Hemos hablado brevemente en anteriores Post sobre el sexo y la lujuria. Hablemos ahora en positivo sobre la castidad.
El tema es muy amplio y no siempre bien comprendido por todos. Por eso debemos antes preguntarnos: ¿Qué entendemos por castidad?
Castidad es la virtud que gobierna y modera el deseo del placer sexual según los principios de la fe y la razón. Por la castidad la persona adquiere dominio de su sexualidad y es capaz de integrarla en una sana personalidad, en la que el amor de Dios reina sobre todo. Por lo tanto no es una negación de la sexualidad.
La castidad es una virtud, que va más allá de la mera abstinencia o control voluntario de nuestros instintos sexuales. La castidad es un fruto del Espíritu Santo. Nos dice el catecismo de la Iglesia Católica:
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: ‘caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Ga 5,22-23, vg.).
Cuando el Espíritu Santo da su frutos en el alma, vence las tendencias de la carne.
Cuando el Espíritu opera libremente en el alma, vence la debilidad de la carne y da fruto.
"Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil" Mateo 26:41
Estas son las obras de la carne que enumera San Pablo: Fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, superstición, enemistades, peleas, rivalidades, violencias, ambiciones, discordias, sectarismo, disensiones, envidias, ebriedades, orgías y todos los excesos de esta naturaleza. (Gálatas 5, 19)
Y esas obras no son fácil de vencer si nos apoyamos solamente en nuestra voluntad. Somos frágiles pecadores y el “fruto prohibido” se nos ofrece como muy apetecible. Incluso se fomenta con vehemencia la atracción y la bondad de lo humanamente incorrecto. Un tanto por ciento muy elevado de personas no lo entiende. Y se elaboran programas y planes pedagógicos para enseñar todo lo contrario con argumentos “aparentemente” convincentes cuando se mira de tejas abajo. Por eso decimos que sólo desde la fe se puede entender bien la castidad, que no es una negación, sino una donación, una actitud propia de la dignidad humana.
Las virtudes se ejercitan con la constancia y la ayuda de la Gracia de Dios.
Al principio nos cuesta mucho ejercer las virtudes. Pero si perseveramos dóciles al Espíritu Santo, Su acción en nosotros hará cada vez mas fácil ejercerlas, hasta que se llegan a ejercer con gusto. Las virtudes serán entonces inspiradas por el Espíritu Santo y se llaman frutos del Espíritu Santo.
Cuando el alma, con fervor y dócil a la acción del Espíritu Santo, se ejercita en la práctica de las virtudes, va adquiriendo facilidad en ello. Ya no se sienten las repugnancias que se sentían al principio. Ya no es preciso combatir ni hacerse violencia. Se hace con gusto lo que antes se hacía con sacrificio.
Les sucede a las virtudes lo mismo que a los árboles: los frutos de éstos, cuando están maduros, ya no son agrios, sino dulces y de agradable sabor. Lo mismo los actos de las virtudes, cuando han llegado a su madurez, se hacen con agrado y se les encuentra un gusto delicioso. Entonces estos actos de virtud inspirados por el Espíritu Santo se llaman frutos del Espíritu Santo, y ciertas virtudes los producen con tal perfección y tal suavidad que se los llama bienaventuranzas, porque hacen que Dios posea al alma planamente.
Cuanto más se apodera Dios de un alma más la santifica; y cuanto más santa sea, más feliz es. Seremos mas felices a medida que nuestra naturaleza va siendo curada de su corrupción. Entonces se poseen las virtudes como naturalmente.
Modestia, Templanza y Castidad.
La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y como naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios. Nuestro espíritu, ligero e inquieto, está siempre revoloteando por todos lados, apegándose a toda clase de objetos y charlando sin cesar. La modestia lo detiene, lo modera y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios. Sigue rápidamente al fruto de modestia, y ésta es, respecto a aquélla, lo que era el rocío respecto al maná. La presencia de Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que vemos los colores a la luz del mediodía.
La modestia nos es completamente necesaria, porque la inmodestia, que en sí parece poca cosa, no obstante es muy considerable en sus consecuencias y no es pequeña señal en un espíritu poco religioso.
Las virtudes de templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos y moderando los permitidos.
-La templanza refrena la desordenada afición de comer y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse.
-La castidad regula o cercena el uso de los placeres de la carne.
Mas los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor desordenado a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones, y si las siente intenta superarla con la ayuda de Dios. Al vivir estas virtudes la persona ve más allá de simples metas temporales. Como el lema de las Olimpiadas: más allá, más alto, superarse así mismo.
El Papa Benedicto XVI, dirigiéndose a los jóvenes les dice:
Que "aprender a amarse como pareja es un camino maravilloso, aunque necesita un aprendizaje laborioso". Y añade que "el período del noviazgo, fundamental para construir el matrimonio, es un tiempo de espera y de preparación, que hay que vivir en la castidad de los gestos y de las palabras".
Según el Papa, la castidad permite "madurar en el amor" y "ayuda a ejercitar el autodominio, a desarrollar el respeto del otro", que son "características del verdadero amor que no busca en primer lugar la propia satisfacción ni el propio bienestar".
Ignorar los prejuicios.
Asimismo, Benedicto XVI indica a los jóvenes que a la hora de formar su matrimonio no hagan caso del "prejuicio difundido" sobre que el cristianismo "con sus mandamientos y sus prohibiciones, pone obstáculos a la alegría del amor e impida en particular disfrutar plenamente aquella felicidad que el hombre y la mujer buscan en su recíproco amor".
Invita a los jóvenes a "renunciar con alegría" a algunas diversiones y a aceptar "de buena gana los sacrificios".
Pero en el mensaje también se explica, que si "el matrimonio cristiano es una verdadera y auténtica vocación en la Iglesia", igualmente, hay que estar preparado a decir "sí", "si Dios os llama a seguirlo en el camino del sacerdocio ministerial o de la vida consagrada".
Como podemos observar, la castidad solo se entiende bien desde el amor auténtico iluminado por la luz de la fe. No es pura decencia, es la resolución de vivir con dignidad, como seres humanos que somos, y respetando al otro ser humano, que tiene la misma dignidad que yo. El camino no es fácil, pero “se hace camino al andar”.
Juan García Inza
No hay comentarios:
Publicar un comentario