OS CONTARÉ ALGUNOS CASOS
A alguno le podría caber la duda de si los milagros todavía existen y ocurren en la vida real.
Estamos acostumbrados a oír acerca de milagros operados por Jesús, los apóstoles o grandes santos de otros tiempos. Pero la realidad es que los milagros son cosa de hoy en día y de todos los días. No son necesarios para nuestra fe, pero existen y el Señor los realiza, quizás para recordarnos que él es el dueño de la naturaleza y que la fe todo lo puede. Milagros ocurren y no nos enteramos de ellos, pero de otros sí que nos enteramos, como es el caso de aquellos que llevan a los candidatos a los altares a la beatificación o la canonización. La iglesia los requiere para llegar a dichas metas, como confirmación de lo que dijo Jesús en el Evangelio: “El que cree en mí hará los mismos signos que hago yo y los hará incluso más grandes”. Y los milagros ocurren. De vez en cuando voy a dedicar este blog a milagros ocurridos recientemente y que como tal han sido reconocidos por el Vaticano.
Hoy quiero empezar con uno, impetrado por intercesión del hoy san Nimatullah Al Hardini, monje libanés del siglo XIX, que por su gran valía llegó a ser asistente general de su orden, pero que nunca aspiró a cargos sino a pasar la vida entre las obras de caridad y las devociones monásticas en su monasterio de Santa María de Tamich. Murió anciano y lleno de méritos y fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 10 de mayo de 1998.
A alguno le podría caber la duda de si los milagros todavía existen y ocurren en la vida real.
Estamos acostumbrados a oír acerca de milagros operados por Jesús, los apóstoles o grandes santos de otros tiempos. Pero la realidad es que los milagros son cosa de hoy en día y de todos los días. No son necesarios para nuestra fe, pero existen y el Señor los realiza, quizás para recordarnos que él es el dueño de la naturaleza y que la fe todo lo puede. Milagros ocurren y no nos enteramos de ellos, pero de otros sí que nos enteramos, como es el caso de aquellos que llevan a los candidatos a los altares a la beatificación o la canonización. La iglesia los requiere para llegar a dichas metas, como confirmación de lo que dijo Jesús en el Evangelio: “El que cree en mí hará los mismos signos que hago yo y los hará incluso más grandes”. Y los milagros ocurren. De vez en cuando voy a dedicar este blog a milagros ocurridos recientemente y que como tal han sido reconocidos por el Vaticano.
Hoy quiero empezar con uno, impetrado por intercesión del hoy san Nimatullah Al Hardini, monje libanés del siglo XIX, que por su gran valía llegó a ser asistente general de su orden, pero que nunca aspiró a cargos sino a pasar la vida entre las obras de caridad y las devociones monásticas en su monasterio de Santa María de Tamich. Murió anciano y lleno de méritos y fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 10 de mayo de 1998.
Pues bien, el mismo día de la solemne beatificación en Roma, en el santuario donde el nuevo Beato se haya enterrado en el Líbano, se celebraba una Misa de acción de gracias presidida por el vicario patriarcal de Antiochia de los maronitas, Mons. Roland Abou Jaoudé, y durante la ceremonia una mujer, Rose Salim Saad Bayady, a grandes voces afirmó haber recuperado la vista. A la mujer, nacida en el 1934, le había sido diagnosticada a la edad de 38 años una "retinopatia diabética al primer y segundo estadio". Después, a la edad de 55 años, en 1989, fue operada de un glaucoma en el ojo derecho. Durante esta hospitalización el diagnóstico fue de "ojo derecho con ceguera total, ojo izquierdo con vista muy disminuida".
En enero de 1990 fue hospitalizada para realizarle una intervención de glaucoma en el ojo izquierdo y en aquella ocasión se habló de "persistencia de visión tenue en el ojo derecho". En 1990, en una nueva hospitalización el oculista llamado para la consulta, mirando el fondo de ambos ojos, no halló signos de retinopatia diabética y no dice si había o lleva los signos indelebles de los tratos con el láser. En el 1993 la enferma fue internada para operarse de una catarata en el ojo izquierdo y en el 1994 de una catarata en el ojo derecho. En aquel entonces se diagnosticó: "ceguera en ojo derecho, no ve a un metro". Por lo tanto probablemente persistía un tenue resto visivo, aunque pequeño. Después de las dos operaciones de catarata la Sra. Rose explicaba que veía "una columna negra ante de sus ojos", esto es que también el ojo derecho veía algo, aunque a los lados de la columna.
Así llegamos al 10 de mayo de 1998, fecha de la beatificación de padre Nimatullah Al Hardini, cuando a muchos kilómetros de la Plaza de San Pedro, delante del sarcófago que contenía sus restos, y ante la presencia de una multitud de testigos, llegó la curación improvisa: la Sra. Rose afirmó haber recuperado sustancialmente la vista del ojo derecho. De hecho, las visitas médicas efectuadas tiempo después, en septiembre del 2001, confirmaron la curación, aunque parcial, y se hizo una valoración cuantitativa de la visión recuperada: El ojo derecho veía 1/10 y el izquierdo conseguía percibir solamente el movimiento de la mano. Después, en julio del 2002, se comprobó que no había habido modificaciones con respecto a la visita del septiembre de 2001, y se afirmó: "conserva una agudeza visiva aceptable para sus condiciones", y con ello se certificaba que la curación del ojo derecho era duradera.
La curación fue confirmada en sede procesal por el perito “Ab Inspectione” del Tribunal del Proceso de Canonización, Doct. Roland Youssef Kassab, cardiólogo, y por el Doct. Sami El-Hahchem, oftalmólogo, y fue después considerada inexplicable unánimemente por los peritos de la Consulta Médica de la Congregación para las Causas de los Santos, los cuales en la sesión del 6 de marzo del 2003 juzgaron extraordinaria una tal recuperación de la vista en el ojo derecho. Durante su intervención, el Presidente de la Consulta juzgó el caso:
“...muy grave, con pronóstico extremamente severo para la capacidad visiva de la paciente. Su déficit visivo, a pesar de las curas practicadas y de las intervenciones sufridas, se fue agravando progresivamente a causa de la retinitis proliferante y del glaucoma bilateral. Ambas patologías habían llegado a un estadio tan avanzado que no consentía la visión. El presidente subraya además como las terapias practicadas hasta entonces no habían sido capaces de frenar la evolución de la enfermedad retinica, ni de hacerla disminuir. La superposición del glaucoma sin duda empeoró el déficit visivo y la intervención quirúrgica resultó ineficaz porque fue tardía. En definitiva, la inesperada recuperación improvisa de la visión en el ojo derecho, aunque parcial, no aparece explicable por vías naturales”.
Durante la discusión colegial todos los expertos estuvieron de acuerdo en las consideraciones estimativas de las patologías oculares y la ineficacia de los cuidados: el estadio avanzado de las dos patologías era tal que ya no resultaba posible un recuperación de la visión, aunque fuera mínima. Después, expresaron su certeza en las siguientes Definiciones Conclusivas:
“Diagnóstico: Retinopatía diabética proliferante bilateral, asociada a glaucoma crónico y a catarata bilateral, con "visus" apagado en OD y residuo visivo mínimo en OS (5 sobre 5). Pronóstico: muy severo "quoad valetudinem" para la irreversibilidad del grave déficit visivo (5 sobre 5). Terapia: ineficaz en su conjunto para el estadio avanzado de la dos patologías principales, la retinopatía diabética y el glaucoma (5 sobre 5). Modalidad de la recuperación visiva: recuperación rápida e inesperada del 1/10 del “visus” en el ojo derecho, antes completamente ausente; duradera e imprevisible la vuelta a la visión, aunque parcial, y por tanto científicamente inexplicable (5 sobre 5)”.
A la certeza unánime de los peritos de la Consulta en cuanto a la gravedad del caso sobre la ineficacia de la terapia y la no explicabilidad de la curación, en este caso se añadía la claridad de las noticias relativas a la invocación del Beato Al Hardini. En efecto, en las declaraciones de los testigos aparecía claro que la Sra. Rose, si bien al principio había invocado a otro santo libanés, Saint Charbel, además del padre Nimatullah, el 10 de mayo de 1998 fue a la tumba de Al Hardini y allí rogó con fe únicamente el nuevo beato, del cual obtuvo el prodigio. Ella misma lo explicaba en el Proceso, como testigo IX:
“Ma fille [Renée Salem] est venue chez moi pour me dire: demain nous al-lons visiter Kfifane, car il y a un nouveau Bienheureux qui s´appelle Al-Hardini. Moi, je ne le connaissais pas, alors le soir même, j´ai récité le chapelet en disant à Hardini: "Tu dois me guérir", j´ai prié aussi Saint Charbel. Le matin ma fille est arrivée et nous sommes parties, c´est ma fille qui a fermé la porte à clé car je ne voyais pas pour le faire. Dans l´autocar des jeunes ont voulu chanter, alors je leur ai dit qu´il faut plutôt prier. Alors, j´ai commencé à prier. Lorsque nous sommes arrivés, j´ai voulu marcher pieds-nus, bien que la route fût récemment asphaltée. Ma fille et ma petite fille me guidaient bien que le chemin était long et la brûlure de l´asphalte. Lorsque je suis arrivée, on m´a aidée à m´agenouiller et j´ai commencé à prier en criant: "Ô Jésus, guéris-moi, Ô Hardini, guéris-moi”.
Y de modo parecido se expresaba Renée Salem Bayady Karamé, su hija, como testigo VII:
“Le 10 mai 1998 le matin, nous sommes allées à Kfifane chez Hardini, difficilement elle a accepté de partir avec nous. Une cinquantaine de personnes nous étions dans le bus; avant di arriver au couvent elle a voulu marcher pieds nus. Devant il église elle est tombée sur il escalier, ma fille et moi nous il avons aidée; quelques secondes après, elle a crié ´La lumière, le lumière, je vois”
“Le 10 mai 1998 le matin, nous sommes allées à Kfifane chez Hardini, difficilement elle a accepté de partir avec nous. Une cinquantaine de personnes nous étions dans le bus; avant di arriver au couvent elle a voulu marcher pieds nus. Devant il église elle est tombée sur il escalier, ma fille et moi nous il avons aidée; quelques secondes après, elle a crié ´La lumière, le lumière, je vois”
Entre los testigos llamados a declarar se encontraba también el celebrante de la Misa, el obispo Mons. Abou Jaoudé, testigo XII, que en el proceso explicó como a consecuencia del prodigio tiene que parar la Misa y preguntar cuál era la causa del alboroto, a lo que le fue respondido que se trataba de un milagro de curación, como luego fue atestiguado por los médicos.
MILAGROS DEL SIGLO XXI – SEGUNDA PARTE
MILAGROS DEL SIGLO XXI – SEGUNDA PARTE
LA CURACIÓN DE UNA MUSULMANA LLEVÓ A COMBONI A LA CANONIZACIÓN
Fue una musulmana observante quien abrió el camino a la canonización de Daniele Comboni, el apóstol de África.
Se llama - pues vive todavía - Lubna Abdel Aziz. Tiene 38 años, cinco hijos y vive en Jartum. Desde 1986 está unida a Khedir El Mubarak, funcionario del régimen de Omar al Bashir y general del ejército gubernamental de Sudán, uno de los Estados africanos donde actualmente está en vigor la sharía, la ley islámica. Una ley que ha contribuido a que se desencadenaran sangrientas guerras civiles y que ha marcado profundamente las laceraciones existentes entre el norte arabizado y el sur de este martirizado país. Pero Jartum, la capital de Sudán, es también el centro de la obra de uno de los más grandes misioneros de la historia reciente de la Iglesia. Aquí, la noche del 10 de octubre de 1881, expiró, abatido por las fiebres y las penalidades, tras una vida totalmente entregada a los pueblos africanos, Daniele Comboni, el mutran es sudan, “padre de los negros”, como todos lo llamaban, el primer obispo de Jartum. El primero que fundó, en estas tierras lejanas y difíciles, puntos estables de misión, abriendo las puertas a la evangelización del continente. El primero también que, con mucha audacia para aquella época, consiguió que entraran mujeres consagradas en África central. Y no sólo tuvo el valor de denunciar duramente ante los poderosos de media Europa el innoble tráfico de esclavos, luchando para rescatarlos y darles una formación, sino que ni siquiera dudó un instante, demostrando inteligente realismo, en entablar amistad con los jefes turcos, los grandes pachás y los muftís de estos lugares. Sus restos mortales siguen esparcidos bajo el edificio que hoy es la sede del gobierno de Jartum, donde antiguamente surgía la antigua misión católica que él fundó. Su imagen, con el turbante árabe a la cabeza, campea hoy en las escuelas de los misioneros combonianos, a las que asisten en su mayoría musulmanes, así como también en el hospital de Jartum, administrado por las hermanas combonianas pías madres de la negritud: el Saint Mary’s Hospital.
Precisamente aquí, en el Saint Mary’s Hospital, Lubna Abdel Aziz entró el 11 de noviembre de 1997. Estaba esperando su primer hijo y tenían que hacerle la cesárea. La operación se hizo a las 7:30. El niño nació, pero la mujer, la noche de aquel mismo día, estaba agonizando. «Gravísimas hemorragias causadas por placenta previa», dice el informe médico, por lo que la mujer fue sometida a otras dos operaciones para intentar detener las fuertes pérdidas de sangre. Pero inmediatamente después de la segunda intervención los médicos se dieron cuenta de que la sangre no coagulaba, y que de nada servían las numerosas transfusiones a que era sometida la paciente. En términos técnicos, como atestiguan las relaciones clínicas, «se había formado una CID (coagulación intravasal diseminada) y fibrinolisis con consiguiente shock hipovolémico irreversible, colapso cardíaco y edema pulmonar». En síntesis, no había nada qué hacer. Los médicos, por tanto; sentenciaron: «Pronóstico infausto quoad vitam en breve plazo». La rigurosa documentación clínica consta en las actas sometidas al examen de la consulta médica de la Congregación, que fue llamada para que se definiera sobre el caso. En la Positio, además de los informes y los testimonios de los médicos interesados, se registran también los interrogatorios y los testimonios de las hermanas que habían asistido a la paciente como enfermeras.
Sor Maria Bianca Benatelli, responsable del sector de maternidad del hospital, lo cuenta así: «A las dos de la tarde la mujer fue llevada de nuevo al quirófano para eliminar la causa de la hemorragia. Pero a las cinco volvió a empeorar. Salía sangre por todas partes… era como agua, no se coagulaba. En la urgencia se le suministró sangre no fresca, que no se había analizado para comprobar si estaba infectada con el virus HIV. El marido, que no tenía dificultad en conseguir todo lo necesario para las transfusiones, consiguió incluso encontrar dos frascos de fibrinógeno, fármaco necesario para permitir la coagulación, pero fue insuficiente. Los médicos al final se reunieron alrededor de la paciente, y el doctor Tadros, sacudiendo la cabeza, dijo: “Hopeless”, sin esperanza».
«¿Cómo y cuándo comenzó a rezar por la curación de la paciente?», se le preguntó a la hermana durante su declaración en el proceso. «La mujer repetía: “Ayúdenme”. Sentí entonces mucha compasión por aquella madre que se iba dejando en el mundo a cinco críos pequeños», afirma la monja. «Si hubiera sido cristiana habría llamado a un sacerdote para que le diera los sacramentos, habría rezado junto a la mujer diciéndole que se encomendara al corazón de Jesús, que pidiera ayuda a algún santo… pero era musulmana. En ese momento me acordé de monseñor Comboni. Era también el único nombre que podía decirle a la mujer. Aquí en Sudán le conocen todos, incluso los islámicos. Me encomendé a él poniendo en sus brazos a aquella madre: “Mira, ahora sólo tú puedes hacer algo… ya no hay nada que hacer, no podemos hacer nada más… Pero tú sí que puedes… ¡ayúdala! Es sudanesa, una de tu tierra, una musulmana. Les has hecho tanto bien a todos ellos… ¿no les amabas tanto?… ¿No tienen acaso un lugar especial en tu corazón? ¡Sálvala, no la dejes morir!”. Junto a mí estaba sor Orlanda, me giré y le dije: “¿Tú tienes fe? Vamos a rezar a Comboni para que salve a esta pobre madre”. Fui entonces apresuradamente a coger su imagen y mientras regresaba a la habitación le pedía a Comboni también que me diera palabras adecuadas para decírselas a la mujer. Me acerqué a ella, le dije: “Lubna, los médicos dicen que tus condiciones, por desgracia, son graves… Lubna, tú quizá conoces a Comboni… si no te importa quisiéramos pedirle que se encargue de tu caso”. Ella preguntó: ¿Comboni no es el que hizo todas las escuelas de Jartum?”. “Sí”, le respondí, “pero es también amigo de Dios, y como está más cerca de él puede hacer más que todos nosotros. ¿Quieres que te deje aquí su foto?”. “Sí”, dijo. Estaba su madre a los pies de la cama, también musulmana, que asintió. Coloqué entonces la imagen de Comboni bajo su almohada. Con la cara vuelta hacia su cabeza, para que la mirara. Y mientras ponía la foto, lo miraba y para mis adentros me decía: “A ver si te portas bien”».
Sor Silvana Orlanda La Marra, una de las otras enfermeras presentes, dice en el proceso: «La mujer perdió el conocimiento. Los latidos del corazón se hicieron imperceptibles. Entró su marido con uno de sus hijos de la mano. Los médicos le habían explicado la situación desesperada de su mujer. Se quedó en silencio. Luego tomó a su hijo en brazos, se acercó a mí y me dijo: “Hermana, rece usted también a su Dios por la madre de este niño”». La hermana respondió, con mucho tacto: «Si usted nos lo permite quisiéramos hacerlo a través de Comboni». «El marido», sigue diciendo la monja, «sabía quién era y no hubo necesidad de añadir nada más. Dijo solo: “Sí. Fue un gran hombre aquí”». Todas las misioneras comenzaron entonces a rezar para pedir la curación de la mujer mediante la intercesión de Daniele Comboni. También el médico católico que había operado a la señora Lubna y tres médicos obstétricos coptos fueron con la monja a la capilla del hospital.
A pesar de que se temía lo peor, la mujer sobrevivió aquella noche. Por la mañana los médicos se asombraron al verla todavía viva, y ni siquiera cuando, en aquellas condiciones extremas e irreversibles, fue operada por tercera vez, murió. Todo lo contrario. Ante los ojos estupefactos de los médicos, la mujer volvió en sí y en brevísimo tiempo se recuperó, hasta el punto de que al cabo de pocos días se le dio el alta, completamente curada. Dos médicos musulmanes examinaron después a la mujer, y su informe se incluyeron en las actas del proceso. «Todos decían», recuerda sor Bianca Garascia, la superiora, «”¿cómo es posible que esa mujer ya muerta haya vuelto a la vida?”. Todos decían que se trataba de un caso inexplicable y prodigioso». «Cuando vi que Lubna se había restablecido completamente», sigue diciendo sor Maria Bianca Benatelli, le dije: «Dios te quiere, Comboni te ha ayudado. Hemos rezado mucho por ti porque eres madre de cinco niños y nadie mejor que tú puede cuidarlos».
«Curación repentina, completa y duradera, sin secuelas de ningún tipo, científicamente inexplicable», reconoció unánimemente la consulta médica el 11 de abril de 2002. Y el 6 de septiembre del mismo año, la consulta de los teólogos reconoció unánimemente la curación milagrosa por intercesión del beato Daniele Comboni. El caso excepcional de este milagro ocurrido a una persona de fe musulmana parece ser el único que le ha llegado a la Congregación para las causas de los santos. En la publicación del decreto, el promotor de la fe de la Congregación quiso también subrayar «lo providencialmente significativo y elocuente que puede ser tan extraordinario acontecimiento en el momento actual, ahora que tan difíciles son las relaciones entre países islámicos y occidentales».
«Lubna y su marido no fueron llamados en la investigación diocesana super asserto miro que tuvo lugar en Jartum en mayo de 2001», explica el padre Arnaldo Baritussio, postulador de la causa. «El tribunal no ha considerado oportuno llamarlos a declarar tanto porque los testimonios técnicos y la documentación del caso han sido considerados más que suficientes, como también porque, siendo musulmanes observantes, se ha preferido evitar llamarlos por motivos de delicadez y prudencia. Sabemos que después del hecho fueron en peregrinación a La Meca», sigue diciendo el postulador, «pero sabemos también que siguen manteniendo excelentes relaciones con las hermanas, hacia las cuales se han mostrado muy agradecidos». Sor Assunta Sciota, que ha trabajado 44 años en el Saint Mary’s Hospital, y estaba presente cuando estuvo internada Lubna, confirma: «Nos hemos hecho amigos. Ya desde el primer momento tanto Lubna como su marido no hacían más que darnos las gracias por lo que había pasado. Son musulmanes practicantes, pero no fanáticos». «De todos modos, hay que decir que en Jartum», sigue diciendo, «las relaciones comunes entre la gente cristiana y la islámica son buenas, las monjas especialmente gozamos de gran respeto por parte de los musulmanes. El respeto es recíproco. Este hospital existe desde comienzos del siglo XX. En 44 años de trabajo aquí, nunca he tenido problemas con ellos. Y no son pocas las veces que me han dicho que prefieren nuestro hospital al suyo porque “aquí es como estar en casa”».
El apóstol de África llegó por primera vez a Sudán, entonces dominio egipcio, en 1858. Volvió desde El Cairo en 1873. Subiendo el Nilo y por el desierto, entre peligros, fiebres mortales y adversidades climáticas, llegó a Jartum tras un viaje que duró casi tres meses. Con él estaban también las cinco primeras misioneras europeas que ponían pie en estas tierras. Ningún sacerdote hasta entonces había osado llevarlas consigo. Fue necesario todo el temperamento de Comboni para conseguirlo, con su clara y convencida intuición de que sin ellas era «impensable insertarse en aquellas poblaciones».
«Ayer el gran muftí, jefe del islamismo en Sudán, vino a felicitarme por haber llevado a las monjas a Jartum», escribía Comboni al cardenal prefecto de Propaganda Fide, Alessandro Barnabò. «En cuanto a su incomparable presencia aquí, os diré lo que he constatado tras una larga experiencia. Cuando las monjas visitan los harem, ya sea ejerciendo la caridad o para bautizar a los niños in articulo mortis, o también por urbanidad y para mantener buenas relaciones con las mujeres de los grandes, la fe católica sale siempre ganando, entre otras cosas porque el buen ejemplo y la conducta de las hermanas es una elocuentísima lección para los musulmanes, que se quedan siempre admirados. Y tan grande es el respeto que se ganan y la estima por el bien que hacen», sigue diciendo, «que incluso aceptan que alguna se convierta. Buena prueba de ello es, como ya os he dicho, la solidísima conversión de la joven musulmana que en el santo bautismo quiso tomar el nombre de Victoria». En otra carta informaba de lo siguiente: «Su excelencia Ismail Pashá, gobernador general, que extiende su mando hasta el nacimiento del Nilo, vino a visitarme para ofrecerme su amistad y todo su apoyo para realizar mis deseos con respecto a la misión católica. Es un turco instruido, astuto y embaucador, pero sumamente benévolo para con la misión. Me regaló su barco de vapor para ir por el Nilo Blanco y poder así viajar más fácilmente hacia el sur. También mi posición frente a las autoridades, como obispo y provicario apostólico, no podía ser mejor. Me encuentro actualmente en una excelente situación aquí en Sudán».
El día de su primera misa en Jartum, asistieron, además de los misioneros y los cristianos, muchos musulmanes. La capilla estaba repleta, así como también los pórticos y el patio de la misión. Hablando en árabe se había querido dirigir a todos: «Yo regreso entre vosotros para nunca más dejar de ser vuestro completamente y consagrado para el mayor bien vuestro para siempre. Estad seguros de que mi alma siente por vosotros un amor ilimitado. Yo hago causa común con todos y cada uno de vosotros, y el día más feliz de mi vida será aquél en que pueda dar mi vida por vosotros». Ese día llegó ocho años más tarde, como consecuencia de la fiebre negra y por la inminente tragedia de la guerra mahdista (una de las peores que recuerde Sudán). A sus misioneros, ante el peligro que se avecinaba, les había escrito: «Todos dicen: “El dedo de Dios está aquí”. Esto me confunde, y veo que Él se sirve siempre de los débiles para las empresas más difíciles… Toda nuestra confianza está en Aquel que usa misericordia. No tengáis temor… Cuando estemos en el Paraíso, entonces con nuestras incesantes oraciones daremos la lata a Jesús y María, y le rezaremos hasta que, por amor o a la fuerza, se vea obligado a hacer milagros».
Alberto Royo Mejia
1 comentario:
Mucho nos hace falta conocer de estos milagros para no olvidarnos de las gracias de Dios cuando se tiene fe y, sobre todo, cuando se pierde ésta. Ojalá todo el orbe tuviéramos la fe del tamaño de un grano de mostaza, para que la maldad de este mundo se termine y no se nos haga tan larga la espera de la venida definitiva de Nuestro Señor colmado de toda su gloria.
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