Son muchos los que piensan que Dios está con él, porque simplemente se creen que son buenos.
Ellos dicen: Señor: Soy bueno, miro a mi alrededor y solo veo personas que te ofenden, yo por el contrario, no te ofendo, no robo, ni mato, si incurro en el sexto mandamiento enseguida me confieso, yo voy a misa los domingos. ¡Que más se me puede pedir! Pues es mucho más lo que se te puede pedir. La realidad es que esta clase de personas, se engañan, nos engañan o al menos engaña a muchos. El ser buenos no basta para vivir en la gracia de Dios, hace falta mucho más. Dios es un Ser absorbente que lo quiere todo y no admite compartir nada y menos el amor de los humanos. Conozco varias personas de una bondad innata, de tal naturaleza, que yo sepa nunca han causado mal a nadie, pero no vibran ante la posibilidad de amar al Señor, su propia bondad de la que ellos son conscientes, les hace creer que con eso basta. Cumplen los mandamientos, todos los domingos y fiestas de guardar están en misa y si en algo quebrantan algún mandamiento, generalmente el sexto entre ellos y la falta de caridad por el chismorreo entre ellas, se confiesan, rezan la penitencia y asunto concluido, hasta la próxima, en que se reiterarán las mismas faltas y pecados. Y uno se pregunta: ¿Es esto suficiente?, ¿Dónde se encuentra en estas conductas el amor al Señor?
Tengamos presente que la bondad innata en determinadas personas, no es un mérito de ellas, sino un don de Dios. Por el contrario hay otro tipo de personas, que luchan denodadamente contra su propias “malas ideas”, que continuamente caen y rompen su amistad con Dios, pero que a su vez le aman con todo su corazón y ese amor les conduce a ser humildes acudiendo al confesionario. San Agustín manifestaba que: “Dios mira con más agrado acciones malas a las que acompaña la humildad, que obras buenas inficionadas de soberbia”. Y San Gregorio de Nicea aseguraba que: “Un carro lleno de buenas obras, guiado por la soberbia, conduce al infierno; un carro lleno de pecados guiados por la humildad lleva al Paraíso”.
En la antigüedad, era muy importante saber que Dios estaba con el pueblo que combatía, porque ello presuponía la victoria frente al enemigo. Así la Biblia nos habla de un triunfante Josué, sucesor de Moisés, que paró el decurso del sol en Gabaón y derrotó a todos los pueblos cananeos, adquiriendo para el pueblo elegido, la tierra que Dios le había prometido. Y ello fue así, en las sucesivos combates y guerras que Israel mantuvo frente a sus enemigos, que eran muchas veces superiores en número y armamento, tal como es la victoria de Gedeón frente a los madianitas, pero esto no importaba Yahvé estaba con su pueblo y él siempre salía victorioso. Cuando Israel no era fiel a Yahvé, la derrota estaba asegurada. El A.T nos da fe de estas victorias y de estas derrotas. Los salmos muchas veces, son bellos cantos a la fuerza del brazo de Yahvé.
Más adelante a finales del siglo IV, el Señor pone su brazo al servicio de Constantino y este en sueños, ve una cruz en un lábaro romano con la inscripción “Con este signo vencerás”. Constantino pone la cruz en los lábaros romanos, y al día siguiente en la batalla del puente Milvio, Constantino derrota a Majencio y a partir de ese momento, surge el Edicto de Milán y el cristianismo se impone legalmente frente al paganismo en todo el imperio romano.
En la Edad media y en todas las sucesivas confrontaciones históricas, las fuerzas de uno y otro bando apoyaban su espíritu de triunfo en la ayuda del Señor. No dudaban de la justicia de su causa y ello era razón suficiente para tener la seguridad de que Dios estaba con ellos. Cuando era niño había una cosa que me llamaba la atención, y era la invocación reciproca que las partes contendientes hacían de Dios, en la segunda guerra mundial. Así por ejemplo los soldados alemanes, llevaban en la hebilla de su cinturón una inscripción que decía: “Dios está con nosotros” y el lema oficial de los norteamericanos, decía y dice: “En Dios nosotros confiamos”. Para mí dada mi corta edad y falta de juicio y conocimientos aquello era una contradicción.
Se cuenta la anécdota, de que en la guerra de secesión norteamericana, unos periodistas, en las vísperas de una importante batalla, le preguntaron a Abraham Lincoln, si Dios estaba de su parte. Respondió Abraham Lincoln: La cuestión, es saber si yo estoy de la parte de Dios. ¡He aquí la cuestión! Podemos estar absolutamente seguros de que vivimos en gracia divina, que el Espíritu Santo mora en nuestro interior. El Señor nos dejó dicho: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14,23). Por lo tanto lo primero de todo, si, queremos saber si Dios trino inhabita en nuestra alma, es amar y como el amor nunca tiene límite alguno, cuanto más amemos más seguro estaremos de que Dios está con nosotros. Y está siempre más con nosotros, cuanto mayor sea el amor que le demostremos.
Disponemos de un barómetro para saber hasta qué punto amamos a Dios, y ello está relacionado naturalmente con nuestra conducta humana y el trabajo que realicemos. El Señor, nos dejó dicho: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). En la glosa del 12 de junio de este año, hacía un análisis sobre la perfección humana y su relación con nuestra función o trabajo humano y a tal efecto escribía: Tanto en el orden espiritual como en el material, no es más perfecto el que mejor se comporta, sino el que más ama. Y si queremos amar de verdad al Señor, tenemos que tener en cuenta, tal como Él nos manifiesta, que más le ama el que más y mejor cumple sus mandamientos y aquí hay un mandamiento muy esencial que nos dice que seamos perfectos.
La perfección humana tiene dos vertientes, que el hombre ha de alcanzar para cumplimentar el mandato divino. La demanda que Dios nos hace de “Ser perfectos”, no se limita al orden espiritual, sino también alcanza al orden material, No solo es necesario adquirir la perfección, en el orden espiritual, sino también en el material. Hemos de esforzarnos en adquirir esa doble perfección, pues ambas se encuentran entrelazadas, ya que difícilmente podremos alcanzar una perfección del espíritu, si en el orden material, somos unos vagos e indolentes que todo lo que hemos de hacer, lo hacemos mal, imperfectamente y a desgana, en otras palabras no ponemos amor si no ponemos interés en nuestros cometidos, trabajos, labores y obligaciones. Desde luego que el no ser perfectos en nuestras funciones o trabajos materiales, no es del agrado del Señor, y es una muestra de falta de amor a Él.
El principio básico en esta materia nos dice que: Somos más perfectos en cuento más amamos. Y a Dios, también se le ama cumpliendo con exactitud, rigor, entusiasmo y alegría, nuestras obligaciones laborales y más le demostraremos que le amamos, en cuanto más perfectamente desarrollemos nuestras funciones y trabajos laborales. Jocosamente Santa Teresa de Jesús decía, que Dios también se encuentra entre las ollas y las sartenes en la cocina.
Terminaba esta glosa señalando la necesidad de que para amar, es necesario ser perfecto, y la perfección espiritual, comienza adquiriéndose la perfección material en los trabajos, funciones o labores que tengamos que realizar.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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