sábado, 8 de enero de 2011

EL SECRETO DEL PADRE PIO


El padre Pío no celebró congresos, ni pronunció discursos, no promovió concentraciones, manifestaciones, documentos, proyectos pastorales.

Para cambiar el mundo, para salvar a la humanidad, celebró la Santa Misa. Es este el único acontecimiento que cambia el mundo. El Calvario, con el que Dios ha derrotado todo el Mal de los hombres y del Maligno. En efecto, para la Iglesia no puede celebrarse la misa sin un crucifijo.

Si el mundo, inmerso en el Mal y en la más feroz violencia, no ha sido aún reducido a cenizas, ha sido sólo gracias a la Santa Misa. Por eso nos da a entender el Padre Pío que no hay desastre, guerra o catástrofe que sea un mal mayor, que la desaparición de la misa: "El mundo podría quedarse incluso sin sol, pero no sin la Santa Misa".

El Cardenal Siri nos desvela un misterio excepcional: "Mientras se celebra la Santa Misa todo el mundo recibe algo de esa celebración". Incluso la más humilde de las celebraciones eucarísticas en el mas apartado pueblecito de la cristiandad, ante unas cuantas humildes mujeres, acarrea a la humanidad beneficios que ningúna gran iniciativa humana, ni conferencia, ni manifestación, ni acción política o social pueda acarrear. Ningúna revolución humana, pacifista incluso, ninguna diplomacia ni gobierno, partido o fuerza terrena puede hacer por la paz y el bien de los hombres, como lo hace la misa celebrada en la más apartada parroquia de la cristiandad.

El Cardenal Ratzinger, durante la Missa pro eligiendo Romano Pontífice en 2005, citaba a San Pablo, y añadía: "Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estos últimos decenios, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas del pensamiento... No ha sido raro que la pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos se viera agitada por esas oleadas - arrojada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, pasando por el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateismo a un vago misticismo religioso; del gnosticismo al sincretismo etc...

Los católicos parecen haber olvidado que no hay nada, absolutamente nada, que pueda ser equiparable a la misa en cuanto a fuerza y eficacia de salvación y de cambio de la historia. Efectivamente desde que la fe en ella ha disminuido, se ha multiplicado el afanoso atarearse, el hablar, y el hablar de más por parte de los cristianos, acaso arrastrados aquí y allá, por una ráfaga cualquiera de la doctrina.

Los católicos se han hecho la ilusión de que la redención de la humanidad, o aunque no fuera más que un cambio del mundo, podría ser llevada a cabo por el hombre mediante su compromiso de cristianos, o mediante el compromiso de los hombres a favor de los últimos, de los penúltimos, de la justicia, del bien.

Mas aún, en el Siglo XX, dentro de la propia Iglesia, una sombra terrible ha caído sobre la santa liturgia, y tal vez fuera que para iluminar a los cristianos, el Cielo quiso conceder a nuestros tiempos el primer sacerdote estigmatizado de la historia cristiana, un sacerdote que revivía en sus propias carnes el misterio del Calvario durante la Santa Misa. Y que no fuera casual que el padre Pío muriera precisamente en los meses que se estaba llevando a cabo esa reforma litúrgica que, según la interpretación de muchos círculos clericales, hubiera debido poner en la sombra de forma completa, la noción de "sacrificio", corriendo el riesgo así de transformar de hecho el catolicismo en protestantismo. (No hay que olvidar que el ciclón protestante que devastó la Iglesia como pocos otros, se dirigió sobre todo a barrer la Eucaristía, centro y fundamento de toda la obra de la Redención).

Sin embargo, si no pudo llegar a perpretarse algo semejante, borrar la noción de "sacrificio" de la Santa Misa, los daños fueron inmensos en cualquier caso, lo que llevo a este Papa a escribir: "Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy, depende en gran parte del hundimiento de la liturgia, que a veces se concibe directamente "etsi Deus non daretur": como si en ella ya no importase si hay Dios, y si nos habla y nos escucha. Pero si en la liturgia no aparece ya la comunión de la fe, la unidad universal de la Iglesia y de su historia, el misterio de Cristo viviente, ¿dónde hace acto de presencia la Iglesia en su sustancia espiritual? De esta manera la comunidad se celebra únicamente a sí misma, sin que algo así merezca la pena".

Así, por más que lo esencial se haya salvado, la mentalidad de los cristianos ha quedado contaminada y la ortodoxia católica está minada porque "lex orandi, lex credendi". En especial, el ataque ha sido atestado contra el carácter del sacrificio expiatorio de la Santa Misa, precisamente el que la Providencia ha querido recordarnos con el padre Pío.

El padre Pío no se limitó a dejarnos su asombroso ejemplo. Su misión no finalizó el día de su muerte, el 23 de septiembre de 1968. Monseñor Pietro Galeone que formó parte de su proceso de beatificación ha revelado un secreto que nos deja sin palabras: "El padre Pío me reveló que le había pedido a Jesús, y que lo había obtenido, no sólo el poder de ser una víctima perfecta, sino también una víctima perenne, con el fin de prolongar su misión de corredentor con Cristo hasta el final de los tiempos. El me dijo y me confirmó que había recibido del Señor, la misión de ser víctima y padre de víctimas hasta el último día... El secreto de su singular fortaleza le venía del fuego devorador del amor, más fuerte que la muerte, que le abrasaba las visceras por amor hacia Cristo y hacia sus hermanos de las futuras generaciones".

(Texto entresacado del libro de Antonio Socci, El Secreto del Padre Pío).
¿QUIÉN ES EL PADRE PIO?
En 1947, mientras en un pueblecito italiano del Gargano, un fraile capuchino, estigmatizado, experimentaba desde hacía decenios la divinidad y el éxtasis, y se declaraba dispuesto a cargar con todos los sufrimientos, con tal de poder seguir viendo el rostro de Cristo y sus ojos, llegaba a Nueva York un joven moreno de mirada inquieta, Jack Kerouac, que se convertiría en uno de los más célebres escritores de la literatura mundial: Una entera generación, la beat generación, le aclamó como su portavoz e intérprete.

Kerouac se convirtió en un icono de la trasgresión, en símbolo de los hippies y de las revueltas juveniles. Pero sin embargo en una entrevista televisiva se le preguntó: "Se ha dicho que la beat generación es una generación en busca de algo. ¿Qué es lo que están buscando? Kerouac contestó: A Dios. Quiero que Dios me enseñe su rostro".

El beat identifica un estilo de vida sin reglas e inquieto, que lleva actitudes contestarías y de rebeldía. Sin embargo, Kerouac en un artículo en 1957 afirmará: "que el fenómeno beat expresa algo más profundo, el deseo de marcharse, fuera de este mundo (que no es nuestro reino), hacia lo alto, en éxtasis, salvados, como si las visiones de los santos claustrales de Cartres y Clairvaux volvieran a aflorar como la hierba en las aceras de la civilización cansada y dolorida tras sus últimas gestas... No he vuelto a oír hablar ya de Dios, de las Ultimas Cosas, del alma, del a-dónde-estamos-yendo, entre los chicos de mi generación. Finalmente Kerouac llegará a decir, Dios tengo, tengo que verte el rostro esta mañana, tu rostro a través de los cristales polvorientos de la ventana, entre el vapor y el furor; tengo que oírte sobre el estruendo de la metrópoli. Estoy cansado Dios. No consigo divisar tu rostro en la historia. La vida no es suficiente...Entonces ¿qué es lo que quiero? Quiero una decisión para la eternidad, algo que escoger y de lo que no deba alejarme jamás... aquí en la tierra no hay lo suficiente que desear". Kerouac expresa esa enorme sensación de vacío, esa carencia insalvable que los seres humanos experimentan toda la vida. De ahí ese devanarse los sesos acerca del sentido de la vida.

El único modo de ver el rostro de Dios, es decir, convertirnos en divinos, es mirar a Jesús. El es la única senda hacia la civilización. El principio del Paraíso. El Verbo se ha hecho carne para darnos el poder de convertirnos en hijos de Dios. La divinización es, por lo tanto, razón absoluta de la Creación. Como dice San Agustín: "Para hacer dioses a los que eran hombres, el que era Dios se hizo hombre".

Todas las especies hallan en este planeta satisfacción a sus necesidades. A cada una de sus necesidades vitales proporciona la naturaleza respuesta. Menos la especie humana. Es la única que no encuentra en la naturaleza aquello que le proporciona satisfacción y sosiego. De manera que queda permanentemente desazonada. Incluso cuando consigue alcanzar todo lo que le hace falta para sus necesidades vitales y a poseer incluso lo superfluo, sigue inquieta a causa de una continua insatisfacción.

Nuestra hambre de felicidad, de belleza, de amor, es hambre de una felicidad, de una belleza de un amor que no terminan y no declinan con el tiempo, son sentimientos que no se marchitan. En definitiva son algo que roza lo divino. Todo nuestro ser está impregnado de esa nostalgia y encaminado para convertirse en "dios".

Uno de esos hombres que comenzó en esta tierra ese camino fue el P. Pío. Y es que San Francisco de Sales nos ilumina al respecto: Dios, tras haber confirmado en su gracia a la Virgen, preservándola del pecado(....), destinó también otras gracias para un numero pequeño de raras criaturas (...), como en San Juan Bautista y muy probable en Jeremías y en algunos más, con el fin de que se manifestaran constantes en su amor (...) Tales almas, en comparación con las demás, son como reinas, que siempre coronadas de caridad conservan su lugar principal en el amor del Salvador, después de Su Madre....

El padre Pío, es uno de esos hombres, fue escogido desde su nacimiento con vistas a "una enorme misión".

¿De qué inmensa misión podrá tratarse para tener como parangón al profeta Jeremías y al Bautista? Estas últimas, son dos figuras, que cada una en su momento, anunciaron dos acontecimiento cruciales de la historia de la salvación: el primero, la promesa del Nuevo Pacto; el segundo anunció cu cumplimiento, es decir, la llegada de Jesús, la Nueva Alianza, el Reino de Dios. Por lo tanto, ¿Cuál podrá ser la misión del padre Pío? ¿Qué tiempo es el nuestro?

Monseñor Piero Galeone, que no es el único, ha testimoniado el haber visto nada menos que en dos ocasiones cómo se transformaba el rostro del padre Pío en el rostro de Jesús: "Una mañana, al finalizar la misa, en el momento de la comunión, el padre ofreció la ostia una persona a su lado: después el padre Pío se colocó delante de mí y, tomando entre sus dedos la partícula, la miraba con tal intensidad que la sostuvo un buen rato quieta, elevada ligeramente sobre la píxide. Esos momentos de espera me obligaron a mirar atentamente cualquier movimiento del padre Pío. Pero, para mi sorpresa, vi claramente cómo sus rasgos se alteraban, adoptando los de Jesús. Era de estatura normal, con hábitos sacerdotales, tenía los ojos serenos, un rostro dulce, labios con un gesto de sonrisa".

Pero hay más aún, en las actas del proceso de beatificación se encuentran testimonio análogos. El padre Alberto D´Apolito afirma haber visto varias veces el rostro del siervo de Dios transfigurarse en el rostro de Jesús. Una análoga experiencia tuvieron su padre Salvatore, un amigo suyo y el profesor Rocco Guerini de Roma.

Por lo demás, en todos los gesto del padre Pío y en su propia carne se traslucía Cristo y su divina humanidad. De los estigmas a los dones sobrenaturales. Tenía el don de sanar a los incurables y de convertir a los pecadores, de prorrogar el tiempo de la muerte y de conocer el tiempo exacto de ésta, de saber el lugar en el que se hallaban las almas de los difuntos. Luchaba con Satanás y espantaba a los demonios, escrutaba los corazones, agitaba las almas e iluminaba las mentes más con los testimonios que con las palabras. Conocía la vida de los santos, la historia de la Iglesia y de la humanidad. A muchos les predecía el futuro, seguía a los buenos y a los malos.

No nos percatamos lo suficiente de que, bajo el nombre de Padre Pío, se ocultaba el más hermoso de entre los hijos de los hombres, que en su inextinguible caridad, quiso caminar de nuevo en medio de sus redimidos. En Palestina vino antes de su muerte. En Italia, vivió visiblemente, al cabo de veinte siglos de su muerte.

(Texto entresacado del libro de Antonio Socci, El Secreto del Padre Pío).
Luis López-Cozar

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