miércoles, 26 de enero de 2011

LA HOSTILIDAD DE SATANÁS


(Confidencias del Señor a Mons. Ottavio Michelini)

Escribe, hijo mío.
Yo, Jesús, nazco en Belén en un establo.
Para Mí no hay sitio en la posada donde los demás encuentran albergue. Esa hospitalidad no fue negada a María y a José sólo por la maternidad ya próxima en Ella, sino por una inconsciente hostilidad surgida en el corazón del posadero contra aquellos jóvenes esposos tan diversos de los demás. Satanás puede haber hecho del posadero un ignorante y dócil instrumento para obstaculizar a aquella pareja, que él teme y odia por la resistencia opuesta a todas sus insidias.

La hostilidad de Satanás se hará cada vez más fuerte. No puede rozar las almas de José y María: cada una de sus tentativas es rechazada con sus tentativas es rechazada con una decisión que lo aterra. Por esto rodea la situación actuando sobre las personas que me pueden dañar a Mí, Jesús, y a mi Madre. Pero ignora que, mientras realiza esta acción saturada de odio, sirve maravillosamente a los planes del Señor Dios, para que se acrecienten los méritos de aquellos dos jóvenes Esposos, a fin de que encuentre su pleno cumplimiento todo lo que de Ellos fue escrito por los profetas.

Satanás encontrará buen terreno en el espíritu corrupto de Herodes. Este hombre consumido por las concupiscencias del espíritu y de la carne, responderá dócilmente a todas las invitaciones de Satanás y ordenará la matanza de los inocentes. Dios Omnipotente salvará y sustraerá de las artimañas de Satanás y de su cómplice a Mí, su divino Hijo, con mi Madre y mi Padre putativo. Así será en todas las demás tentativas directas e indirectas, llevadas a cabo contra mi santa Familia.

Nada, absolutamente nada, pudo el Demonio, no sólo sobre Mí, verdadero Dios y verdadero Hombre, sino tampoco sobre Mi Madre y vuestra, ni sobre José.

Combate directo.
El descaro sin recato de Satanás llegará a enfrentarme en el desierto. Directamente, sin intermediarios, quiso cerciorarse de mi identidad. Y he aquí el ataque frontal a Mí que todo lo sé, para quien todo es presente, y que en la oración y en la mortificación me quise preparar para darle la respuesta merecida.

Durante mi vida pública son evidentes los tenaces esfuerzos de Satanás para molestarme de cualquier modo sirviéndose, sobre todo, del Apóstol infiel. También Judas, como Herodes, fue dominado por las concupiscencias del espíritu y de la carne, de la soberbia y de la sensualidad, y fue motivo de muchos sufrimientos para Mí.

Yo, que conocía perfectamente la obra demoledora de Satanás en Judas, opuse a ella oración y penitencia, aunque nunca encontré en él ni siquiera un mínimo de correspondencia.

¿Oponen los pastores de almas oración y penitencia por los sacerdotes confiados a su cuidado que están necesitados de ser rescatados del yugo del Maligno?

Y no solamente de Judas se sirvió Satanás, sino también de los otros Apóstoles, que no fueron inmunes a las tentaciones de presunción, de envidia, de celos. Se sirvió de los Sacerdotes del Templo, que llegaron a odiarme hasta el punto urdir contra Mí inicuas conjuras muchas veces. Se sirvió de los escribas, de los fariseos. Yo les resistí a todos, derrotándolos con la oración y con la penitencia, las armas esenciales para vencer las fuerzas del mal. Pero como hoy se rehusa usar estas armas, y se hace irrisión de la existencia del Demonio, os toca sufrir su acción despiadada, origen no sólo de sufrimientos morales y espirituales, sino también físicos.

Insensibilidad absurda.
El porcentaje de los que sufren, hoy, en la Iglesia y en el mundo por el descarado poder de Satanás, es tan elevado que debería haceros verdadera impresión. Frente a este problema, ¿no encontráis absurda la insensibilidad e incluso la incredulidad de no pocos obispos?

Lo demuestra el hecho de afanarse por hacer otras cosas secundarias, pero de esto poco o nada se hace.

A veces se llega a obstaculizar a aquellos que, con genuina intuición sacerdotal, han tratado hacer alguna cosa para restringir la acción maléfica de Satanás y de sus aliados.

Esta es la trágica realidad, ante la cual no pocos, por escasez de fe y de humildad, se rebelarán. Criticarán a quien ha osado hacer tales afirmaciones, ignorando que quien las ha hecho no es un hombre, sino que soy Yo, Jesús, que me he servido de un hombre, el Sacerdote más pobre y desprovisto.

Te bendigo, hijo; reza y repara. Ámame.

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