No suelo escribir de estos temas, y menos de futbol del que no entiendo mucho.
Pero quiero hacer un comentario al hilo de la derrota de la Selección Española en el Mundial de Sudáfrica. Nunca me ha gustado el apelativo que le han endosado a la Selección de España. “La Roja” me suena mal. No sé si le llaman a sí por llevar una camiseta roja, o es que los izquierdazos de toda la vida han querido apropiarse el equipo de todos. Yo prefiero el nombre propio de toda la vida. Cuando jugaba España contra algún equipo extranjero a mí me gustaba pegarme a la radio o a la tele para vibrar con nuestros colores. Me dolía el que perdiera, que era la menos veces, y me sentía feliz y más español cuando ganaba. Desde que le llaman “La Roja” he perdido el entusiasmo. Ni siquiera vi el partido del miércoles. Y cuando me enteré que había perdido, lo sentí por España, pero me alegré de que “La Roja” no ganara.
En este primer fracaso contemplo una lección de humildad. El país estaba casi paralizado. Todos apostaban por una victoria por goleada. Parece que éramos los mejores. Suiza era poco para “La Roja”. Algunos lo planteaban como un duelo entre el capital y el proletariado. Muchos políticos tenían puestas sus esperanzas en esa cortina de humo “rojo” que por unos instantes iba a nublar el trágico escenario de la cuestión social. Al menos por unos minutos los parados iban a estar entretenidos. Pero el golpe ha sido fuerte. La humillación grande. No se trata de luchas ideológicas, sino deportivas, y ha resultado que Suiza no es tan enclenque en futbol como creían. Los españoles han tenido que bajar la cabeza y encajar el golpe que nuca se esperaba. A nuestros males políticos y económicos se ha unido un cierto mal deportivo.
Es verdad que no es para tanto, pero cuando tanto se sube, tanto se encumbra a unos profesionales del balón, que parecen semidioses, una caída en una buena lección. Siempre viene bien una reflexión si nos despierta de ese nuevo opio que es el partido de cada día. Y no estoy en contra del futbol, pero sí del intento de convertirlo en una nueva religión y en un gran negocio. Son muchos los millones que hay en juego en el verde escenario de cada estadio. Hay dinero para comprar jugadores a lo que pidan por ellos. Y no hay dinero para fomentar la investigación, dignificar la enseñanza, crear puestos de trabajo, mejorar la sanidad, remozar nuestros monumentos, etc. Las nuevas catedrales del futbol acogen cada semana a miles de hinchas de cada equipo. Parece que no hay cosa más importante. Y muchas veces en las gradas se pierde la dignidad, la educación la vergüenza. Hay que reflexionar un poco más. No nos pueden prohibir pensar. Lo del pan y circo, en este caso futbol, no debe cegarnos para ver lo esencial de la vida. Estamos sobre la tierra para algo más que dar patadas a un balón, ¿no? Pues yo tengo más que decir. Que cada cual saque sus conclusiones y descubra en qué portería debe marcar sus goles. Porque el partido de la vida hay que ganarlo.
Juan García Inza
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