A pesar de su importancia, no es este un tema sobre, el que se haya escrito mucho por parte de exégetas y santos.
Si se ha escrito bastante sobre los mártires, pero poco a casi nada, sobre la esencia y razones del martirio, de su aceptación pasiva o gozosa y tampoco de su repulsa. De entrada se puede asegurar sin miedo alguno a equivocarse, que existe una total repulsa natural humana, al tormento y posteriormente a la muerte como consecuencia del tormento sufrido; salvo el caso de que se trate, de mentes masoquistas, fanáticos equivocados de religión, fanáticos de ideas políticas, incluso personas movidas por la fuerza de un odio atroz. No olvidemos que tanto el amor como el odio generan fuerzas terribles y siempre en mayor grado las del amor. La repulsa es propia del orden natural; en el orden sobrenatural, esa repulsa, no existe en almas que su tremendo amor al Señor, les lleva a considerar como una bendición y premio divino el morir atormentadas por amor al Señor y convertirse en mártires de su amor.
Todos hemos oído hablar y leído el tema de las persecuciones de los cristianos, por parte de los emperadores romanos. Diez fueron las persecuciones, a lo largo de cuatro siglos, y estas fueron las de: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Séptimo Severo, Maximino, Decio, Valeriano, y la penúltima que fue la mayor que es la de Diocleciano, siendo la última y quizás la menor por el poco tiempo que duró, la de Juliano el apóstata. Pero la realidad es que a lo largo de los XXI siglos de la cristiandad, las persecuciones, han existido siempre, y modernamente, tenemos la mejicana de los cristeros, la española de los años 1936 al 39, la de los países que estuvieron sometidos al comunismo. Hoy en día, son numerosos los países donde mueren católicos atormentados por confesar su amor al Señor, sobre todo en países de religión musulmana y en china, corea del norte y también en países que se consideran miembros integrantes del mundo occidental.
Ni que decir tiene, que el fomento del odio a Cristo, está siempre atizado por el demonio y nosotros no estamos libres de ser perseguidos, tal como lo fueron nuestros padre y abuelos en el año 1936. Y ante esta realidad, uno algunas veces se pregunta: ¿Cuál sería mi reacción se mi viese obligado a morir dando testimonio de mi amor a Cristo? Es difícil contestarse uno mismo a esta pregunta, porque de boquilla, muchos estarían dispuesto a sacrificar su vida por amor al Señor, pero ante tal situación, hace falta la gracia divina para superarla e indudablemente, esta siempre será más abundante en las almas que más unidas se encuentren con Dios, por un mayor nivel de vida espiritual. Las actas de los mártires y las relaciones de mártires que se pueden leer, nos dejan bien claro, que el gozo con que muchos de ellos recibían el martirio, no era o tenía una justificación de orden natural sino de orden sobrenatural, pues solo así se explica la alegría con la que se recibía el martirio.
Leí una vez, un relato, que se desarrollaba en España, durante la persecución religiosa que a partir del año 1936, realizó en España el llamado Frente popular, compuesto por comunistas, socialistas y anarquistas, que anteriormente en su odio a Cristo, habían ya incendiado en los prolegómenos de la guerra una gran cantidad de iglesias y conventos. El relato es el de un grupo de milicianos, que en una checa asesinaban a los miembros de una orden religiosa, poniendo un crucifijo en el suelo y amenazando al religioso de turno con matarlo si no pisaba el crucifijo, los había que se negaban en rotundo, e inmediatamente les pegaban un tiro en la cabeza. Entraba el siguiente, en la habitación y algunos pobres viendo los cadáveres de los ya asesinados y muertos de terror, pisaban el crucifijo, pero no por ello se libraban del tiro en la cabeza, y los milicianos, entre grandes risotadas, decían: Otro que enviamos al infierno.
La fuerza santificadora del martirio, encuentra su fundamento en el enorme testimonio de amor al Señor que da el mártir. En los Evangelios podemos leer: "Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer”. (Jn 15,13-15). El mártir da su vida por su amigo que es Cristo, porque Él mismo nos llama amigo suyo. Por ello el mártir da como testimonio de amor al Señor, lo máximo que puede dar, su propia vida.
El deseo de la palma del martirio, la fomenta siempre el aumento de nuestro amor al Señor. Santa Teresa de Jesús, cuando era una niña se escapó de su casa con un hermano para ir a tierra de moros y poder llegar a ser mártir. La operación fue abortada por un tío suyo que en las afueras de Ávila, la obligó a volver a su casa. San Ignacio de Loyola, fue a Tierra Santa, en la que, la posición de los frailes franciscanos custodios de los santos lugares era muy difícil y complicada y más de uno fue degollado por los musulmanes, por un “quita allá esas pajas”. Y en Tierra Santo cuando la visitaba, al santo de Loyola, quizás movido por su celo apostólico, se le ocurrió predicar en una mezquita. A duras penas, debió de poder salir con vida de la mezquita. El Padre franciscano, Custodio de Tierra Santa le conminó a que se embarcase y abandonase inmediatamente Tierra Santa, a lo que San Ignacio, se negó en rotundo, por lo que el Custodio de Tierra Santa, le mostró la Bula papal, que le deba plenos poderes y San Ignacio humildemente bajó la cabeza y se embarcó con rumbo de vuelta. Es indudable que en la mente de San Ignacio, algo debió de rondarle pues no era tan tonto como para no saber el peligro que corría.
Hablando de la llamada a la santidad, a la que todos estamos convocados, escribe Jean Lafrance que: “Dentro de esta llamada universal a la santidad, hay lugar para vocaciones diferentes…. Cada santo es llamado por Cristo a subrayar un aspecto de su misterio”. Por ello hay personas que están llamadas al martirio. Pero no exclusivamente me refiero a un martirio cruento, sino también a un martirio incruento, al que muchos somos llamados con mayor o menor intensidad. A esta clase de martirio, me referí en la glosa aquí publicada el 17-12-09. En la que mencioné a Santa Juana Chantal, discípula de San Francisco de Sales y cofundadora con él de la Orden de la Visitación, orden está a la que años más tarde, pertenecería Santa Margarita María de Alacoque, la gran enamorada del Sagrado corazón de Jesús. Y de esta glosa copio lo que sigue:
En la biografía de Santa Juana Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación, se puede leer: “Cierto día, la bienaventurada Juana dijo estas encendidas palabras que fueron enseguida recogidas fielmente: “Hijas queridísimas, muchos de nuestros Santos Padres y columnas de la iglesia no sufrieron martirio; ¿por qué creéis que ocurrió esto? Después de haber respondido una por una, la bienaventurada madre dijo: pues yo creo que esto se debe a que hay otro martirio, el del amor, con el cual Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para que sigan trabajando por su gloria, los hace al mismo tiempo mártires y confesores. Creo que a las hijas de la visitación se les asigna este martirio, y algunas de ellas, si Dios así los dispone, lo conseguirán si lo desean ardientemente”.
En la biografía de Santa Juana Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación, se puede leer: “Cierto día, la bienaventurada Juana dijo estas encendidas palabras que fueron enseguida recogidas fielmente: “Hijas queridísimas, muchos de nuestros Santos Padres y columnas de la iglesia no sufrieron martirio; ¿por qué creéis que ocurrió esto? Después de haber respondido una por una, la bienaventurada madre dijo: pues yo creo que esto se debe a que hay otro martirio, el del amor, con el cual Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para que sigan trabajando por su gloria, los hace al mismo tiempo mártires y confesores. Creo que a las hijas de la visitación se les asigna este martirio, y algunas de ellas, si Dios así los dispone, lo conseguirán si lo desean ardientemente”.
Una hermana preguntó, como se realizaba dicho martirio. Juana contestó: “Sed totalmente fieles a Dios y lo experimentaréis. El amor divino, hunde su espada en los reductos más secretos e íntimos de nuestras almas y llega hasta separarnos de nosotros mismos. Conocí a un alma a quién el amor separó de todo lo que le agradaba, como si un tajo dado por la espada del tirano hubiese separado su espíritu de su cuerpo”. Nos dimos cuenta de que estaba hablando de sí misma.
Si tenemos deseo de martirio, no olvidemos que cumplir a la perfección y puntualmente lo que sea la voluntad del Señor sobre cada uno de nosotros, aceptando todo con la sonrisa en los labios y dando siempre gracias al Señor, por lo que recibimos sea bueno o malo, es una forma de llegar a ser mártir de su amor y voluntad.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
1 comentario:
El martirio del hombre se haya fundamentado en el amor y solamente el amor. En la claridad de enfrentar al odio con amor, al desprecio con amor, a la incongruencia con amor. Su esencia se encuentra definida por Jesucristo en su propio martirio, al enfrentar su destino con amor y completa compasión hacia sus ejecutores y hacia la ignorancia. Encontrar la muerte como un mártir es haber sobrepasado la ignorancia de este mundo, y haber visualizado su impermanencia. Es reafirmar que no importa la vida del hombre, sino la manifestación del amor y la compasión hacia todos los seres que se manifiestan en el Señor, que comprende todas las cosas, lo que existe y lo que no. http://liten.be//ECjAP
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