“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rm 12,2)
En este breve párrafo de la Epístola a los romanos, San Pablo introduce en concepto de importancia: la voluntad de Dios. Esta voluntad es la que pedimos que se cumpla en la tierra como en el cielo, cada vez que oramos con el Padre Nuestro. ¿Qué significa para nosotros esta voluntad? San Gregorio de Nisa nos ayuda en la comprensión:
Lo que el Apóstol entiende por "la voluntad perfecta" es que el alma tome la forma de la piedad, en la medida que la gracia del Espíritu la hace florecer hasta la belleza suprema, trabajando con el hombre que sufre en su transformación.
Lo que el Apóstol entiende por "la voluntad perfecta" es que el alma tome la forma de la piedad, en la medida que la gracia del Espíritu la hace florecer hasta la belleza suprema, trabajando con el hombre que sufre en su transformación.
El crecimiento del cuerpo no depende de nosotros, porque no es según el juicio del hombre ni según su agrado que la naturaleza mide su estatura: ella sigue su propia tendencia y necesidad. Por el contrario, en el orden del nuevo nacimiento, la medida y la belleza del alma - dadas por la gracia del Espíritu, que pasa por el celo de aquel que la recibe - crecen según nuestra disposición. Mientras más extiendas tu combate en favor de la piedad, también más se extenderá la estatura de tu alma, por medio de estas luchas y estos trabajos a los cuales nuestro Señor nos invita diciendo: Luchen por entrar por la puerta estrecha (Lc 13,24; ver Mt 7,13), y también: ¡Háganse violencia! Son los violentos quienes arrebatan el Reino de los Cielos (ver Mt 11,12). Y también: Aquel que persevere hasta el fin, ése se salvará (Mt 10,22). Y: Por su perseverancia tomarán posesión de sus almas (Mc 13,12). A su vez dice el Apóstol: Por la paciencia, corramos la carrera que se nos propone (Hb 12,1), y también: Corran de manera que ganen el premio (1 Co 9,24), y de nuevo: Como servidores de Dios por medio de una paciencia incansable (2 Co 6,4), etc.
Nos invita pues a correr, y a dirigir todo nuestro esfuerzo a estos combates, puesto que el don de la gracia está proporcionado a los esfuerzos de aquel que la recibe.
Porque es la gracia del Espíritu la que concede la vida eterna y la alegría inefable en los cielos; y es el amor el que por la fe acompañada de las obras, gana el premio, atrae los dones y hace gozar de la gracia. La gracia del Espíritu Santo y la obra buena concurrente al mismo fin colman con esta vida bienaventurada el alma en la que ellas se reúnen.
Al contrario, separadas, no procurarían al alma ningún beneficio. Porque la gracia de Dios es de tal naturaleza que no puede visitar a las almas que rehúsan la salvación; y el poder de la virtud humana no basta por sí solo para elevar hasta la forma de la vida celestial a las almas que no participan de la gracia. Si el Señor no edifica la casa ni guarda la ciudad, dice la Escritura, en vano vigila el guardián y trabaja el que construye (Sal 126,1). Y también: No son sus espadas las que conquistaron la tierra, no son sus brazos los que los salvaron - aun si los brazos y las espadas han servido en el combate - sino tu mano y tu brazo (oh Señor), y la luz de tu rostro (Sal 43,4).
¿Qué quiere decir esto? Que desde arriba el Señor lucha con los que luchan - y que la corona no depende solamente del trabajo de los hombres ni tampoco de sus esfuerzos - Las esperanzas descansan finalmente sobre la voluntad de Dios.
Es necesario, pues, saber en primer lugar cuál es la voluntad de Dios; mirarla dirigiendo hacia ella todos nuestros esfuerzos; y, tendidos hacia la vida bienaventurada por el deseo, disponer en vista a esta vida nuestra propia existencia.
La "voluntad perfecta" de Dios consiste en purificar el alma de toda mancha por la gracia, elevarla por encima de los placeres del cuerpo, y que se ofrezca a Dios, pura, tendida por el deseo, y hecha capaz de ver la luz inteligible e inefable.
Entonces el Señor declara al hombre "bienaventurado": Bienaventurados los corazones puros, porque verán a Dios (Mt 5,8). Y en otra parte ordena: Sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto (Mt 5,48).
El Apóstol exhorta a correr hacia esta perfección cuando dice: Para llevar a todos los hombres hasta la perfección en Cristo, me fatigo luchando (Col 1,28). (San Gregorio de Nisa, La Meta Divina y la Vida Conforme a la Verdad Cap 1, fragmento)
El tema de la voluntad de Dios nos sobrepasa ya que es imposible ser conscientes de todo el plan divino. Pero esta limitación no nos impide acercarnos hacia la comprensión de la cómo se relaciona la voluntad de Dios con nosotros.
San Gregorio habla de la transformación que nos lleva a la belleza suprema y a la visión inteligible e inefable. Pero no es con nuestra fuerza y nuestra voluntad como podemos llegar a la limpieza de corazón necesaria para ver a Dios. Nos dice que la corona no depende solamente del trabajo de los hombres ni tampoco de sus esfuerzos - Las esperanzas descansan finalmente sobre la voluntad de Dios.
¿Podemos confiar en nuestras fuerzas y nuestra voluntad? Definitivamente no podemos hacerlo, aunque la fuerza personal y voluntad sean necesarias para abrir las puertas a la Gracia de Dios. Voluntad humana y voluntad divina deben sintonizarse para que el efecto resonante produzca la transformación de nuestra naturaleza.
¿Pero que consecuencias prácticas tiene todo esto? ¿Cómo se aplica a la vida cotidiana?
Comparto con usted un ejemplo real que espero le ayude a penetrar en este tema. Tomemos un aparato receptor de radio. Si queremos oír una emisora, debemos sintonizar el aparato con la frecuencia de la emisora. ¿Qué es sintonizar una emisora? Sintonizar es simplemente transformar la naturaleza del filtro de sintonía para que “resuene” en la misma frecuencia que la emisora que deseamos escuchar. No entro en la física y electrónica interna del aparato, aunque les puedo asegurar que muestran analogías muy interesantes ligadas a parámetros electrónicos y físicos.
Comparto con usted un ejemplo real que espero le ayude a penetrar en este tema. Tomemos un aparato receptor de radio. Si queremos oír una emisora, debemos sintonizar el aparato con la frecuencia de la emisora. ¿Qué es sintonizar una emisora? Sintonizar es simplemente transformar la naturaleza del filtro de sintonía para que “resuene” en la misma frecuencia que la emisora que deseamos escuchar. No entro en la física y electrónica interna del aparato, aunque les puedo asegurar que muestran analogías muy interesantes ligadas a parámetros electrónicos y físicos.
Volvamos al aparato de radio. Una vez colocada la frecuencia de resonancia del filtro en la misma frecuencia de transmisión de la emisora, como por arte de magia, aparece el sonido que buscamos y no otro. Esta analogía se ajusta perfectamente a lo que nos dice Cristo por medio de san Mateo: Sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto (Mt 5,48). Si la sintonía es la adecuada, Dios se manifestará por medio nuestra. Si la sintonía no es correcta, difundiremos otros mensajes asociados a otras emisoras o simplemente difundiremos ruido de fondo.
Cada aparato de radio podrá sintonizar la emisora que estima importante oír. Incluso hay aparatos que solo captan ruido de fondo y niegan la existencia de emisora alguna. Nuestra voluntad es la que nos permite estar en sintonía con Dios, como es obvio y evidente. Si estamos correctamente sintonizados, la gracia de Dios podrá transformarnos y llegar a quienes nos rodean, por medio de nuestro testimonio.
¿Es importante que nuestra voluntad coincida con la voluntad divina? Es evidente su importancia, tanto para nosotros mismos, como para quienes nos rodean.
Néstor Mora Núñez
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