Echar raíces en el amor a Dios, es lo mismo que construir la casa de nuestra relación con Él sobre una roca.
En el Sermón de la montaña, donde el Señor, expone por primera vez su doctrina, condensada inicialmente esta en las llamadas Bienaventuranzas, monseñor Ricciotti, justifica la necesidad de Sermón de la montaña, al decir que: “La elección de los doce, fue una elección material que habría valido de poco si esta, no hubiese sido seguida de una espiritual, o sea de una información doctrinal. Pese a su afecto por el maestro, los doce debían de estar muy escasamente informados acerca de su pensamiento, y con certeza se habrían hallado en una seria dificultad si cualquier doctor fariseo les invitase a hacer una exposición precisa y completa de la doctrina de Jesús”.
Y en el marco de este Sermón de la montaña, el Señor señala la importancia que tiene en la conducta del cristiano y también en cualquier otra faceta de la vida de este, ejecutar una obra apoyándose siempre en sólidos cimientos o fundamentos. Y a este respecto nos dice: “Todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone por obra, os diré a quién es semejante. Es semejante al hombre que edificando una casa, cava y profundiza y cimienta sobre roca; sobreviniendo una inundación, el río va a chocar contra la casa, pero no puede conmoverla, porque está bien edificada. El que oye y no hace, es semejante al hombre que edifica su casa sobre tierra, sin cimentar, sobre la cual choca el río, y luego se cae y viene a ser grande la ruina de aquella casa” (Lc 6,47-49).
En sí, este pasaje evangélico es un canto a la confianza en el amor al Señor y a la perseverancia a toda costa en ese amor. Confianza y perseverancia a toda costa pase lo que pase, ya que para avanzar hay que perseverar, hay que echar unas fuertes raíces en el amor al Señor. Perseverar y confiar siempre, aunque uno vea que a su alrededor todo se hunde, si su casa está construida sobre la roca firme que es el amor al Señor, su casa jamás se derrumbará, es el Señor que siempre está a nuestro lado el que la sostiene.
Pero adquirir el grado necesario de confianza en el amor del Señor, no es tarea fácil, es necesario perseverar sin desmayo, aunque uno no vea los frutos de su esfuerzo, porque cuando uno no ve los frutos de su esfuerzo, es que está echando raíces. A este respecto una vez leí un cuento, en el que una persona hastiada de su vida espiritual y sin verle frutos a ella, decidió ponerle fin a la misma.
Narra este cuento, que esta persona que se fue a un bosque para tener una última charla con Dios. Y dirigiéndose al Señor le dijo: ¿Podrías darme una buena razón para no darme por vencido? El Señor le respondió: Mira a tu alrededor, ves el helecho y el bambú que hay en el bosque. Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz. Les di agua. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla de bambú. Sin embargo no renuncié al bambú. En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante y nuevamente, no creció nada de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú. Continuó el Señor hablándole y le dijo: En el tercer año, aun nada había brotado de la semilla de bambú. Pero no renuncié. En el cuarto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú. Y tampoco renuncié, y añadió el Señor: Luego en el quinto año un pequeño brote salió de la tierra. En comparación con el helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante. Pero sólo 6 meses después el bambú creció a más de 30 metros de altura. Se la había pasado cinco años echando raíces. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir.
Continuó hablando el Señor y le dijo: No le daría a ninguna de mis creaciones un reto que no pudieras sobrellevar. ¿Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces? Yo no renunciaré nunca a esperar. Nunca renunciaré a ti. No te compares con nada ni con nadie, tú eres especial para mí, como lo es cada uno de aquellos que lucha por mi amor. Y continuó diciéndole: El bambú tenía un propósito diferente al del helecho, sin embargo, ambos eran necesarios y hacían del bosque un lugar hermoso. Tu tiempo vendrá. ¡Crecerás muy alto! Y él le preguntó "¿Hasta qué altura debo de crecer? Y el Señor le respondió: En el crecimiento de la vida espiritual, nadie tiene fijado límite alguno. Como hacen los grandes árboles, crece siempre para arriba, pero no olvides de afianzar tus raíces. Crece tan alto como quieras y cuanto más crezcas, mayor será tu gloria en el reino de los Cielos.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Y en el marco de este Sermón de la montaña, el Señor señala la importancia que tiene en la conducta del cristiano y también en cualquier otra faceta de la vida de este, ejecutar una obra apoyándose siempre en sólidos cimientos o fundamentos. Y a este respecto nos dice: “Todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone por obra, os diré a quién es semejante. Es semejante al hombre que edificando una casa, cava y profundiza y cimienta sobre roca; sobreviniendo una inundación, el río va a chocar contra la casa, pero no puede conmoverla, porque está bien edificada. El que oye y no hace, es semejante al hombre que edifica su casa sobre tierra, sin cimentar, sobre la cual choca el río, y luego se cae y viene a ser grande la ruina de aquella casa” (Lc 6,47-49).
En sí, este pasaje evangélico es un canto a la confianza en el amor al Señor y a la perseverancia a toda costa en ese amor. Confianza y perseverancia a toda costa pase lo que pase, ya que para avanzar hay que perseverar, hay que echar unas fuertes raíces en el amor al Señor. Perseverar y confiar siempre, aunque uno vea que a su alrededor todo se hunde, si su casa está construida sobre la roca firme que es el amor al Señor, su casa jamás se derrumbará, es el Señor que siempre está a nuestro lado el que la sostiene.
Pero adquirir el grado necesario de confianza en el amor del Señor, no es tarea fácil, es necesario perseverar sin desmayo, aunque uno no vea los frutos de su esfuerzo, porque cuando uno no ve los frutos de su esfuerzo, es que está echando raíces. A este respecto una vez leí un cuento, en el que una persona hastiada de su vida espiritual y sin verle frutos a ella, decidió ponerle fin a la misma.
Narra este cuento, que esta persona que se fue a un bosque para tener una última charla con Dios. Y dirigiéndose al Señor le dijo: ¿Podrías darme una buena razón para no darme por vencido? El Señor le respondió: Mira a tu alrededor, ves el helecho y el bambú que hay en el bosque. Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz. Les di agua. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla de bambú. Sin embargo no renuncié al bambú. En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante y nuevamente, no creció nada de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú. Continuó el Señor hablándole y le dijo: En el tercer año, aun nada había brotado de la semilla de bambú. Pero no renuncié. En el cuarto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú. Y tampoco renuncié, y añadió el Señor: Luego en el quinto año un pequeño brote salió de la tierra. En comparación con el helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante. Pero sólo 6 meses después el bambú creció a más de 30 metros de altura. Se la había pasado cinco años echando raíces. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir.
Continuó hablando el Señor y le dijo: No le daría a ninguna de mis creaciones un reto que no pudieras sobrellevar. ¿Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces? Yo no renunciaré nunca a esperar. Nunca renunciaré a ti. No te compares con nada ni con nadie, tú eres especial para mí, como lo es cada uno de aquellos que lucha por mi amor. Y continuó diciéndole: El bambú tenía un propósito diferente al del helecho, sin embargo, ambos eran necesarios y hacían del bosque un lugar hermoso. Tu tiempo vendrá. ¡Crecerás muy alto! Y él le preguntó "¿Hasta qué altura debo de crecer? Y el Señor le respondió: En el crecimiento de la vida espiritual, nadie tiene fijado límite alguno. Como hacen los grandes árboles, crece siempre para arriba, pero no olvides de afianzar tus raíces. Crece tan alto como quieras y cuanto más crezcas, mayor será tu gloria en el reino de los Cielos.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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