer florecer la esperanza, sobre todo cuando la mente balbucea y el corazón recela".
"Está compuesta por cinco dedos muy diferentes entre sí. Sin embargo, cada uno de ellos es esencial y su unidad forma la mano. El buen entendimiento entre las culturas, la consideración no altiva de unos hacia otros y el respeto de los derechos de cada uno, son un deber vital. Se ha de enseñar esto a todos los fieles de las diversas religiones. El odio es un fracaso, la indiferencia un callejón sin salida y el diálogo una apertura. ¿No es ese el buen terreno donde sembrar la simiente de la esperanza? Tender la mano significa esperar a llegar, en un segundo momento, a amar. Y, ¿hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo. Puede hacer florecer la esperanza, sobre todo cuando la mente balbucea y el corazón recela".
Y por último se apoyó sobre tres símbolos de esperanza proporcionado por las Sagrada Escritura:
"Según la Sagrada Escritura, hay tres símbolos que describen la esperanza para el cristiano: el casco, que le protege del desaliento (cf. 1 Ts 5,8), el ancla segura y firme, que fija en Dios (cf. Hb 6,19), y la lámpara, que le permite esperar el alba de un nuevo día (cf. Lc 12,35-36). Tener miedo, dudar y temer, acomodarse en el presente sin Dios, y también el no tener nada que esperar, son actitudes ajenas a la fe cristiana y también, creo yo, a cualquier otra creencia en Dios. La fe vive el presente, pero espera los bienes futuros. Dios está en nuestro presente, pero viene también del futuro, lugar de la esperanza. El ensanchamiento del corazón no es sólo la esperanza en Dios, sino también la apertura al cuidado de las realidades corporales y temporales para dar gloria a Dios. Siguiendo los pasos de Pedro, del que soy sucesor, deseo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios. Estos son los votos que formulo para toda África, que me es tan querida. ¡Ten confianza, África, y levántate. El Señor te llama!".
"Según la Sagrada Escritura, hay tres símbolos que describen la esperanza para el cristiano: el casco, que le protege del desaliento (cf. 1 Ts 5,8), el ancla segura y firme, que fija en Dios (cf. Hb 6,19), y la lámpara, que le permite esperar el alba de un nuevo día (cf. Lc 12,35-36). Tener miedo, dudar y temer, acomodarse en el presente sin Dios, y también el no tener nada que esperar, son actitudes ajenas a la fe cristiana y también, creo yo, a cualquier otra creencia en Dios. La fe vive el presente, pero espera los bienes futuros. Dios está en nuestro presente, pero viene también del futuro, lugar de la esperanza. El ensanchamiento del corazón no es sólo la esperanza en Dios, sino también la apertura al cuidado de las realidades corporales y temporales para dar gloria a Dios. Siguiendo los pasos de Pedro, del que soy sucesor, deseo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios. Estos son los votos que formulo para toda África, que me es tan querida. ¡Ten confianza, África, y levántate. El Señor te llama!".
Es la misma lógica que se encuentra en la exhortación apostólica postsinodal "Africæ munus" que Benedicto XVI ha entregado a los católicos africanos el 20 de noviembre.
En los parágrafos 148-149, luego de haber mencionado el episodio evangélico del paralítico en la piscina de Betesda (Juan 5, 3-9), el Papa escribe:
"La acogida de Jesús ofrece a África una curación más eficaz y más profunda que cualquier otra. Como el apóstol Pedro declaró en los Hechos de los Apóstoles, repito que no es oro o plata lo que África necesita en primer lugar; desea ponerse en pie como el hombre de la piscina de Betesda; desea tener confianza en sí misma, en su dignidad de pueblo amado por su Dios. Este encuentro con Jesús, pues, es lo que la Iglesia debe ofrecer a los corazones afligidos y heridos, anhelantes de reconciliación y de paz, sedientos de justicia. Debemos ofrecer y anunciar la Palabra de Cristo que sana, libera y reconcilia".
"La acogida de Jesús ofrece a África una curación más eficaz y más profunda que cualquier otra. Como el apóstol Pedro declaró en los Hechos de los Apóstoles, repito que no es oro o plata lo que África necesita en primer lugar; desea ponerse en pie como el hombre de la piscina de Betesda; desea tener confianza en sí misma, en su dignidad de pueblo amado por su Dios. Este encuentro con Jesús, pues, es lo que la Iglesia debe ofrecer a los corazones afligidos y heridos, anhelantes de reconciliación y de paz, sedientos de justicia. Debemos ofrecer y anunciar la Palabra de Cristo que sana, libera y reconcilia".
Autor: Sandro Magister
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