martes, 18 de enero de 2011

DE LA SABIDURÍA QUE DA EL MATRIMONIO


Bueno, pues ya está.
Ya abandoné la divina juventud y las mañanas enteras hurgando entre libros.
Me casé con la belleza, y tuve hijos a los que veo crecer muy deprisa.
La casa era pequeña por entonces y pasábamos frío, pero ¿quién se acuerda de aquello?
Porque de repente estoy aquí, en otro siglo.
Y la belleza es cada vez más hermosa, y a su lado he aprendido a hacerme una idea más cabal del hombre, y de la felicidad, y de la dimensión sobrenatural del tiempo (con toda su historia de dolor y silencios).
La madurez es tener paciencia con la vida y aprender a planchar con esmero las camisas, por ejemplo.
Una voz femenina me llama por mi nombre.
Y les aseguro que, al escucharla, soy más feliz que hace tres o cuatro versos.
Guillermo Urbizu

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