lunes, 9 de mayo de 2011

NUESTRAS REFLEXIONES



Reflexionar es una de las varias capacidades que tiene la mente humana.

El DRAE (Diccionario de la Real Academia Española), nos dice que reflexionar es: Considerar nueva o detenidamente algo. Los sinónimos de este término son muchos, lo cual es lógico si pensamos en la importancia que tiene esta facultad de la mente humana; entre otros sinónimos destacamos los de: recapacitar, repensar, reconsiderar. Es de ver, que muchos de los sinónimos al igual que el término reflexionar tienen el prefijo re”, y si acudimos otra vez al DRAE, veremos que sobre este prefijo re, significa entre otros valores el de intensificar. Todo lo cual nos lleva a la conclusión de que reflexionar es pensar una y otra vez sobre un tema que nos interesa o nos preocupa, es decir, intensamente.

Esta capacidad de la mente humana, no todo el mundo la tiene en igual grado de desarrollo; hay personas que las catalogamos de irreflexivas, es decir, que no se los piensan dos veces, o altamente reflexivas, pues han llegado hace tiempo a la conclusión de que pensando y repensando en lo mismo, siempre se encuentran matices y nuevas luces para avanzar en el conocimiento, del tema que nos preocupa y o nos ocupa. Reflexionando siempre avanzamos en el conocimiento del tema que nos interesa.

La reflexión es una capacidad más desarrollada en la mente de las personas que están en la senectud que de aquellas otras, que están en la niñez. No es propio de un niño ser reflexivo, de la misma forma que no es propio de un viejo ser irreflexivo. Pero de todo hay en la viña del Señor y con toda clase de personas nos podemos encontrar. Así, hay niños que de por sí, que son reflexivos, sin que nadie les haya formado o hecho recapacitar y tienen una capacidad de reflexión, que ya la quisieran para sí muchos adultos. En general los hijos únicos, suelen ser muy reflexivos, pues al carecer de hermanos, y andan más entre adultos, escuchan sus conversaciones y como al carecer de hermanos y hermanas, no tienen otros niños con los que ocupar su tiempo, le dedican a su mente mucha actividad, y meditan mucho lo que oyen a su mayores, porque reflexionar en definitiva es meditar.

Por el contrario, hay personas que llegan a los ochenta o noventa años, y aún no han tenido tiempo para recapacitar o reflexionar. Y si lo han tenido ha sido para reflexionar sobre su vida, sus negocios, sus deseos, sus glorias o fracasos humanos o sus problemas, pero no se les ha ocurrido pensar en las necesidades de su alma, y si lo han hecho ha sido solo de pasada. En todo caso ni reflexionan y piensan, que para esto, ya está la T.V. y la prensa que nos dan ya, el trabajo hecho.

Al final reflexionar es meditar, y precisamente este sinónimos de reflexionar es el que más nos interesa, porque entramos así en el camino de la meditación, que es una elevada forma de orar. Cuando el tema gira alrededor del amor a Dios y el desarrollo de la vida espiritual de uno mismo, cuanto más reflexionemos o meditemos mejor. Decíamos antes que reflexionar o meditar es siempre avanzar en el tema que nos interesa, porque si nuestra mente se ocupa preferentemente de este tema, no cabe duda de que este es nuestro amor. Ya nos lo dijo el Señor: Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca(Mt 12,34).

La meditación sobre un tema, sea de carácter mundano o sea de carácter sobrenatural, siempre generará amor hacia el tema de que se trate en la meditación, porque el aumento del conocimiento siempre nos generará amor. Es característica la relación existente entre el conocimiento y el amor. El amor genera deseos de conocimientos sobre lo que se ama, sea este un ser o una cosa, y recíprocamente el conocimiento de algo genera deseos primero de ampliar estos conocimientos y consecuentemente nace el amor hacia lo que se conoce.

El problema, como muy acertadamente me comentaba un inteligente lector habitual de estas glosas, es que a Dios no se le ama porque no se le conoce. Solo se ama lo que se conoce y desde luego que resulta imposible no amar a Dios, conociéndolo aunque solo sea un poco. Pero desgraciadamente, Dios es el gran desconocido. Y sin embargo Él, manteniéndose en la claro-oscuridad de la fe, ha puesto en nuestras almas, que Él mismo ha creado, los medios necesarios para que todo hombre pueda llegar al conocimiento del Él.

Todos, desde nuestro nacimiento tenemos una impronta fijada por Dios en nuestro ser. Todo hombre o mujer, de una forma u otra, en lo íntimo de su ser, se ha interrogado con una serie de preguntas de carácter trascendental, las cuales si las reflexiona o medita debidamente, siempre le llevarán al encuentro con Dios.

Si somos capaces de perseverar en la ampliación en el conocimiento del Señor, aunque solo sea, desde una visión histórica de su paso por Tierra Santa, por muy alejada que un alma se encuentre de Él, es seguro, que desde ese conocimiento puramente histórico, saltará a un conocimiento doctrinal, y si sigue perseverando, ese conocimiento doctrinal, macerará su corazón, que terminará explotando en amor hacia Él. Desde luego que este proceso es largo y todo lo que es largo requiere perseverancia, porque la perseverancia solo se desarrolla en el tiempo. Pero es un camino de acercamiento a Dios por parte de aquellos, que están lejos de Él.

En todo caso lo que nunca podemos hacer, es pretender que alguien, se haga ingeniero partiendo de las cuatro reglas de las matemáticas, como único conocimiento, y matriculándose en el último curso de la carrera. De esta misma forma que tampoco se puede pretender que un niño que apenas sabe el Padrenuestro, se lea la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino.

Resumiendo y en relación al tema de la reflexión o meditación, por el que hemos comenzado, todo en la vida espiritual, requiere una preparación síquica, dicho de otra forma un cierto entrenamiento para no aburrirse en una meditación, pues el demonio como dice San Pedro: “…vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe (2Pdr 5,8), y su gran aliada que es la imaginación, nos distraerá sin piedad. Solo hay una receta: amar, amar y amar, hasta la extenuación.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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