En el Eclesiástico puede examinarse un canto a la amistad.
En él podemos leer: “El amigo fiel es seguro refugio, el que le encuentra, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio, no hay peso que mida su valor. El amigo fiel es remedio de vida, los que temen al Señor le encontrarán. El que teme al Señor endereza su amistad, pues como él es, será su compañero” (Ecl 6,14-17). En la última frase de este pasaje leemos: “pues como él es, será su compañero”, es decir, expresado en términos vulgares podríamos decir: Dios los cría y ellos solo se juntan. Y también viene a cuento aquí, aquello de que: Dime con quién andas y te diré quién eres. En la amistad se genera un especial amor fraternal y como el amor es la esencia de Dios y Él mismo es la fuente de todo amor, la sana amistad es algo muy bueno y positivo que es grato a los ojos de Dios, que desea el amor fraterno entre todos.
Pero no es a la amistad fraterna a la que aquí quiero referirme, sino a la amistad y la armonía que uno ha de tener con toda la creación, y en especial a la amistad del hombre con los animales, especialmente con los domésticos. No olvidemos el maravilloso canto de San Francisco a la creación y a los animales. A este canto hicimos alusión ya y quedó recogido en la glosa “Maravillas que nos asombran”, del 23 de marzo de este año.
Viene aquí a cuento narrar una bonita historia que hace tiempo leí: Caminaba una vez un jinete por un largo camino vecinal, que atravesaba montes y collados, montado en su caballo y acompañado de su perro que caminaba al paso del caballo, y como todos los perros acostumbrados a estos paseos, lo hacía entre las patas del caballo, con esa rara habilidad e instinto que tienen los perros para no tropezar con las patas de la caballería, andando entre ellas.
Era verano muy caluroso y se desató una fuerte tormenta de las típicas de la época con mucho aparato eléctrico, y los tres, jinete caballo y perro se refugiaron en un gran árbol que tenía una copa muy compacta, pero un rayo atravesó el tronco y la copa del árbol, dejando fulminados a los tres. Y tan rápida fue la muerte, que ninguno de los tres tomó conciencia de haber muerto, por lo que escampada la tormenta, reanudaron la marcha.
Cuando la tormenta cesó el sol volvió con toda su intensidad, y el agua caída se evaporó rápidamente, por lo que los tres comenzaron a sudar y sentir mucha sed. En estas condiciones llegaron al pie de una lujosa entrada de la que salía una camino pavimentado con adoquines de oro, que daba a una soberbia y lujoso construcción en mármol, valiosas maderas y preciosos metales, a cuya entrada había un hombre vestido con un lujoso atavío, que al parecer debería de ser el portero de este fantástico palacio, del que salían los sones de una trepidante música, que en nada, sosegaba el ánimo. El jinete se apeó del caballo, deslumbrado por el lujo que rodeaba todo aquello y dirigiéndose al portero le dio los buenos días. El portero ceremoniosamente le contestó: Buenos días. Y el jinete le comentó: ¡Qué lugar más hermoso! Donde estamos, como se llama este sitio. Esto es el cielo, puede Vd. pasar, le respondió el portero. Pues sí, ya que espero tengan agua y los tres venimos sedientos, manifestó el jinete a lo que el portero le respondió: Ahí dentro tiene Vd. una fuente con agua fresca y puede beber toda lo que desee, y señalando al caballo y al perro añadió, pero está prohibida la entrada de animales. Pero mi caballo y mi perro también están muertos de sed respondió el jinete. El portero se encogió de hombros e hizo un gesto negativo con la cabeza. El jinete recogió las bridas del caballo, y aunque tenía mucha sed no pensaba abandonar a sus dos amigos, así que le dio las gracias al portero y reanudó la marcha.
Después de caminar un buen rato y ya exhaustos los tres, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puerta vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles, era una bonita alameda que al parecer debería de conducir a algún lugar. A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero, posiblemente dormía, al parecer debería de ser el guarda de aquella entrada. Buenos días, le dijo el jinete, apeándose del caballo. El guarda que estaba echado le respondió con un gesto de la cabeza. Mi caballo mi perro y yo tenemos mucha sed. A lo que el guarda le respondió afablemente, indicándole con el dedo: Hay una fuente entre aquellas rocas, puede Vd. su caballo y su perro beber toda el agua que deseen. Los tres, el jinete, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed.
El jinete se volvió atrás para dar las gracias al guarda y le preguntó: A propósito ¿Cómo se llama este lugar?, el respondió: Es el Cielo. ¿El Cielo? Pero si el portero del palacio de mármol me dijo que aquello era el Cielo. Aquello no es el Cielo, es el Infierno, le contestó el guarda. El jinete se quedó perplejo y le respondió al guarda: Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre ¡Esta información falsa debe provocar grandes confusiones! De ninguna manera, le respondió el guarda. En realidad, nos hacen un gran favor, son como un filtro, porque allí se quedan todos los que solo aman las riquezas, el lujo y han vivido apegados al mundo, no siendo capaces de amar a nadie y aún menos a sus amigos a los que abandonan así como tampoco a sus animales que son sus mejores amigos.
La vida en la ciudad nos ha despegado del amor a los animales. Los niños de la ciudad, tienen que ir a un parque zoológico, para ver lo que es una cabra, una oveja o una gallina. Nos estamos apartando de la obra de la creación divina. Los parágrafos 2416 al 2418, del Catecismo de la Iglesia católica dicen así: Los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial (Mt 6,16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (Dn 3,57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza trataban a los animales San Francisco de Asís o San Felipe Neri.
2417.- Dios confió los animales a la administración del que fue creado por Él a su imagen (Gn 2, 19-20; 9,1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales, si se mantienen en límites razonables, son prácticas moralmente aceptables, pues contribuyen a cuidar o a salvar vidas humanas.
2418.- Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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